viernes, 31 de agosto de 2012

San Juan Bautista enseña que la Verdad no se negocia.




En su Catequesis de la Audiencia General celebrada esta mañana en Castel Gandolfo, ante miles de fieles de distintas partes del mundo, el Papa Benedicto XVI afirmó que el martirio de San Juan Bautista, cuya muerte la Iglesia recuerda este 29 de Agosto, enseña a los cristianos de hoy que la Verdad no se negocia y que seguir a Cristo exige el "martirio" de la fidelidad cotidiana. Explicó que:

  “Celebrar el martirio de San Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas. La vida cristiana exige el martirio de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Sólo si somos capaces de una vida de oración fiel, constante y confiada, será el mismo Dios quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de modo feliz y sereno, para superar las dificultades y testimoniarlo con valor.
  San Marcos nos habla de su dramática muerte, en el Evangelio de hoy. Juan el Bautista comienza su predicación en la época del emperador Tiberio, en el 27-28 D.C. Y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es la de preparar el camino para acoger al Señor, allanando los senderos y nivelando los caminos disparejos de la propia vida, a través de una conversión radical de corazón. San Juan no se limita a predicar la penitencia, sino que, reconociendo a Jesús como ‘Cordero de Dios’, que vino para quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de indicar a Jesús como verdadero Enviado de Dios, haciéndose a un lado, para que Él pueda crecer, ser escuchado y seguido.
  Como último acto, el Bautista testimonia con su sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin desmayar o dar marcha atrás, cumpliendo hasta el fondo su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus homilías, dice así: ‘Por Cristo dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar a Jesucristo, sino sólo la de callar la verdad. Y puesto que no calló la verdad, murió por Cristo, que es la verdad’. Precisamente, por amor a la verdad, no pactó y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a los que habían perdido el camino de Dios.
  Juan es el don divino que sus padres, Zacarías e Isabel habían invocado durante mucho tiempo, un gran don, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril, ‘pero nada es imposible para Dios’. El anuncio de este nacimiento se produce precisamente en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén, es más sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar más sagrado del templo para hacer la ofrenda del incienso al Señor. También el nacimiento del Bautista está marcado por la oración: el canto de alegría, de alabanza y de agradecimiento que Zacarías eleva al Señor y que rezamos todas las mañanas en los Laudes, el ‘Benedictus’, exalta la acción de Dios en la historia e indica proféticamente la misión del hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne para prepararle los caminos.
  Toda la existencia del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en particular, el período transcurrido en regiones desiertas, que son lugar de la tentación, pero también lugar en el que el hombre siente su propia pobreza porque está privado de los apoyos y las seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia sólido es Dios mismo. Pero Juan Bautista no es sólo hombre de oración, de contacto permanente con Dios, sino también una guía hacia esta relación con Dios. El Evangelista Lucas refiriendo la oración que Jesús enseña a los discípulos, el ‘Padrenuestro’, anota que la petición es formulada con estas palabras: ‘Señor enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos’".
  Para concluir, el Papa Benedicto XVI hizo votos para que "San Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre la primacía de Dios en nuestra vida".

Vaticano, 29 Agosto 2012
Fuente: Extractado Aciprensa

sábado, 25 de agosto de 2012

San Vicente de Paul: Es duro este lenguaje




Hablando de la humildad a los misioneros, San Vicente recuerda las palabras de Jesús y les exhorta a asumir las exigencias del seguimiento, buscando en ello hacer la voluntad de Dios:

Es duro este lenguaje”. Ciertamente, esto es muy duro; pero, cuando se dice que se trata de hacer todo esto por amor de Dios y que Dios ha ligado grandes ventajas a la práctica de la humildad, como por ejemplo, que los últimos serán los primeros y los que se hagan pequeños serán los más grandes, y que los que se humillan serán exaltados, todo esto tiene que animarnos en la adquisición de esta virtud.
Por tanto, yo quiero abrazarme con ella, con la gracia de Dios, puesto que él así lo quiere. Haremos algo muy agradable a sus ojos si nos decidimos todos a practicarla, no ya por algún tiempo, sino para siempre, renovando frecuentemente nuestra intención, que es la de honrar a Dios, glorificarle, darle gusto y amarlo.
No hay nada tan importante como la voluntad de Dios, nada más emocionante que el pensamiento de su bondad y de sus deseos, nada que nos dé tantas fuerzas como decir:

"Quiero humillarme por un Dios que me ama; quiero esta humillación por él". (XI,488)

Fuente: Lectio Divina Vicentina

¿También ustedes quieren dejarme?




60 Cuando oyeron todo esto, muchos de los que habían
     seguido a Jesús dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro!
     ¿Quién puede sufrirlo?”
61 Jesús captó en su mente que sus propios discípulos
     criticaban su discurso, y les dijo: “Les desconcierta lo que
     les he dicho.
62 ¿Qué va a ser entonces, cuando vean al Hijo del Hombre
     subir al lugar donde estaba antes?
63 El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada.
     Las palabras que les he dicho son espíritu y, por eso, dan
     vida.
64 Pero hay algunos de ustedes que no creen.
     En efecto, sabía Jesús desde el principio quiénes eran los
     que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
65 Agregó: “¿No les he dicho que nadie puede venir a mí si
     mi Padre no le ha concedido esta gracia?
66 A partir de este momento, muchos de sus discípulos
     dieron un paso atrás y dejaron de seguirlo.
67 Jesús preguntó a los Doce: “¿Acaso ustedes también
     quieren dejarme?
68 Pedro contestó: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes
     palabras de vida eterna.
69 Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
     Dios.”

Evangelio: (Juan 6, vs 60-69)


Oración:

Señor Jesús…¿a quién iremos?,
Tú tienes palabras de vida…
Hoy volvemos a repetir esta pregunta,
sabiendo que solamente Tú
puedes darnos la plenitud de vida,
el sentido de todo lo que somos y hacemos.
Señor, llegamos a ti,
con toda confianza,
pidiéndote la gracia de entender tu Palabra,
de comprender lo que Tú quieres de nosotros,
de conocer la voluntad de tu Padre,
para que siguiéndote,
encontremos la vida que Tú nos das.
Por eso, Señor, te pedimos tu gracia y tu ayuda,
para que como Pedro te digamos:
…sólo Tú tienes Palabras de vida eterna…
y así vivamos con más alegría y convicción
nuestro seguimiento y adhesión a ti.
Que así sea.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicentina

María es Reina amando, sirviendo y velando por sus hijos.



En el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo y ante miles de fieles presentes, al meditar en la Catequesis de esta mañana, sobre la fiesta que la Iglesia celebra hoy: María Reina, el Papa Benedicto XVI explicó que:
Esta realeza de la Madre de Dios se hace concreta en el amor y el servicio a sus hijos, en su constante velar por las personas y sus necesidades. María es Reina porque está asociada, de modo único a su Hijo, tanto en el camino terrenal, como en la gloria del Cielo. El gran Santo Efrem de Siria, afirma sobre la realeza de María que deriva de su maternidad divina: 'Ella es Madre del Señor, del Rey de Reyes y nos indica a Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra'. Como ya recordaba el Siervo de Dios Pablo VI, en la Exhortación apostólica Marialis  Cultus: ‘En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro’.
Existe entre las personas una idea popular de rey o de reina, relacionada con una persona con poder y riqueza, pero éste no es el tipo de realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor, la realeza es el ser de Cristo entretejido de humildad, de servicio, de amor y sobre todo servir, ayudar, amar. Jesús fue proclamado rey en la cruz con esta inscripción –escrita por Pilatos– Rey de los Judíos. En aquel momento en la cruz se muestra que es rey, y como rey sufre con nosotros, por nosotros, amando hasta el fondo y de este modo gobierna y crea verdad, amor y justicia.
Así como en la Última Cena se inclina para lavar los pies a los suyos, por lo tanto, la realeza de Jesús no tiene nada que ver con la de los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus servidores, como ha demostrado a lo largo de toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios y a la humanidad, es reina del amor que vive el don de sí a Dios para entrar en el diseño de la salvación del hombre.
María le dijo al ángel ‘He aquí, soy la Sierva del Señor’ y en el Magníficat canta: ‘Dios ha mirado la humildad de su Sierva’. Es Reina precisamente amándonos y ayudándonos en todas nuestras necesidades, es nuestra hermana y sierva humilde. Y así llegamos al punto: ¿cómo ejerce María esta realeza de servicio y amor? Velando sobre nosotros, sus hijos: hijos que se dirigen a Ella en la oración, para agradecerle o para pedir su materna protección y su celestial ayuda después, quizás, de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o por la angustia por las tristes y dolorosas vicisitudes de la vida.
En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María encomendándonos a su continua intercesión, para que del Hijo nos obtenga toda gracia y misericordia  necesarias  para nuestro peregrinar a lo largo de los caminos del mundo. A Aquel que rige el mundo y tiene en su mano los destinos del universo nosotros nos dirigimos confiados, por medio de la Virgen María.
El ritmo de estas antiguas invocaciones y oraciones diarias como el Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen Santa, cual Madre nuestra junto al Hijo Jesús en la gloria del Cielo, está siempre con nosotros, en el desarrollo cotidiano de nuestra vida. Por lo tanto el título de Reina es un título de confianza, de alegría, de amor. Sabemos que Aquella que tiene en sus manos, en parte, la suerte del mundo es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.
"Queridos amigos, la devoción a la Virgen es un elemento importante de la vida espiritual. En nuestra oración no dejemos de dirigirnos confiados a Ella. María no dejará de interceder por nosotros ante su Hijo". Para concluir el Papa exhortó a contemplar a la Madre de Dios y a imitar "la Fe, disponibilidad plena al proyecto de amor de Dios, la generosa acogida de Jesús. Aprendamos a vivir, siguiendo el ejemplo de María. Es la Reina del cielo cerca de Dios, pero también es la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y escucha nuestra voz. Gracias por vuestra atención".

Vaticano, 22 Agosto 2012
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias


sábado, 18 de agosto de 2012

Domingo 20° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos:

En el Evangelio de hoy (Jn 6, 51-58), hay tres cosas que llaman poderosamente la atención: 1. La insistencia apasionada con la que Jesús repite y repite que su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Y que tendremos que comer su carne y beber su sangre. “Carne y sangre” es el modo semítico ordinario de referirse a la persona. Y Jesús repite esta frase hasta seis veces. 2. La no aclaración a los judíos -ni a los apóstoles-, de cómo habría de ser eso. Ellos discutían entre sí y bastantes ya se estaban retirando -incluidos algunos discípulos- , pero Jesús callaba sobre el particular. Les pudo haber dicho: ¡tranquilos, no es como ustedes se lo imaginan!, pero prefirió callar y poner a prueba su Fe en Él. 3. Los maravillosos efectos que la comunión del cuerpo y sangre de Jesús produce en quienes comulgan. No están todos, pero sí los principales.

Antes de ver algunos de esos efectos, digamos algo sobre este trozo del Evangelio (Jn 6, 51-58), que contiene la parte medular del llamado discurso eucarístico de Jesús, que abarca todo el capítulo 6. Hasta ahora Juan nos ha hablado de Jesucristo, el Pan de Vida, que nos da Dios. Ahora es el mismo Jesús quien nos dice que su cuerpo es el pan que Él va a entregar para la vida del mundo (Jn 6, 51 b). Para la vida del mundo, porque Jesús ve siempre su vida y su Eucaristía en relación con la salvación del mundo. Y que va a entregar, porque Jesús ve siempre su vida y su Eucaristía unidas a su pasión, muerte y resurrección, tal como lo captaron los Sinópticos y Pablo (1 Cor 11,24).

Todo esto es muy importante, porque nos lleva a tocar el fondo de lo que para Jesús fue la Eucaristía, a saber, el memorial de su pasión, muerte y resurrección. Y de lo que debiera ser para nosotros: participar activamente en este memorial. Hagan esto unidos a mí, nos dice Jesús, y ofrézcanse conmigo al Padre Dios para la salvación del mundo. Esto es más importante que la posibilidad de un rato de coloquio íntimo con Jesús. Más importante que la fuerza que el comer este pan de vida puede darnos para seguir adelante con Jesús. Y más importante que el conformarnos con Jesús al ser asimilados por su gracia. Digamos simplemente que todas estas cosas se nos darán por añadidura si nos acercamos a la Eucaristía como Memorial de la muerte y resurrección de Jesús.

El primer efecto de la Eucaristía de Jesús es que quien la come vivirá por El. Permanece en mí y yo en él, dice Jesús, con esa unión de vida que Él mismo comparará a la unión de la vid con los sarmientos (Jn 15, 4). Y vivirá para siempre, añade, pues Él lo resucitará en el último día (Jn 6, 54). Siendo la Eucaristía germen de vida eterna, la resurrección de la que Jesús habla es el resultado de esa germinación, pues quien comulga lleva en sí la vida eterna. Por la Eucaristía el cristiano es hecho partícipe de la vida de Cristo, que a su vez es la vida que el Hijo comparte con el Padre. Por eso quien come a Cristo vivirá del Padre Dios. Es otro de sus grandes efectos: la participación del comulgante en la vida trinitaria.

Fuente: P. Antonio Elduayen,  CM

El cuerpo de Cristo, pan de vida.




51  “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este
      pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne,
      y la daré para la vida del mundo.”
52  Los judíos discutían entre ellos. Unos decían: “¿Cómo
      este hombre va a darnos a comer su carne?”
53  Jesús les contestó: “En verdad les digo: si no comen la
      carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no
      viven de verdad.
54  El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida
      eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
55  Mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida
      verdadera.
56  El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí, y yo
      en él.
57  Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por él, así,
      quien me come a mí tendrá de mí la vida.
58  Este es el pan que bajó del cielo, no como el que
      comieron vuestros antepasados, los cuales murieron. El
      que coma este pan vivirá para siempre.

Evangelio: (Juan 6, vs 51-58)

Oración:

Señor Jesús,
Tú que nos has dejado tu cuerpo y tu sangre,
como verdadera comida y verdadera bebida,
que te has dado Tú mismo,
dándonos tu carne,
dándote Tú todo, en cuerpo y alma,
quedándote en la Eucaristía,
para vivificarnos con tu vida,
transformándonos para que nosotros
tengamos vida en ti,
danos la gracia de experimentar tu
presencia viva
y así tener la gracia de adherirnos
vivencialmente a ti,
para vivir como Tú quieres y esperas de nosotros.
Abre nuestro corazón y ayúdanos
a sentirte presente y vivo junto a nosotros
sintiendo que eres Tú el que nos vivificas
y transformas con tu vida.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicentina 

viernes, 17 de agosto de 2012

En la Asunción vemos que Dios siempre espera al hombre.




 El Papa Benedicto XVI explicó que la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, muestra que en Dios hay espacio para el hombre al que siempre espera para la vida eterna con Él, razón de la auténtica esperanza humana. Así lo indicó en la homilía de la Misa, que presidió en Castel Gandolfo, al celebrar la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma, dogma proclamado por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950.
 Tras hacer una intensa reflexión sobre la vida de la Madre de Dios, que en el Magnificat pronuncia una profecía "para toda la historia de la Iglesia" y que vive siempre unida a su Hijo Jesucristo, precisó que: "las palabras de María dicen que es un deber de la Iglesia recordar la grandeza de la mujer para la Fe". "Esta solemnidad es una invitación por lo tanto para alabar a Dios, y mirar hacia la grandeza de la Santísima Virgen, porque a Quien es Dios lo conocemos en el rostro de los suyos", añadió.
 El Papa cuestionó luego: "¿qué cosa dona a nuestro camino, a nuestra vida, la Asunción de María? La primera respuesta es: en la Asunción vemos que en Dios hay espacio para el hombre, Dios mismo es la casa de tantos apartamentos de la cual habla Jesús, Dios es la casa del hombre, en Dios está el espacio de Dios. Y María, uniéndose, unida a Dios no sea aleja de nosotros, no va sobre una galaxia desconocida, sino que va a Dios, se aproxima, porque Dios está cerca de todos nosotros y María, unida a Dios, participa de la presencia de Dios, esta cercanísima a nosotros, a cada uno de nosotros".
 “Hay una bella palabra de San Gregorio Magno sobre San Benito que podemos aplicar todavía a María: San Gregorio Magno dice que el corazón de San Benito se hizo tan grande que todo lo Creado podía entrar en este corazón. Esto vale aún más para María: María, unida totalmente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la Creación puede entrar en este corazón. María está cercana, puede escuchar, puede ayudar, está próxima a todos nosotros, En Dios hay espacio para el hombre y Dios está cerca y María unida a Dios, está muy próxima, tiene el corazón ancho como el corazón de Dios".
 El Papa precisó que "hay también otro aspecto: no solo en Dios hay espacio para el hombre, en el hombre hay espacio para Dios. También esto vemos en María, el Arca Santa que lleva la presencia de Dios. En nosotros hay espacio para Dios y esta presencia de Dios, en nosotros, tan importante para iluminar al mundo en su tristeza, en sus problemas, esta presencia se realiza en la Fe: en la Fe abrimos las puertas de nuestro ser para que Dios entre en nosotros, para que Dios pueda ser la fuerza que da vida y camino a nuestro ser".
 "En nosotros hay espacio, abrámonos como María se abrió, diciendo: ‘Hágase tu voluntad, yo soy la sierva del Señor’. Abriéndose a Dios, nada perdemos. Por el contrario: nuestra vida se enriquece y se hace grande". Y así, prosiguió el Papa, "Fe, esperanza y amor se combinan: hoy, hay muchas palabras sobre un mundo mejor por esperar, sería nuestra esperanza. No sabemos cuándo ese mundo mejor llegará, no lo sé. Seguramente un mundo que se aleja de Dios se convierte en peor porque solo la presencia de Dios puede garantizar, también, un mundo bueno".
"Una cosa, una esperanza segura es que Dios nos espera, y encontramos, yendo al otro mundo, la bondad de la Madre, encontramos a los nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos espera: esta es nuestra gran alegría y la gran esperanza que nace justo de esta Fiesta. María nos visita, y es el gozo de nuestra vida y el gozo es esperanza. Por lo tanto, ¿qué cosa decir? Corazón grande, presencia de Dios en el mundo, espacio de Dios en nosotros y espacio de Dios por nosotros, esperanza, ser esperados: esta es la sinfonía de esta fiesta, la indicación que la meditación de esta Solemnidad nos dona. María es aurora y esplendor de la Iglesia triunfante; Ella es el consuelo y la esperanza para el pueblo todavía en camino, dice el Prefacio de hoy.
 Confiémonos a su materna intercesión, para que nos obtenga del Señor el poder reforzar nuestra Fe en la vida eterna; nos ayude a vivir bien el tiempo que Dios nos ofrece con esperanza".
 Para concluir el Papa dijo que esta es "una esperanza cristiana, que no es solamente nostalgia del Cielo, sino vivo y laborioso deseo de Dios aquí en el mundo, deseo de Dios que nos hace peregrinos incansables, alimentando en nosotros el valor y la fuerza de la Fe, que al mismo tiempo es valor y fuerza del amor. Amén".

Vaticano, 15 Agosto 2012
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

martes, 14 de agosto de 2012

Asunción de la Virgen María.




Dios te salve María
llena eres de gracia
el Señor es contigo;
bendita tú eres 
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto 
de tu vientre, Jesús. 
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora
de nuestra muerte.
Amén.

¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a ti!


"Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura".

Beato Juan Pablo II

sábado, 11 de agosto de 2012

El camino para creer en Jesús.




Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de Dios?
A nadie nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande, y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios.
Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: "No critiquéis". Es un error resistirse a la novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.
Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos mejor que aquellas gentes de Cafarnaún. Cada vez nos resulta más difícil creer en doctrinas o ideologías. La Fe y la confianza se despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda a vivir.
Pero Jesús les advierte de algo muy importante:"Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado". La atracción hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.
Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: "Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí".
La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos hebreos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa de Dios: "Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón".
Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser, nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente no sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús. Es el mejor camino para creer en él.

Fuente: José Antonio Pagola

El cuerpo de Cristo.




41  Los judíos criticaban porque Jesús había dicho: “Yo soy
      el pan que ha bajado del cielo.”
42  Y decían: “Este Jesús, ¿no es acaso el hijo de José?
      nosotros conocemos  a su padre y a su madre. ¿Cómo
      dice que bajó del cielo?”
43  Jesús les contestó: “No murmuren entre ustedes.
44  Nadie puede venir a mí si no lo atrae mi Padre que me
      envió. Y yo lo resucitaré en el último día.
45  Está escrito en los profetas: Y todos se dejarán
      enseñar por Dios. Así, todo hombre que escucha
      al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
46  Es que nadie ha visto al Padre fuera del que ha venido
      de Dios: éste ha visto al Padre.
47  En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.
48  Yo soy el pan de vida.
49  Vuestros antepasados, que comieron el maná en el
      desierto, murieron.
50  Aquí tienen el pan que bajó del cielo para que lo coman
      y ya no mueran.
51  Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de
      este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi
      carne, y la daré para la vida del mundo.

Evangelio: (Juan 6, vs 41-51)

Oración:

Señor Jesús, Tú el pan vivo bajado del cielo,
el que te das para darnos tu vida,
el que nos das vida eterna con tu vida,
danos la gracia de ser sensibles
a tu presencia viva en la Eucaristía,
para que descubramos que ahí estás Tú todo,
Tú en cuerpo y alma,
y que recibiéndote a ti
tenemos tu propia vida,
con lo que Tú nos vivificas y nos llenas de ti.
Ayúdanos Señor, a verte presente
en la Eucaristía y así ser
vivificados en ti,
con tu presencia viva y
transformadora.
Que así sea.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicentina






jueves, 9 de agosto de 2012

La oración es la base de todo testimonio de Fe.




El Papa Benedicto XVI explicó que la oración es la base de todo testimonio de Fe, como demostró durante su vida Santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, a quien la Iglesia celebra hoy y a quien el Santo Padre dedicó su habitual Catequesis de los Miércoles. Ante miles de fieles presentes en la Plaza de la Libertad en Castel Gandolfo, el Papa señaló que:
“Santo Domingo es, ante todo, un hombre de oración que nos recuerda que en el origen del testimonio de Fe –que todo cristiano debe dar en familia, en el trabajo, en el compromiso social, e incluso en los momentos de distensión–, está la oración; sólo una relación real con Dios nos da la fuerza para vivir intensamente todos los acontecimientos, especialmente los más dolorosos.
Este Santo nos recuerda también la importancia de la actitud externa mientras rezamos. Estar de rodillas, de pie delante del Señor, fijar nuestra mirada en el Crucifijo, detenernos y recogernos en silencio, no es una cosa secundaria, sino que nos ayuda a ponernos interiormente con toda nuestra persona, en relación con Dios. Santo Domingo, enamorado de Dios no tuvo otra aspiración que la salvación de las almas, en particular aquellas caídas en las redes de la herejía de su tiempo; imitador de Cristo, encarnó radicalmente los tres consejos evangélicos uniendo a la proclamación de la Palabra el testimonio de una vida pobre. Bajo la guía del Espíritu Santo, avanzó en el camino de la perfección cristiana. En cada momento, la oración fue la fuerza que renovó e hizo siempre más fecundas sus obras apostólicas.
El Beato Jordán de Sajonia muerto en el año 1237, su sucesor en la guía de la Orden, escribe así: "durante el día, ninguno más que él se mostraba sociable… De igual modo de noche, nadie era más asiduo en el velar en oración. El día lo dedicaba al prójimo, pero la noche la daba a Dios". En Santo Domingo, dijo el Papa, podemos ver un ejemplo de integración armoniosa entre la contemplación de los misterios divinos y la actividad apostólica. Según los testimonios de las personas a él más cercanas, ‘él hablaba siempre con Dios o de Dios’. Tal observación indica su comunión profunda con el Señor y al mismo tiempo, el constante compromiso en conducir a los demás a esta comunión con Dios.
No ha dejado escritos sobre la oración pero la tradición dominica ha recogido y mandado a otras generaciones su experiencia viva en una obra titulada: Las nuevas maneras de orar de Santo Domingo. Este libro fue compuesto entre el año 1260 y el 1288 por un fraile dominico, nos ayuda a aprender, a comprender algo de la vida interior del Santo, nos ayuda en todas las diferencias, también a nosotros, a aprender algo sobre el modo de orar. Para él son, por tanto, nueve los modos de rezar, y cada uno de ellos lo realizaba siempre delante de Jesús Crucificado, y expresa una postura corporal y espiritual que, íntimamente compenetradas, favorecen el recogimiento contemplativo y el fervor.
El Papa describió luego que los primeros siete modos siguen una línea ascendente, como los pasos de un camino, hacia la comunión con Dios Trinidad: Santo Domingo ora de pie inclinado para expresar la humildad; tendido en el suelo para pedir perdón por sus pecados; de rodillas haciendo penitencia para participar en los sufrimientos del Señor; con los brazos abiertos mirando el crucifijo para contemplar el Amor Supremo; con la mirada al cielo, sintiéndose atraído hacia el mundo de Dios.
"Los dos últimos modos de rezar, en cambio, sobre los que me gustaría brevemente detenerme, corresponden a dos prácticas de piedad vividas habitualmente por el Santo. En primer lugar la meditación personal, donde la oración adquiere una dimensión aún más íntima, ferviente y serena".
El Pontífice resaltó luego que: "al final de la recitación de la Liturgia de las Horas, y después de la celebración de la Misa, Santo Domingo prolongaba la conversación con Dios, sin establecer un límite de tiempo. Sentado tranquilamente, se recogía en sí mismo en una actitud de escucha, leyendo un libro o mirando al Crucifijo. Vivía tan intensamente estos momentos de relación con Dios que exteriormente se podía apreciar su reacción de alegría o de llanto. Los testigos dicen que, a veces, entraba en una especie de éxtasis, con el rostro transfigurado, pero poco después emprendía con humildad de nuevo sus actividades diarias, recargado por la fuerza que viene de lo Alto".
Luego, prosiguió el Papa, Santo Domingo  "practicaba la oración durante el viaje entre un convento y otro; rezaba las laudes, la Hora Media, las Vísperas con los compañeros, y, cruzando los valles y las colinas, contemplaba la belleza de la creación. Entonces brotaba de su corazón un himno de alabanza y acción de gracias a Dios por tantos dones, especialmente por la más grande de las maravillas: la redención obrada por Cristo".
Para concluir el Santo Padre llamó la atención "una vez más sobre la necesidad para nuestra vida espiritual, de encontrar momentos cada día para orar con tranquilidad; será también una manera de ayudar a los que nos rodean para entrar en el círculo luminoso de la presencia de Dios, que trae la paz y el amor que todos necesitamos. Gracias".
En español, Benedicto XVI dijo que Santo Domingo "nos recuerda que en la base de todo testimonio está la plegaria, pues en la relación constante con el Señor se recibe la fuerza para vivir intensamente cada momento, y afrontar incluso las mayores dificultades. Muchas gracias y que Dios os bendiga".

Vaticano. 08 de Agosto de 2012
Fuente: ACI/EWTN Noticias





sábado, 4 de agosto de 2012

Domingo 18° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos:

Creer en Jesucristo es lo que Dios quiere que hagamos por encima de todas las cosas. Es la obra que Dios pide de nosotros -opus Dei (la obra de Dios por excelencia) (Jn 5,29)-, entre las muchas obras que pudiéramos hacer para agradarle y para servir al prójimo. La expresión gustó tanto a S. Juan María Escribá de Balaguer que la puso de nombre a la institución que él fundó. Jesús la dijo pensando en El como Pan de Vida y en la eucaristía, que estaba anunciando a la gente y que había anticipado en el signo de la multiplicación de los panes, que vimos el Domingo pasado. El evangelio de hoy (Jn 6, 24-35) es como un puente que une el evangelio del domingo pasado sobre la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15) con el evangelio del próximo domingo (Jn 6,41-51). Los tres juntos, constituyen el nervio del discurso de Jesús en Cafarnaúm sobre la eucaristía.
El puente que es el evangelio de hoy (Jn 6, 24-35), nos hace pasar, por la fe, del pan que sació el hambre corporal de la gente, al pan que es el mismo Jesucristo, y que dará la vida eterna. En esto la fe juega un papel preponderante. Sólo por la fe podemos creer que el pequeño pan que el sacerdote muestra después de la consagración es Jesucristo. ¡Misterio de fe!, decimos. Y que el pequeño pan que se nos da en la comunión es la santa hostia: cuerpo, alma, espíritu y divinidad de Jesús, Jesucristo en persona. Desde luego Dios da al creyente la gracia de creer esto, pero ¿lo creemos de verdad? ¿O es sólo un hábito? El hábito de ir a comulgar.
Cuando uno ve a tantos comulgando y a tan pocos adorando luego al Señor, si quiera hasta que el sacerdote se retira del altar al terminar la misa, uno piensa que se va a comulgar por comulgar… Lo mismo cuando uno ve lo poco que aparentemente la comunión cambia nuestras vidas... Sabemos que, a diferencia del pan ordinario que asimilamos en nuestro cuerpo, el pan de la eucaristía nos asimila a Cristo, nos hace (debiera hacernos) parecer más a Jesucristo. Cuando uno ve cómo Jesús llama opus Dei, la obra magna de nuestra vida, a la acogida que le damos al Señor en la eucaristía, nos apena el poco empeño y diligencia que le ponemos por llegar a tiempo y participar. ¿Podemos llamar trabajo duro por el Señor (opus Dei), al esfuerzo que hacemos por tener una buena eucaristía? Puntual, atenta y participada, con adoración después de la comunión.
Para terminar y abundando en lo dicho, quiero citar dos textos del evangelio, que Jesús dejó para cuantos creemos que Él es el Pan de Vida y que quien lo come tiene la vida eterna. “Trabajen no por el alimento que se acaba sino por el alimento que permanece y da vida eterna” (Jn 6, 27). “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed” (Jn 6, 35).

Fuente: P. Antonio Elduayen,  CM