viernes, 21 de diciembre de 2012

Dios actúa con la fuerza de la verdad y el amor.



El Papa Benedicto XVI, en su última Catequesis de este año, junto a los fieles y peregrinos reunidos este Miércoles en el Aula Pablo VI reflexionó sobre la Fe de María ante el misterio de la Anunciación, y señaló que “la omnipotencia de Dios, también en nuestras vidas, actúa con la fuerza, a menudo silenciosa de la verdad y el amor”.
“La solemnidad de la Natividad del Señor, que pronto celebraremos, nos invita a vivir esta misma humildad y obediencia de la Fe. La gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y el poder de un rey, no brilla en una famosa ciudad, sino que ‘vive en el seno de una virgen, y se revela en la pobreza de un niño’. La Fe nos dice entonces, que el poder inerme de ese Niño, al final vence el estruendo de las potencias del mundo.
El saludo del ángel a María en la Anunciación, con las palabras ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’, es una invitación a la alegría, anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo frente al límite de la vida, el sufrimiento. Es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, de la Buena Nueva.
En María se cumple la esperanza de la llegada definitiva de Dios, en ella toma morada el Dios vivo. La expresión ‘llena de gracia’, dicha por el ángel, aclara la fuente de la alegría de María, que “procede de la comunión con Dios (...) del ser morada del Espíritu Santo”. María es la criatura que ha abierto de par en par las puertas a su Creador, se ha puesto en sus manos sin límites y vive atenta a reconocer los signos de Dios en el camino de su pueblo.
María, se inserta en una historia de Fe y esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Como Abraham, María se fía plenamente de la palabra que le anuncia el mensajero divino y se convierte en modelo y madre de todos los creyentes.
Aquel que, como María, está abierto totalmente a Dios, llega a aceptar su voluntad aunque sea misteriosa, aunque a menudo no corresponda con nuestros deseos. Lo mismo sucede con María; su Fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, hasta llegar a la luz de la Resurrección.
No es diferente para nosotros el camino de Fe. Encontramos momentos de luz, pero también pasajes en los que Dios parece ausente, su silencio pesa en nuestros corazones y su voluntad no se corresponde con la nuestra. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la vida en paz y seguros de su lealtad y su amor. Esto significa salir de nosotros mismos y de nuestros proyectos, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe nuestros pensamientos y nuestras acciones.
María, desde la pérdida de Jesús en el Templo, debe renovar la Fe profunda con la que dijo ‘sí’ en la Anunciación y debe saber dejar libre a ese Hijo que ha engendrado para que siga su misión.
El ‘sí’ de María a la voluntad de Dios, la obediencia de la Fe, se repite a lo largo de su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.
Hay una actitud de fondo que María asume frente a lo que sucede en su vida. Se afirma que ‘guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón’. Se podría decir que María colocaba cada elemento, cada palabra, cada acontecimiento, dentro de un conjunto y lo examinaba, lo conservaba, reconociendo que todo viene de la voluntad de Dios.
María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que está sucediendo en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se siente interpelada por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y conquista la comprensión que puede asegurar solamente la Fe.
El Papa Benedicto XVI subrayó que “es la humildad profunda de la Fe obediente de María, que acoge en sí también lo que no comprende de la actuación de Dios, dejando que sea Él quien abra su mente y su corazón”.


Vaticano, 19/Dic./2012
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

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