sábado, 1 de septiembre de 2012

La verdadera pureza.




1    Un día se acercaron a Jesús los fariseos, y con ellos venían
      maestros de la Ley que habían llegado de Jerusalén.
2    Esta gente se fijó que algunos de los discípulos de Jesús
      comían los panes con las manos impuras, es decir, sin
      lavárselas.
3    De hecho, los fariseos (y todos los judíos), aferrados a la
      tradición de los mayores, no comen sin haberse lavado
      cuidadosamente las manos.
4    Y tampoco comen al volver del mercado sin lavarse antes. Y
      hay muchas otras costumbres que ellos conservan, como la
      de lavar los vasos, los jarros y las bandejas.
5    Por eso, los fariseos y maestros de la Ley le preguntaron:
      “¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de los
      ancianos, sino que comen con las manos impuras?”
6    Jesús les contestó: “¡Qué bien salvan las apariencias! Con
      justa razón hablaba de ustedes el profeta Isaías cuando
      escribía: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su
      corazón está lejos de mí.
7    Y si alguien se pone a predicar, no son más que mandatos
      de hombres. Su religión, pues, de nada sirve.
8    Ustedes incluso dispensan del mandamiento de Dios para
      mantener la tradición de los hombres.
14  Entonces Jesús volvió a llamar a la gente y les dijo:
      “Escúchenme todos y traten de entender.
15  Ninguna cosa que entra en el hombre puede hacerlo impuro;
      lo que lo hace impuro es lo que sale de él.
21  Pues del corazón del hombre salen las malas intenciones:
      inmoralidad sexual, robos, asesinatos,
22  infidelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia,
      lujuria, orgullo y falta de sentido moral.
23  Todo esto sale de adentro y hace al hombre impuro.

Evangelio: (Marcos 7, vs 1-8,14-15,21-23)

Oración:

Abre nuestra mente, Señor ,
y purifica nuestro corazón:
Haz que desde su interior
brote constante el bien hacia todos.
Tú sabes lo que hay dentro de cada uno,
y Tú puedes renovar nuestra escucha
y nuestro cumplimiento.
Fortalece nuestra voluntad,
para que no nos conformemos
con invocar tu nombre, 
sin practicar tus preceptos.
Y transforma nuestra Fe
para que unida a nuestra vida
sea en todo momento
espejo vivo de la palabra escuchada.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicentina



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