sábado, 22 de septiembre de 2012

Domingo 25° Tiempo Ordinario.




Queridos amigos:

El seguimiento de Jesús es lo esencial del cristiano y de la religión cristiana. Pues no se nos ha dado otro nombre por el cual ser salvados (Fil 2,10). Pero ¿en qué consiste el seguimiento de Jesús? En imitarle y seguir sus huellas, solemos decir. Pero se le puede imitar sólo como quien calca o actúa…, y se puede ir tras sus huellas, pero con el corazón y la mente soñando en otras cosas, que es lo que en esta ocasión pasó con algunos apóstoles, según nos cuenta el evangelio (Mc 9, 30-37). Resulta dramático que cuando Jesús está hablándoles de su pasión y muerte, ellos se pongan a discutir sobre quién es el más importante. Líbrenos el Señor de seguirle sólo físicamente, con el corazón puesto en otras cosas. Lo que, lamentablemente, a veces puede pasarnos
Seguir al Señor” es involucrarse y comprometerse con Él con todas las fuerza y a tiempo completo, sea cual sea nuestro estado de vida, soltero, casado, religioso… Es cooperar con Él en la construcción del Reino de Dios en este mundo: mejorando la creación y la calidad de vida (Gen 2,15), completando lo que falta a la pasión de Jesucristo (Col 1,24), instaurando en Cristo todas las cosas (Ef 1, 22; Col 1, 18-19). Y todo esto, cueste lo que cueste y hasta las últimas consecuencias. O, dicho con las palabras de Jesús, con nuestra cruz a cuestas: “el que quiera seguirme que tome su cruz y que me siga” (Mc 8, 34).
Como Jesús, todos venimos a este mundo con una misión que cumplir: la de ser felices y hacer felices a otros, lo que agrada mucho a Dios. Pero esta misión no se logra sin sacrificios y renuncias. Es lo que le pasó a Jesús y lo que nos pasa y nos seguirá pasando a nosotros. Claro que la misión de Jesús fue infinitamente superior a la nuestra, pero igual tenemos que cumplirla. El cumplimiento de la misión de Jesús incluía ser traicionado, ser entregado a sus contrarios, morir en la cruz (Mc 9, 31). Él lo sabía y lo aceptó voluntariamente. Pudo haber rehuido beber el cáliz de su pasión y muerte, pero no era su estilo y siguió adelante hasta el final. Es lo que quiso que comprendiesen y, llegado el caso, hiciesen sus discípulos, y hagamos nosotros. ¿Cómo meter en sus cabezas duras (y en las nuestras), que vale la pena darlo todo (hasta la propia vida) por ser alguien aquí y en el Reino de Dios?
“Si alguien quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (Mc 9, 35), Una paradoja, pero sobre todo un llamado a cambiarlo todo, a invertir los valores acostumbrados, a crear un orden nuevo con los valores del evangelio. A eso apunta cuanto hace Jesús y el llamado a seguirle. Y el proponer a un niño como símbolo de la nueva creación, porque mira el mundo con ojos nuevos, como criatura nueva, venida de Dios y aún no contaminada. Porque sabe ser feliz sin nada, sin darse importancia ni esperar que se la den. Y lo más grande de todo, porque el niño, por voluntad de Jesús. lo representa para todos los efectos (Mc 9, 37). ¿¡Dónde está el niño que fuimos!?

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

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