Queridos amigos:
El seguimiento de Jesús es lo esencial del cristiano
y de la religión cristiana. Pues no se nos ha dado otro nombre por el cual ser
salvados (Fil 2,10). Pero ¿en qué consiste el seguimiento de Jesús? En imitarle
y seguir sus huellas, solemos decir. Pero se le puede imitar sólo como quien
calca o actúa…, y se puede ir tras sus huellas, pero con el corazón y la mente
soñando en otras cosas, que es lo que en esta ocasión pasó con algunos
apóstoles, según nos cuenta el evangelio (Mc 9, 30-37). Resulta dramático que
cuando Jesús está hablándoles de su pasión y muerte, ellos se pongan a discutir
sobre quién es el más importante. Líbrenos el Señor de seguirle sólo
físicamente, con el corazón puesto en otras cosas. Lo que, lamentablemente, a
veces puede pasarnos
“Seguir al Señor” es involucrarse y
comprometerse con Él con todas las fuerza y a tiempo completo, sea cual sea
nuestro estado de vida, soltero, casado, religioso… Es cooperar con Él en la
construcción del Reino de Dios en este mundo: mejorando la creación y la
calidad de vida (Gen 2,15), completando lo que falta a la pasión de Jesucristo
(Col 1,24), instaurando en Cristo todas las cosas (Ef 1, 22; Col 1, 18-19). Y
todo esto, cueste lo que cueste y hasta las últimas consecuencias. O, dicho con
las palabras de Jesús, con nuestra cruz a cuestas: “el que quiera seguirme que
tome su cruz y que me siga” (Mc 8, 34).
Como Jesús, todos venimos a este mundo con una
misión que cumplir: la de ser felices y hacer felices a otros, lo que agrada
mucho a Dios. Pero esta misión no se logra sin sacrificios y renuncias. Es lo
que le pasó a Jesús y lo que nos pasa y nos seguirá pasando a nosotros. Claro
que la misión de Jesús fue infinitamente superior a la nuestra, pero igual
tenemos que cumplirla. El cumplimiento de la misión de Jesús incluía ser
traicionado, ser entregado a sus contrarios, morir en la cruz (Mc 9, 31). Él lo
sabía y lo aceptó voluntariamente. Pudo haber rehuido beber el cáliz de su
pasión y muerte, pero no era su estilo y siguió adelante hasta el final. Es lo
que quiso que comprendiesen y, llegado el caso, hiciesen sus discípulos, y
hagamos nosotros. ¿Cómo meter en sus cabezas duras (y en las nuestras), que
vale la pena darlo todo (hasta la propia vida) por ser alguien aquí y en el
Reino de Dios?
“Si alguien quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de
todos” (Mc 9, 35), Una paradoja, pero sobre todo un llamado a cambiarlo todo, a
invertir los valores acostumbrados, a crear un orden nuevo con los valores del
evangelio. A eso apunta cuanto hace Jesús y el llamado a seguirle. Y el
proponer a un niño como símbolo de la nueva creación, porque mira el mundo con
ojos nuevos, como criatura nueva, venida de Dios y aún no contaminada. Porque
sabe ser feliz sin nada, sin darse importancia ni esperar que se la den. Y lo
más grande de todo, porque el niño, por voluntad de Jesús. lo representa para
todos los efectos (Mc 9, 37). ¿¡Dónde está el niño que fuimos!?
Fuente: P. Antonio Elduayen, CM
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