sábado, 1 de septiembre de 2012

Domingo 22º Tiempo Ordinario.




Queridos amigos:

Cuando uno lee el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-8.14-15.21-23), entiende rápido por qué Jesús dijo que había venido a llevar la ley a la perfección (Mt 5, 17). Vino ante todo a dar satisfacción y gloria a su Padre, cumpliendo toda justicia. Y vino a redimirnos y salvarnos. Pero vino también a darnos ejemplo de vida y a llevar la ley a la perfección. En el caso del evangelio de hoy no se trata de problemas con la misma Ley, sino de las interpretaciones que hacían de la misma, las que pronto se convertían en tradiciones, hasta con más peso que la misma Ley. El retrato costumbrista, que nos presenta el evangelio, es demasiado penoso, para tomarlo a risa. Pero la verdad es que cosas así parecen increíbles. Lamentablemente cosas parecidas y aún peores las tenemos y hacemos hoy, en pleno siglo XXI.
Aunque no muy ordenadamente, Marcos nos habla de tres situaciones, que podríamos llamar: la impureza verdadera (7, 1-8.20-22), las tradiciones humanas versus la Ley de Dios (7, 9-12) y la vida interior (7,14-23). Lo que Jesús nos dice y cómo lo dice contribuyó sobremanera a cambiar las malas costumbres y tradiciones, sobre todo de sus seguidores. La impureza verdadera no viene de afuera, dice Jesús, sino del corazón. Por poner el ejemplo más común, tomar alimentos sin lavarse las manos será falta de higiene y hasta de educación, pero no puede marcar a una persona hasta hacerla impura y, por lo tanto, alejarla de Dios y de los hombres. Lo que hace impuro al hombre son los malos pensamientos, los malos deseos y las malas acciones, que se cocinan en el corazón (Mc 7, 21-22)
La superficialidad de la vida religiosa, tan unida a lo anterior, era otra cosa que molestaba a Jesús. Culto a Dios eran las purificaciones (manos, vasijas, bandejas), los sacrificios de animales, el pago de diezmos, los rezos ostentosos, etc. Puras apariencias, que Jesús recrimina citando al profeta (Is 29,13): este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Entendámonos: Jesús no prohíbe que adoremos a Dios ofreciendo sacrificios, pagando diezmos, etc. Lo que quiere es que esto sea algo secundario y expresión de una vida interior llena de amor a Dios y al prójimo. Es por ello que nos contó la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18, 9-14). La religión verdadera y perfecta está en ayudar a los huérfanos y las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo (Stgo 1, 27)
Pero lo que más rebelaba a Jesús eran las llamadas tradiciones o disposiciones y normas, que ellos mismos se daban y que en ocasiones anulaban el mismo mandamiento de Dios. Al respecto Jesús denuncia el llamado korban, que quiere decir consagrado a Dios. Bastaba que un mal hijo dijera ¡korban!, para que quedara exonerado de ayudar a sus padres, no obstante lo mandado por el 4º mandamiento de la Ley de Dios. Ustedes hacen además otras muchas cosas parecidas a estas, por ejemplo, el Certificado de Divorcio que ustedes le sonsacaron a Moisés (Mt 19,8).

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

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