Queridos amigos:
Cuando uno lee el evangelio de este domingo (Mc 7,
1-8.14-15.21-23), entiende rápido por qué Jesús dijo que había venido a llevar
la ley a la perfección (Mt 5, 17). Vino ante todo a dar satisfacción y gloria a
su Padre, cumpliendo toda justicia. Y vino a redimirnos y salvarnos. Pero vino
también a darnos ejemplo de vida y a llevar la ley a la perfección. En el caso
del evangelio de hoy no se trata de problemas con la misma Ley, sino de las
interpretaciones que hacían de la misma, las que pronto se convertían en
tradiciones, hasta con más peso que la misma Ley. El retrato costumbrista, que
nos presenta el evangelio, es demasiado penoso, para tomarlo a risa. Pero la
verdad es que cosas así parecen increíbles. Lamentablemente cosas parecidas y
aún peores las tenemos y hacemos hoy, en pleno siglo XXI.
Aunque no muy ordenadamente, Marcos nos habla de
tres situaciones, que podríamos llamar: la impureza verdadera (7, 1-8.20-22),
las tradiciones humanas versus la Ley de Dios (7, 9-12) y la vida interior
(7,14-23). Lo que Jesús nos dice y cómo lo dice contribuyó sobremanera a
cambiar las malas costumbres y tradiciones, sobre todo de sus seguidores. La
impureza verdadera no viene de afuera, dice Jesús, sino del corazón. Por poner
el ejemplo más común, tomar alimentos sin lavarse las manos será falta de
higiene y hasta de educación, pero no puede marcar a una persona hasta hacerla
impura y, por lo tanto, alejarla de Dios y de los hombres. Lo que hace impuro
al hombre son los malos pensamientos, los malos deseos y las malas acciones,
que se cocinan en el corazón (Mc 7, 21-22)
La superficialidad de
la vida religiosa, tan unida a lo anterior, era otra cosa que molestaba a
Jesús. Culto a Dios eran las purificaciones (manos, vasijas, bandejas), los
sacrificios de animales, el pago de diezmos, los rezos ostentosos, etc. Puras
apariencias, que Jesús recrimina citando al profeta (Is 29,13): este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Entendámonos: Jesús no
prohíbe que adoremos a Dios ofreciendo sacrificios, pagando diezmos, etc. Lo
que quiere es que esto sea algo secundario y expresión de una vida interior
llena de amor a Dios y al prójimo. Es por ello que nos contó la parábola del
fariseo y del publicano (Lc 18, 9-14). La religión verdadera y perfecta está en
ayudar a los huérfanos y las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la
corrupción de este mundo (Stgo 1, 27)
Pero lo que más rebelaba a Jesús eran las llamadas tradiciones o disposiciones
y normas, que ellos mismos se daban y que en ocasiones anulaban el mismo
mandamiento de Dios. Al respecto Jesús denuncia el llamado korban, que quiere
decir consagrado a Dios. Bastaba que un mal hijo dijera ¡korban!, para que
quedara exonerado de ayudar a sus padres, no obstante lo mandado por el 4º
mandamiento de la Ley de Dios. Ustedes hacen además otras muchas cosas
parecidas a estas, por ejemplo, el Certificado de Divorcio que ustedes le
sonsacaron a Moisés (Mt 19,8).
Fuente: P. Antonio Elduayen, CM
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