En la Audiencia General de esta mañana, en su catequesis habitual y ante miles de peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa hizo una profunda reflexión sobre el sentido de llamar Padre a Dios, teniendo como ejemplo a Cristo en la cruz que le dice "¡Abbá! ¡Padre!".
“Desde el
comienzo de su camino, la Iglesia ha aceptado esta invocación y la ha hecho
suya, sobre todo en la oración del Padre Nuestro, donde todos los días decimos:
‘Padre... Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’.
El
cristianismo no es una religión del miedo, sino de la confianza y del amor al
Padre que nos ama. Estas dos densas afirmaciones nos hablan del envío y de la
acogida del Espíritu Santo, el don del Resucitado, que nos hace hijos en
Cristo, el Hijo Unigénito, y nos pone en una relación filial con Dios, relación
de profunda confianza, como la de los niños; una relación filial similar a la
de Jesús, aunque si el origen es distinto y diferente es también la importancia.
Jesús, es el Hijo eterno de Dios que se hizo carne, nosotros en cambio nos
convertimos hijos en Él, en el tiempo, mediante la Fe y los sacramentos del
Bautismo y la Confirmación; gracias a estos dos sacramentos estamos inmersos en
el misterio pascual de Cristo.
Tal vez
el hombre moderno no percibe la belleza, la grandeza y el gran consuelo que
contiene la palabra ‘padre’ con la que podemos dirigirnos a Dios en la
oración, porque la figura paterna a menudo hoy en día no está suficientemente
presente y a menudo no es lo suficientemente positiva en la vida diaria. Ante
ello, del mismo Jesús, de su relación filial con Dios, podemos aprender qué
significa padre exactamente, sea cual sea la verdadera naturaleza del Padre que
está en los cielos.
Podríamos
decir que en Dios el ser Padre asume dos dimensiones:
En primer lugar, Dios es nuestro Padre, porque
Él es nuestro Creador. Cada uno de nosotros, cada hombre y cada mujer es un
milagro de Dios, es querido por Él, y es conocido personalmente por Él. Cuando
en el libro del Génesis se dice que el ser humano es creado a imagen de Dios,
se quiere expresar precisamente esta realidad: Dios es nuestro Padre, por medio
de Él no somos seres anónimos, impersonales, sino que tenemos un nombre.
El
Espíritu de Cristo nos abre a una segunda dimensión de la paternidad de Dios,
más allá de la creación, porque Jesús es el ‘Hijo’ en el sentido pleno,
‘de la misma substancia del Padre’, como profesamos en el Credo.
Convirtiéndose en un ser humano como nosotros, con la Encarnación, Muerte y
Resurrección, Jesús, a su vez, nos recibe en su humanidad y su propio ser de
Hijo, para poder entrar también nosotros en su específica y especial
pertenencia a Dios.
Desde que
existe el homo sapiens, está siempre en la búsqueda de Dios, intenta hablar con
Dios porque Dios se ha inscrito a sí mismo en nuestros corazones, por lo que la
primera iniciativa es de Dios y con el bautismo Dios vuelve a actuar de nuevo
en nosotros. El Espíritu Santo actúa en nosotros como primer iniciador de la
oración, para que podamos luego hablar realmente con Dios y decirle Abbà a
Dios. Por lo tanto su presencia da inicio a nuestra oración y a nuestra vida, abre a los horizontes de la Trinidad y de la
Iglesia. Cuando nos dirigimos al Padre nuestro en nuestra celda interior, en
el silencio y en el recogimiento, nunca estamos solos. El que habla con Dios
nunca está solo. Estamos en la gran oración de la Iglesia, formamos parte
de una gran sinfonía que la comunidad cristiana esparcida en toda la tierra y
en todo tiempo eleva a Dios; ciertamente los músicos y los instrumentos son
distintos –éste es un elemento de riqueza– pero la melodía de alabanza es única
y armoniosa".
Al hablar
sobre la diversidad de carismas en la Iglesia, el Santo Padre resalta que
"la oración guiada por el Espíritu Santo, que nos hace clamar ‘¡Abbá!
¡Padre!’ con Cristo y en Cristo, nos inserta en el único gran mosaico de la Familia
de Dios, en la que cada uno tiene un lugar y un rol importante, en profunda
unidad con todo el conjunto".
"Una nota más para terminar: nosotros
aprendemos a clamar ‘¡Abbá!, ¡Padre!’ con María, la Madre del Hijo de Dios. El
cumplimiento de la plenitud del tiempo, de la que habla San Pablo en la Carta a
los Gálatas, sucede en el momento del ‘sí’ de María, de su adhesión plena a la
voluntad de Dios: ‘He aquí, la esclava del Señor’""Queridos hermanos y hermanas, aprendamos a saborear en nuestra oración la belleza de ser amigos, aún más hijos de Dios, de poderlo invocar con la familiaridad y confianza que tiene un niño hacia sus padres que lo aman", concluyó.
En
español el Papa saludó a "los peregrinos de lengua española, en particular
a los venidos de España, Argentina, El Salvador, México y otros países
latinoamericanos" e hizo votos para "que Dios, nuestro Padre, aliente
nuestro coloquio frecuente y devoto con él. Muchas gracias".
Vaticano,
23 Mayo 2012
Fuente:
Extractado ACI/EWTN Noticias.-
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