Jesús no se dedicó a hablar mucho de la
vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de
la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza.
Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una
confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para
todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Solo cuando un grupo de saduceos se le
acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de
su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos,
porque para él todos son vivos”.
Su Fe es sencilla. Es verdad que
nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido
aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan
muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está
compartiendo su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.
El rasgo más preocupante de nuestro
tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro
último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este
vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la
vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.
Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos
están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más
radicales que llevamos dentro? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes
han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el fundamento
último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida? Al final
de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de
nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la
salvación que andamos buscando?
La Fe se nos está quedando ahí,
arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que
no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es
fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la
vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.
Esta respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero
borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa
ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último
de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la
plenitud que andamos buscando ya desde ahora?Fuente: José Antonio Pagola
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