sábado, 30 de noviembre de 2013

Domingo I Adviento.



Queridos amigos y amigas:
Que Jesús está por venir, es con mucho la cosa más importante que nos dice el Evangelio de hoy (Mt 24, 37-44), lo que, además, nos llena de alegría y anima nuestra esperanza. Jesús está por venir de tres formas distintas, y espera de nosotros que, para cualquiera de ellas, estemos vigilantes y que nos preparemos debidamente. Sólo así su llegada será para nosotros un encuentro feliz y una fuente de bendiciones. Llega ante todo en la Navidad, ya a menos de un mes y para cuya llegada empezamos a prepararnos desde hoy, inicio del Adviento. Llega en los grandes y los pequeños acontecimiento de la vida. Grandes como cuando sobrevino el Diluvio, en tiempos de Noé, que el mismo Jesús menciona (Mt 24, 37); o pequeños y de cada día, como cuando se nos cruza un pobre en el camino, que representa a Jesús. Y llegará al final de los tiempos, cuando se haga presente como Señor de vivos y muertos...
A veces y por el modo escatológico en que Jesús se expresa, como en el Evangelio de hoy, algunos se alarman y se amedrantan. Ciertamente no sabemos la fecha en que ha de llegar ni ha querido revelárnosla, pero sí sabemos que ha de venir. Y que por lo tanto debemos estar vigilantes. Que no nos pase como en la primera Navidad, cuando vino por vez primera. Vino como un amable y divino niño, pero ni los suyos se dieron cuenta y no lo recibieron (Jn 1, 11). Sabemos que Jesús no quiere asustarnos ni sorprendernos, sólo que estemos sobreaviso y en espera activa. Como el administrador solícito y fiel, que cierra el capítulo (Lc 24, 45-47): su Señor lo pondrá al frente de todo lo que tiene.
Más aún, le servirá Él mismo, si sabe olvidarse de sí por los demás y si sabe hacer de su vida un servicio a Dios y al prójimo (Jn 12, 25-26). La pequeña gran parábola del grano de trigo que muere, es muy aleccionadora en relación con lo que Jesús quiere decirnos. Aunque no lo parezca, ese grano de trigo es cada uno de nosotros, que va germinando y creciendo, hasta que cae en tierra (figura de la muerte). Entonces rompe, brota un tallo y da una espiga, con abundante trigo nuevo o… sin grano (Jn 12, 24). En la vida actuamos muchas veces como si a Dios le diera igual lo bueno que lo malo, como si Él nunca hubiera de venir… La gente come, bebe y se casa… Dos hombres estarán trabajando en el campo o dos mujeres moliendo… Pero el destino de la gente y de las personas, que Jesús pone como ejemplo, será muy distinto. Llegó el diluvio y se los llevó a todos (menos a Noé y su gente) y, en el caso de las personas, una será llevada (a la gloria) y la otra dejada (en la muerte).
La venida de Jesús y el tiempo de Adviento que iniciamos, es una invitación a vivir en la esperanza y a transmitir signos de esperanza. Es decir, a ilusionarnos por algo grande, a tener confianza en conseguirlo, a actuar con firmeza y constancia…, que son los componentes principales de la esperanza. Con Jesús que viene podemos construir un mundo mejor para todos.

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Estad en vela para estar preparados.



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Evangelio: (Mateo 24,vs 37-44)

Oración:
Ven y sálvanos de nuestra ceguera
para descubrirte presente.
De nuestra pereza para caminar contigo,
de nuestras excusas para alejarnos de ti.
Ven y sálvanos de nuestra dureza
para comprender las Escrituras,
de nuestras luchas por los primeros puestos,
de nuestra desconfianza en la semilla del Reino.
Ven y sálvanos de nuestra superficialidad,
de nuestra insensibilidad por las cosas de arriba,
de nuestra pérdida de sentido.
Ven y sálvanos de los dioses
que nos hemos fabricado,
de la rutina que nos aprisiona,
de nuestras miras pequeñas.
Ven y sálvanos Dios salvador nuestro,
Dios amigo nuestro,
Dios anunciado por Jesús.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

El que practica la misericordia no teme la muerte.



En medio del intenso frío de la Plaza de San Pedro miles de fieles escucharon esta mañana, en su Catequesis de la Audiencia General, con atención la reflexión del Papa Francisco sobre la vida eterna y la esperanza que da la resurrección de Cristo. El Santo Padre afirmó que:
"La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.
Entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta ‘escandalosa’. A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños?
Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Eso sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir solo para los propios intereses, un vivir solo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultarla, negarla o banalizarla para que no nos asuste.
Pero contra esta falsa solución, el ‘corazón’ del hombre se rebela, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a un ser querido –nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo– percibimos que, incluso ante el drama de la pérdida o lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte. Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la resurrección de Jesucristo. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en efecto reza: ‘Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura’. ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia!
Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor.
En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con la oración, los Sacramentos y también en la práctica de la Caridad.
Recordemos que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos en la célebre parábola del juicio final, cuando dice: ‘tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’. Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo".

Para concluir el Papa aseguró que "si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos".
Vaticano, 27 Nov. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

Nada puede pasarme.



Nada puede pasarme que Dios no quiera.
Y todo lo que Él quiere,
por muy malo que nos parezca,
es en realidad lo mejor.

Santo Tomás Moro.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Domingo 33° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos y amigas:
Estamos a dos semanas del final del Año Litúrgico (el 1º.12 será el 1º domingo de Adviento) y la Palabra de Dios (Lc 21, 5-19), nos hace ver ese final como el término de todo, cuando habrá destrucción, guerra y muerte. Un final apocalíptico. Aunque yendo a la intención de Jesús y leyendo entrelíneas no lo parezca tanto, pues nos abre a la esperanza, a Jesucristo Juez de vivos y muertos, y a un mundo nuevo, inédito y maravilloso, regalo de Dios para los suyos. Lo que en definitiva cuenta no es lo que está pasando sino lo que se nos viene. Como en el final del año civil en el que lo que cuenta no es el año viejo que termina sino el año nuevo que llega, lleno de expectativas.
La destrucción del templo de Jerusalén, que Jesús profetiza, les cayó a los apóstoles como un rayo. Era la más increíble noticia que podían imaginar y escuchar. No sólo porque el templo era considerado como una de las 7 maravillas del mundo antiguo sino también y sobre todo, porque era el alma de su historia y la sede de su Dios. Destruir el templo era dejarlos sin piso, era destruirlo todo, incluido el mundo, pues los judíos no concebían el mundo sin su templo. Por eso, a la destrucción del templo, anunciada por Jesús, ellos añadieron por su cuenta que era inminente el final del mundo. La profecía de Jesús sobre la destrucción del templo se cumplió 40 años después, el 9 de agosto del 70 DC., cuando los soldados romanos lo incendiaron y destruyeron la ciudad. Recuerden que una de las acusaciones contra Jesús en su juicio fue la de que había dicho que iba a destruir el templo (Mc 14,58).
El final del mundo y las señales que lo precederán, la vuelta de Jesús y el juicio final, etc. son, en lo humano, como un psicosocial que inquieta a todos, en especial cuando se dan situaciones críticas. Fue así en tiempos de la primera comunidad cristiana. Y lo es en cualquier momento, cuando a algún falso profeta se le ocurre anunciarlo. Recuerden cuánto se habló del fin del mundo en el año 2012, no obstante lo dicho por Jesús (Mt 24,36). Todo esto pertenece al género literario apocalíptico-escatológico -a la futurología, decimos hoy-, y hay que entenderlo desde su cabalística. Lo que a nosotros nos interesa es ver todo eso como señal y aviso, por ejemplo, de que aún lo más bello y consistente es pasajero. De que no hay que dejarse engañar por las apariencias ni por las personas. De que una especial providencia cuida de los que son de Jesús. De que hay que vivir siempre en vigilante espera, seguros de que con nuestra constancia salvaremos nuestras vidas.
A mi entender hay unos versos de Sta. Teresa de Jesús que de modo maravilloso resumen y refuerzan todo lo dicho. Sobre todo que brotan de la experiencia de una mujer, andariega y mística, que supo vivir en el mundo sin ser del mundo, como pide el Señor (Jn 17, 11. 16). Vale la pena memorizar estos versos y rezarlos. Dicen así:
Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda;/ la paciencia todo lo alcanza;/ quien a Dios tiene / nada le falta / Sólo Dios basta.”

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.



En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido."
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?"
Él contestó: "Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida."
Luego les dijo: "Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas."
Evangelio: (Lucas 21, vs 5-19)

Oración:
Señor Jesús, Tú que nos adviertes
de las adversidades que tendremos
que pasar por vivir nuestra Fe en ti,
te pedimos que nos des la gracia
de tu Espíritu Santo,
para que en todo momento,
 en cada circunstancia,
nuestra vida y nuestras  actitudes,
hablen de ti y te den a conocer,
para que así mostremos tu proyecto de amor,
que buscamos hacerlo vida,
aún en medio de persecuciones y desprecios,
pero buscando siempre identificarnos contigo,
dando testimonio de ti, en todo momento,
buscando ser fieles y coherentes,
haciendo vida tus enseñanzas.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

Creo en un solo Bautismo.



En la Catequesis de la Audiencia General de los Miércoles, el Papa Francisco prosiguió su reflexión sobre los artículos del Credo, hablando esta vez de la única referencia a un sacramento en la profesión de Fe: "Creo en un solo bautismo para el perdón de los pecados". El Papa dijo que:
“En efecto el Bautismo es la "puerta" de la Fe y de la vida cristiana" y la misión de la Iglesia, siguiendo el mandato del Resucitado es "evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento bautismal". Para explicar mejor esa expresión, la dividió en tres puntos: "Creo"; "en un sólo bautismo"; "para el perdón de los pecados".
Pronunciando "Creo", afirmamos ‘nuestra verdadera identidad como hijos de Dios’. Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra Fe en el perdón de los pecados. El sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un ‘segundo bautismo’, que nos lleva siempre al primero para consolidarlo y renovarlo.
El Bautismo "es el punto de partida de un camino de conversión que dura toda la vida. Cuando vamos a confesar nuestras debilidades, nuestros pecados, vamos a pedir perdón a Jesús, pero también vamos a renovar el Bautismo con ese perdón.”
El Papa Francisco, tras afirmar que el Bautismo es también "la partida de nacimiento del cristiano en la Iglesia", pidió a los participantes en la Audiencia que levantasen la mano si, además del día del cumpleaños, recordaban también el día del bautismo y, dado que en la Plaza de San Pedro se levantaron pocos brazos, puso a todos la tarea de buscarla cuando volvieran a casa y celebrar así también el cumpleaños del nacimiento en la Iglesia.
El Papa pasó después al segundo elemento: un sólo Bautismo, recordando que la palabra "Bautismo" significa literalmente "inmersión". "Este sacramento -subrayó- constituye una verdadera inmersión espiritual en la muerte de Cristo, de la que resurgimos con él como nuevas criaturas. Es un baño de regeneración e iluminación".
Regeneración porque actúa ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede entrar en el reino de los cielos. Iluminación, porque a través del Bautismo, la persona se llena de la gracia de Cristo, "luz verdadera que ilumina a todo hombre" y disipa las tinieblas del pecado. En virtud de este don el bautizado está llamado a convertirse él mismo en "luz" para los demás, especialmente para los que viven entre tinieblas y no ven ningún destello luminoso en el horizonte de sus vidas".
Por último, el perdón de los pecados: en el sacramento del Bautismo "se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos los pecados personales, así como toda forma de castigo por el pecado. Con el Bautismo se abre la puerta a una nueva forma de vida que no está oprimido por el peso de un pasado negativo y en la que resuena ya la belleza y la bondad del reino de los cielos".
"Es una poderosa intervención de la misericordia de Dios en nuestras vidas, para salvarnos. Pero esta intervención salvífica no priva a nuestra naturaleza humana de su debilidad ni disminuye nuestra responsabilidad de pedir perdón cada vez que nos equivocamos".
"Yo no puedo bautizarme, dos veces, tres o cuatro –improvisó al final de la Catequesis- pero sí puedo ir a confesarme y cuando lo hago renuevo la gracia del Bautismo. El Señor Jesús, que es tan bueno y nunca se cansa de perdonar, me perdona."

"¡Recuerden! El Bautismo abre la puerta de la Iglesia, pero cuando la puerta se entrecierra un poco por nuestras debilidades y nuestros pecados, la Confesión vuelve a abrirla porque es como un segundo Bautismo que nos perdona todo y nos ilumina a ir adelante con la luz del Señor. Vayamos así, alegres. Porque la vida hay que vivirla con la alegría de Jesucristo y esta es una gracia del Señor", concluyó.
Vaticano, 13 Nov. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

San Gregorio I Magno.



“La prueba del amor está en la obras. Donde el amor existe se obran grandes cosas y cuando deja de obrar deja de existir.”

San Gregorio I Magno
Papa y Doctor de la Iglesia.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Decisión de cada uno.



Jesús no se dedicó a hablar mucho de la vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Solo cuando un grupo de saduceos se le acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”.
Su Fe es sencilla. Es verdad que nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.
El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.
Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más radicales que llevamos dentro? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el fundamento último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la salvación que andamos buscando?
La Fe se nos está quedando ahí, arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.
Esta respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?

Fuente: José Antonio Pagola

Los muertos resucitan.



En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."
Jesús les contestó:
"En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."
Evangelio: (Lc. 20, vs 27-38)

Oración:
Señor Jesús,
Tú que nos has revelado a ese Dios
vivo y verdadero que es Dios de vivos y no de muertos,
ayúdanos a vivir nuestra relación contigo y con el Padre,
en una relación de comunión y adhesión,
buscando ser dóciles a su voz,
haciendo vida tus enseñanzas,
viviendo como Tú,
colocando el corazón y la mirada
en ese encuentro definitivo contigo,
donde Tú nos darás a cada uno
aquello que hemos vivido,
que cosecharemos lo que hemos sembrado.
Por eso, danos tu gracia,
para que viviendo plenamente esta vida,
haciendo vida tus enseñanzas,
nos dispongamos a ese encuentro
que será pleno y definitivo,
cuando Tú pronuncies nuestro nombre
y nos llames a estar contigo,
participando de tu vida,
siendo glorificados en ti y por ti.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

Virgen María.



Acto de Consagración

¡Oh Señora mía, Oh Madre mía!
Yo me ofrezco del todo a ti.
Y en prueba de mi filial afecto
te consagro en este día
mis ojos, mis oídos,
mi lengua, mi corazón;
en una palabra
todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo,
¡Oh Madre de bondad!
Guárdame y defiéndeme
como cosa y posesión tuya.
Amén.

Fuente: Tríptico Nuestra Señora de la Tirana

La Iglesia crece solo con el amor.



Ante unas 50 mil personas reunidas en la Plaza de San Pedro el Papa Francisco reflexionó esta mañana, en la Catequesis de la Audiencia General, sobre la comunión de las cosas espirituales, centrándose en los Sacramentos, los carismas y la caridad; y explicó que solo con el amor la Iglesia crece. El Santo Padre dijo que:
 "A menudo somos demasiado áridos, indiferentes, distantes y en lugar de transmitir fraternidad, trasmitimos mal humor, trasmitimos frialdad, trasmitimos egoísmo. Y con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo ¿se puede hacer crecer a las Iglesias? ¿Se puede hacer crecer a toda la Iglesia? No, con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo la Iglesia no crece: crece sólo con el amor, con el amor que viene del Espíritu Santo. ¡El Señor nos invita a abrirnos a la comunión con Él, en los Sacramentos, en los carismas y en la caridad, para vivir de una manera digna nuestra vocación cristiana!
Los Sacramentos de la Iglesia no son apariencias, no son ritos; los Sacramentos son la fuerza de Cristo, está Jesucristo. Cuando celebramos la Misa, en la Eucaristía está Jesús vivo, Él, vivo, que nos reúne, nos hace comunidad, nos hace adorar al Padre. Cada encuentro con Cristo, que nos da la salvación en los Sacramentos, nos invita a ‘ir’ y a comunicar a los otros la salvación que podemos ver, tocar, conocer, recibir, y que es creíble de verdad, ya que es amor. De esta manera, los Sacramentos nos llevan a ser misioneros. Y el compromiso apostólico de llevar el Evangelio a todas partes, incluso en las más hostiles, constituye el fruto más auténtico de una asidua vida sacramental, porque es participación a la iniciativa salvífica de Dios, que quiere dar la salvación a todos.
Carisma’ es una palabra un poco difícil. Los ‘carismas’ son los regalos que nos hace el Espíritu Santo (…) son gracias especiales, dadas a algunos para hacer el bien a otros. Son actitudes, de la inspiración y de los impulsos interiores, que surgen de la conciencia y de la experiencia de determinadas personas, que están llamadas a ponerlos al servicio de la comunidad. En particular, estos dones espirituales benefician a la santidad de la Iglesia y su misión".
Sobre la caridad, que es el amor, el Santo Padre dijo que sin éste, "incluso los dones más extraordinarios son en vano, Pero, este hombre cura a la gente: eh, tiene esta cualidad, esta virtud, sana a la gente. ¿Pero tiene amor en su corazón? ¿Tiene caridad? Si la tiene, adelante; pero si no la tiene, no sirve a la Iglesia".
"Sin amor, todos los dones no sirven a la Iglesia, porque donde no hay amor hay un vacío, un vacío que es llenado por el egoísmo. Y les pregunto, ¿si todos somos egoístas, sólo egoístas, podemos vivir en comunidad, en paz? ¿Se puede vivir en paz si todo el mundo es egoísta? ¿Se puede o no se puede? [La gente responde: ¡No!] ¡No se puede! Por eso, es necesario el amor que nos une: la caridad.
¡El más pequeño de nuestros actos de amor tiene efectos buenos para todo el mundo! Por lo tanto, vivir la unidad de la Iglesia, la comunión de la caridad significa no buscar el propio interés, sino compartir los sufrimientos y las alegrías de los hermanos, dispuestos a llevar las cargas de los más débiles y los pobres. Esta solidaridad fraterna no es una figura retórica, una forma de decir, sino que es una parte integrante de la comunión entre los cristianos.
Si la vivimos, nosotros somos en el mundo signo, nosotros somos "sacramento" del amor de Dios. ¡Lo somos unos para otros y lo somos para todos! No se trata de aquella caridad mezquina que podemos ofrecernos recíprocamente, es algo más profundo: es una comunión que nos permite entrar en el gozo y el dolor de los demás para hacerlos nuestros, sinceramente".

Vaticano, 06 Nov. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

viernes, 8 de noviembre de 2013

Dios Mío.



Oración:
Dios mío, Trinidad que adoro,
ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo
para establecerme en ti,
inmóvil y apacible como si mi alma
estuviera ya en la eternidad;
que nada pueda turbar mi paz,
ni hacerme salir de ti, mi inmutable,
sino que cada minuto
me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio.
Pacifica mi alma.
Haz de ella tu cielo, tu morada amada
y el lugar de tu reposo.
Que yo no te deje jamás solo en ella,
sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi Fe,
en adoración,
entregada sin reservas a tu acción creadora.

Beata Isabel de la Trinidad

Oración para cada día del Año de la Fe.



El Papa Emérito Benedicto XVI espera que el Año de la Fe pueda llevar a todos los creyentes a aprender de memoria el Credo y nos invita a recitarlo todos los días como oración.

Credo de Nicea-Constantinopla

Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día, según las Escrituras,

y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;

y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.

Fuente: 1.-Aciprensa
              2.-Catecismo de la Iglesia Católica

La comunión con Dios.



En la Audiencia General realizada en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco reflexionó sobre la “comunión de los santos”, y aseguró que la experiencia de la comunión fraterna nos lleva a la comunión con Dios.

“La comunión entre las personas santas, es una verdad de las más consoladoras de nuestra Fe, porque nos recuerda que no estamos solos, sino que existe una comunión de vida entre todos los que pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la Fe; de hecho, el término ‘santos’ se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y son incorporados a Él en la Iglesia a través del Bautismo. Por eso los primeros cristianos también fueron llamados ‘santos’.

La Iglesia, en su verdad más profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, comunión de amor con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión fraterna.

Esta relación entre Jesús y el Padre es la ‘matriz’ de la unión entre nosotros cristianos: si estamos íntimamente incluidos en esta "matriz", en este horno ardiente de amor que es la Trinidad, entonces podemos verdaderamente convertirnos en un único corazón y en una sola alma entre nosotros, porque el amor de Dios quema nuestros egoísmos, nuestros prejuicios, nuestras divisiones internas y externas. El amor de Dios quema también nuestros pecados.

Nuestra Fe necesita el apoyo de los demás, ¡especialmente en los momentos difíciles! Y si estamos unidos, la Fe se hace fuerte. Todos somos frágiles, todos tenemos limitaciones: no se asusten. ¡Todos las tenemos! Sin embargo, en estos momentos difíciles hay que confiar en la ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante encontrar el coraje y la humildad para estar abiertos a los demás, para pedir ayuda, para que nos den una mano: ‘dame una mano, tengo este problema’.

La comunión de los santos va más allá de la vida terrena, va más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre nosotros va más allá y continúa en la otra vida. Es una unión espiritual que nace del Bautismo, no se trunca con la muerte, sino que, gracias a que Cristo ha resucitado, está destinada a encontrar su plenitud en la vida eterna.

Existe un vínculo profundo e indisoluble entre los que todavía son peregrinos en este mundo, entre nosotros, y los que han cruzado el umbral de la muerte a la eternidad. Todos los bautizados en la tierra, las almas del Purgatorio y todos los beatos que están ya en el Paraíso forman una única gran Familia. Esta comunión entre tierra y cielo se realiza sobre todo en la oración de intercesión.

Queridos amigos, tenemos esta belleza, la memoria de la Fe: es una realidad nuestra, de todos, que nos hace hermanos, que nos acompañamos en el camino de la vida, y nos vamos a encontrar de nuevo, allí arriba, en el Cielo. Vayamos por este camino con confianza, con alegría.”

El Santo Padre dijo que “un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos hermanos bautizados que caminan con nosotros, y también con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que hacen este viaje para ir al Cielo, y también con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el Cielo y rezan a Jesús por nosotros”. “¡Adelante por este camino, y con alegría!”, concluyó.


Vaticano, 30 Oct. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias