El Papa Benedicto XVI explicó en
la Audiencia General de esta mañana que la contemplación de Cristo,
especialmente en la oración, no aleja de la realidad sino que permite a la persona ser más partícipes de
las vicisitudes humanas.
Según señala Radio Vaticana, así
lo indicó el Papa en su catequesis de hoy ante miles de personas provenientes
de distintas partes del mundo reunidas en el Aula Pablo VI. Ante ellos
reflexionó sobre la oración de contemplación del Apóstol San Pablo de la que
habla en la Segunda Carta a los Corintios. El Santo Padre dijo:
"La contemplación de Cristo
en nuestra vida no nos hace extraños de la realidad, como ya dicho, más bien
nos hace aun más participes de las vicisitudes humanas porque el Señor,
atrayéndonos a sí en su oración, nos
permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor. El
encuentro diario con el Señor y la frecuencia en los sacramentos puede abrir
nuestras mentes y nuestros corazones a su presencia, a sus palabras, a su
acción. La oración no es sólo el
respiro del alma, sino que –para usar una imagen– también es un oasis de paz,
en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y
transforma nuestra existencia. Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir la
montaña de la santidad, para que nos acerquemos cada vez más a Él,
ofreciéndonos a lo largo del camino sus luces y consuelos”.
Reflexionando sobre la
profundidad de la oración de San Pablo, que hacen que se pueda hablar de él
como un místico, el Papa indicó que: "la mística de San Pablo no se funda
sólo en los eventos excepcionales por él vividos, sino también en la cotidiana
e intensa relación con el Señor que lo ha sostenido siempre con su Gracia. La mística no lo ha alejado de la realidad, al
contrario, le ha dado la fuerza para vivir cada día por Cristo y de
construir la Iglesia hasta el fin del mundo de aquel tiempo. La unión con Dios
no aleja del mundo, sino que nos da
la fuerza de estar realmente, de hacer cuánto se debe hacer en el mundo.
También en nuestra vida de oración podemos tener quizás momentos de particular
intensidad, en los que sentimos más viva la presencia del Señor, pero es
importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobre todo en
las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia
de Dios. Solamente, si somos aferrados por el amor de Cristo, estaremos en
condiciones de enfrentar toda adversidad como Pablo, convencidos que todo
podemos en Aquel que nos da fuerza.
Por lo tanto cuanto más espacio damos a la oración,
veremos que nuestra vida se transformará más y será animada por la fuerza
concreta del amor de Dios. Así ocurrió por ejemplo, con la
bienaventurada Madre Teresa de Calcuta, que en la contemplación de Jesús y
justamente también en tiempos de larga aridez encontraba la razón última y la
fuerza increíble para reconocerlo en los pobres y en los abandonados, no
obstante su frágil figura.
Así como con el Apóstol, "el
Señor no libera de los males, pero
nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las
persecuciones. La Fe, por lo tanto, nos dice que si permanecemos en Dios
‘aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se
va renovando día a día, precisamente en las pruebas’.
El Apóstol comunica a los
cristianos de Corinto –y también a nosotros– que ‘nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara
una gloria eterna, que supera toda medida’. En realidad, humanamente
hablando, no era un peso ligero el de las dificultades, era gravísimo. Sin
embargo, en comparación con el amor de Dios, con la grandeza de ser amados por
Dios, se vuelve ligero, sabiendo que la cantidad de la gloria será
inconmensurable.
Así que, en la medida en que
crecemos en nuestra unión con el Señor y en que nuestra oración se vuelve
intensa, también nosotros vamos a lo
esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de
nuestras virtudes, nuestras capacidades, el que realiza el Reino de Dios, sino
que es Dios el que obra maravillas, justo a través de nuestra propia debilidad,
de nuestro no estar a la altura del cargo. Por lo tanto, debemos tener la
humildad de no confiar simplemente en nosotros mismos, sino de trabajar con la
ayuda del Señor en la viña del Señor, encomendándonos a Él como ‘frágiles
recipientes de barro’.
Solo la
fe, el confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que no nos abandona
es la garantía de no trabajar en vano. Así la Gracia del Señor ha sido la fuerza que ha
acompañado a San Pablo en las tremendas fatigas para difundir el Evangelio y su
corazón ha entrado en el corazón de Cristo, volviéndose capaz de conducir a los
otros hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros.
En la oración abrimos por tanto
nuestro ánimo al Señor para que Él venga a habitar nuestra debilidad,
transformándola en fuerza para el Evangelio. Y es rico de significado también
el verbo griego con el que Pablo describe este morar del Resucitado Señor en su
frágil humanidad; usa episkenoo, que podremos interpretar con ‘poner
la propia tienda’. El Señor, continúa poniendo su tienda en nosotros, en
medio a nosotros: es el Misterio de la Encarnación. El mismo Verbo divino, que
ha venido a morar en nuestra humanidad, quiere habitar en nosotros, plantar en
nosotros su tienda, para iluminar y
trasformar nuestra vida y el mundo".
Contemplar al Señor es, al mismo
tiempo, fascinante y tremendo: fascinante porque Él nos atrae a si y rapta
nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo
a su altura donde experimentamos la paz, la belleza de su amor; tremendo
porque desnuda nuestra debilidad humana, nuestra inadecuación, la fatiga de
vencer al Maligno que insidia nuestra vida, aquella espina clavada también en
nuestra carne. En la oración, en la contemplación cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios
y sentimos que son verdaderas las palabras de San Pablo a los cristianos de
Roma cuando ha escrito: ‘porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los
poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor’.
El Papa Benedicto XVI afirmó
también que "de una manera en la que arriesgamos de confiar solamente en
la eficiencia y la potencia de los medios humanos, en este mundo, estamos
llamados a redescubrir y a testimoniar
la potencia de Dios que se transmite, se comunica en la oración, con
la cual crecemos cada día en el conformar nuestra vida a aquella de
Cristo".
Vaticano, 13 Junio 2012
Fuente:
(ACI/EWTN Noticias)
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