sábado, 12 de enero de 2013

Dios se hizo hombre.




En su Catequesis semanal de la Audiencia General y ante miles de fieles presentes en el Aula Pablo VI, el Santo Padre dijo que:

"En este tiempo de Navidad, nos detenemos de nuevo en el gran misterio de Dios que bajó de su Cielo para entrar en nuestra carne. En Jesús, Dios se encarnó, se hizo hombre como nosotros, y así nos abrió el camino hacia su Cielo, hacia la comunión plena con Él.  Dios tomó la condición humana para curar de todo lo que nos separa de Él, por lo que podemos llamar, en su Hijo unigénito, con el nombre de ‘Abba, Padre’ y ser verdaderamente sus hijos.
Es importante, entonces, recuperar el asombro ante el misterio, dejarse envolver por la magnitud de este acontecimiento: Dios ha recorrido como un hombre nuestros caminos, entrando en el tiempo del hombre, para comunicarnos su propia vida. Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que con su poder somete al mundo, sino con la humildad de un niño.
En el Evangelio de San Juan se dice que ‘La Palabra se hizo carne’, esta última palabra, según la costumbre judía, se refiere a la persona integralmente, en su totalidad, a su aspecto de caducidad y temporalidad, su pobreza y su contingencia. Y ello para decirnos que la salvación traída por el Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, abraza al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que se encuentre.
La expresión "el Verbo se hizo carne" es una de esas verdades a las que nos hemos acostumbrado tanto, que ya casi no nos impacta la magnitud del evento que expresa. Y de hecho, en este tiempo de Navidad, en el que esta expresión se repite a menudo en la liturgia, a veces se da mayor atención a los aspectos exteriores, a los ‘colores’ de la fiesta, en lugar de estar atentos al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos: algo absolutamente impensable, que sólo Dios podía obrar y en la que sólo se puede entrar con la Fe.
Como segundo punto los regalos que se intercambian en Navidad, son una expresión de afecto y estima que recuerda la entrega total de amor a Dios para los hombres, se entregó por nosotros, asumió nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran don. Incluso en nuestro dar no es importante que un regalo sea caro o no; quien no es capaz de donar un poco de sí mismo, da siempre muy poco; incluso, a veces se intenta reemplazar el corazón y el compromiso de donación de uno mismo con el dinero, con cosas materiales.
El hecho de la Encarnación de Dios, que se hace un hombre como nosotros, nos muestra el realismo sin precedentes del amor divino. La acción de Dios, de hecho, no se limita a las palabras, es más podríamos decir que Él no se contenta con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí la fatiga y el peso de la vida humana.
Este modo de actuar de Dios es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el realismo de nuestra Fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos y emociones, sino que debe entrar en la realidad de nuestra existencia, es decir, debe tocar nuestra vida de cada día y orientarla de manera práctica. Dios no se detuvo en las palabras, sino que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, salvo en el pecado.
El evangelista San Juan claramente alude a la historia de la creación que se encuentra en los primeros capítulos del Libro del Génesis, y los relee a la luz de Cristo. Este es un criterio fundamental en la lectura cristiana de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre deben ser leídos juntos y a partir del Nuevo se revela el sentido más profundo también del Antiguo.
Los Padres de la Iglesia han acercado a Jesús a Adán, hasta llamarlo ‘segundo Adán’ o el nuevo Adán, la imagen perfecta de Dios. Con la Encarnación del Hijo de Dios tiene lugar una nueva creación, que nos da la respuesta completa a la pregunta ‘¿Quién es el hombre?’. Sólo en Jesús se revela plenamente el proyecto de Dios sobre el ser humano: Él es el hombre definitivo según Dios. El Concilio Vaticano II lo reitera firmemente. Dice así: ‘en realidad, sólo en el misterio del Verbo encarnado, encuentra verdadera luz el misterio del hombre... Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le revela su sublime vocación’.
En aquel niño, el Hijo de Dios contemplado en la Navidad, podemos reconocer el verdadero rostro, no solo de Dios sino del ser humano; y sólo mediante la apertura de la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, nosotros realizamos el plan de Dios sobre nosotros. Sobre cada uno de nosotros.”
"Queridos amigos –concluyó el Papa– en este periodo meditamos sobre la grande y maravillosa riqueza del misterio de la Encarnación, para permitir que el Señor nos ilumine y nos transforme cada vez más a la imagen de su Hijo hecho hombre por nosotros".

Vaticano, 09 Ene. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias



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