sábado, 27 de octubre de 2012

Con ojos nuevos.




La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con Fe va a desencadenar su curación.
 Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.
Fuente: José Antonio Pagola



El ciego de Jericó.




46  Llegaron a Jericó. Y, al salir Jesús de allí, acompañado de
      sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo
      (Bartimeo), un limosnero ciego estaba sentado a la orilla del
      camino.
47  Cuando supo que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
      “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”
48  Varias personas trataron de hacerlo callar. Pero él gritaba
      mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
49  Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo.” Llamaron al ciego,
      diciéndole: “¡Párate, hombre!, te está llamando.”
50  Y él, arrojando su manto, de un salto se puso de pie y llegó
      hasta Jesús.
51  Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” El ciego
      respondió: “Maestro, que yo vea.” Entonces Jesús le dijo:
      “Puedes irte; tu Fe te ha salvado.
52  Y al instante vio, y se puso a caminar con Jesús.

Evangelio: (Marcos 10, vs 46-52)

Oración:

Permite que te sigamos por el camino
Oh Cristo, que has librado nuestra vida
de las sombras del pecado y la muerte...
permite que dejando todo aquello
en lo que hemos confiado ciegamente,
seamos en el mundo presencia amorosa
de tu Reino entre las personas.
Y continua abriendo nuestros ojos
ante los signos de tu paso;
que podamos decirte en medio de todos:
“Piedad de nosotros, Hijo de David,
llena nuestras vidas de tu Gracia”.
Para llevar a los pobres y a los pequeños
esta noticia gozosa de tu cercanía…
Para llevarte a ti, oh Cristo,
luz, camino y aspiración verdadera
de todo hombre que viene a este mundo.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

viernes, 26 de octubre de 2012

Carta Apostólica PORTA FIDEI. (8)




En forma de Motu Proprio
Del Sumo Pontífice
BENEDICTO XVI
Con la que se convoca el Año de la Fe.

14. El Año de la Fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la Fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene Fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa Fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la Fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes Fe y yo tengo obras, muéstrame esa Fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la Fe”» (St 2, 14-18).

La Fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin Fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La Fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la Fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la Fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la Fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).

15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la Fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la Fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la Fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra Fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra Fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la Fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.


BENEDICTO XVI

Nota: Publicación original y completa de escritos 14 y 15  de un total de 15. Final.
Fuente:  www.vatican.va

jueves, 25 de octubre de 2012

Que es la Fe.




Siguiendo el ciclo de Catequesis que anunció el Miércoles pasado en ocasión del Año de la Fe, el Papa Benedicto XVI dedicó la Audiencia General de esta mañana a responder a la pregunta: ¿Qué es la fe?
Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro que aún está con las imágenes de los 7 nuevos santos que canonizó el Domingo, el Santo Padre dijo que:
"Hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo elemental: ¿Qué es la Fe? ¿Tiene sentido la Fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto nuevos horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy en día?
En efecto, en nuestro tiempo es necesaria una educación renovada en la Fe, que abarque por cierto el conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que, en primer lugar, nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en Él, de modo que abrace toda nuestra vida. Ante diversos desafíos que presenta el mundo actual y que generan una especie de "desierto espiritual", y a pesar de los avances de la ciencia, el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia.
Sumado a esto está la tendencia de creer sólo en aquello que se puede ver y tocar. Sin embargo hay quienes, pese a la desorientación, intentan ir más allá para responder a preguntas fundamentales como: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr en la vida un resultado bueno y feliz? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?
Necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos. La Fe nos da precisamente esto: en una confiada entrega a un ‘Tú’, que es Dios, el cual me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia.
La Fe, no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y me ama, es adhesión a un ‘Tú’ que me da esperanza y confianza.
Ciertamente, esta unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a cada uno de nosotros. Aún más, Dios ha revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, en la forma más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo hasta el sacrificio total.
Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La Fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación".
Debemos ser capaces de proclamar y anunciar esta certeza liberadora y tranquilizadora de la Fe, con palabras y con nuestras acciones para mostrarla con nuestra vida como cristianos, el rechazo, por lo tanto, no nos debe desalentar. Como cristianos, somos testigos de este suelo fértil, nuestra Fe, incluso dentro de nuestros límites, demuestra que hay buena tierra, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, paz y amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia, con todos los problemas, demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena que da fruto.
La Fe es ante todo "un don sobrenatural, un don de Dios". La base de este camino de Fe "es el bautismo, el sacramento que nos da el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de Fe, en la Iglesia: no se cree, sin prevenir la gracia del Espíritu; y no creemos solos, sino junto con los hermanos. A partir del Bautismo cada creyente está llamado a re-vivir y hacer su propia confesión de Fe, junto con sus hermanos”.
El Papa indicó además que si bien "la Fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice claramente: ‘Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre’".
Para concluir, el Santo Padre dijo que: "nuestro tiempo requiere cristianos que han sido aferrados por Cristo, que crezcan en la Fe a través de la familiaridad con las Sagradas Escrituras y los Sacramentos. Personas que sean casi como un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia del Dios que nos sostiene en el camino y nos abre a la vida que no tendrá fin. Gracias".
Vaticano, 24 Oct. 2012
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

sábado, 20 de octubre de 2012

De eso nada.




Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día "el uno a su derecha y el otro a su izquierda".

A Jesús se le ve desalentado: "No sabéis lo que pedís". Nadie en el grupo parece entenderle que seguirle a él de cerca colaborando en su proyecto, siempre será un camino, no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz.

Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.
    
Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para "tiranizar" a los pueblos, y los grandes no hacen sino "oprimir" a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: "Vosotros, nada de eso".

No quiere ver entre los suyos nada parecido: "El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos". En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.

Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la comunidad cristiana.

Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino "para servir y dar su vida en rescate por muchos". Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.

La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar.

Fuente: José Antonio Pagola

Santiago y Juan piden los primeros puestos.




35  Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le
      dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te
      vamos a pedir.”
36  El les dijo: “¿Qué quieren de mí?
37  Ellos respondieron: “Concédenos que nos sentemos uno a tu
      derecha y el otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria.”
38  Jesús les dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber la
      copa que estoy bebiendo o bautizarse como me estoy
      bautizando?
39  Ellos contestaron: “Sí, podemos.” Jesús les dijo: “Pues bien,
      la copa que bebo, también la beberán ustedes, y serán
      bautizados con el mismo bautismo que estoy recibiendo;
40  pero no depende de mí que se sienten a mi derecha o a mi
      izquierda. Esto ha sido reservado para otros.
41  Cuando los otros diez oyeron esto,
42  se enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo:
      “Cómo ustedes saben, los que se consideran jefes de las
      naciones las gobiernan como si fueran sus dueños, y los
      que tienen algún puesto hacen sentir su poder.
43  Pero no será así entre ustedes.
      Al contrario, el que quiera ser el más importante entre
      ustedes, que se haga el servidor de todos;
44  y el que quiera ser el primero, que se haga siervo de todos.
45  Así como el Hijo del Hombre no vino para que lo sirvieran,
      sino para servir y dar su vida como rescate de una
      muchedumbre.

Evangelio: (Marcos 10, vs 35-45)

Oración:

Señor Jesús,
Tú el enviado del Padre,
que has venido a mostrarnos
el camino para llegar a Él,
Tú que eres camino, verdad y vida,
derrama tu amor en nosotros,
y ayúdanos a amar
y actuar como Tú,
para que tengamos de ti,
tu ayuda y tu bendición para vivir la vida
con tus sentimientos y tus actitudes.
Derrama Señor,
en nosotros tu gracia
para que profundicemos
tus actitudes y tus disposiciones,
para que podamos imitarte
en todo momento.
Ven Señor, ven en nuestra ayuda
y danos tu amor y tu paz
para actuar como Tú lo hiciste
amando y sirviendo, como Tú.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

jueves, 18 de octubre de 2012

El Credo como clave para la conversión.




Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro esta mañana, el Papa Benedicto XVI presentó la oración del Credo como clave para la conversión personal y como antídoto ante el relativismo y el subjetivismo. En la síntesis de la Catequesis en español, el Santo Padre dijo que:
“En este Año de la Fe que acaba de empezar, hoy comienzo una serie de catequesis que busca profundizar el tema de la Fe para renovar la alegría de creer en Jesucristo y caminar tras sus huellas. La Iglesia nos guía en este propósito por medio de la Palabra, los sacramentos y una caridad activa.
Creer no es el encuentro con una idea o un programa, sino con una Persona, que vive y nos transforma al revelarnos nuestra verdadera identidad. Creer no es algo extraño y lejano a nuestra vida, algo accesorio; al contrario, la Fe en el Dios del amor, que se ha encarnado y ha muerto en la cruz por nuestra salvación, nos presenta de forma clara que sólo en el amor encuentra el hombre su plenitud. En cambio, todo lo que es contrario a ese amor lo destruye. Así, Dios ha querido revelarse y mostrarnos su designio haciéndonos capaces de reconocerle presente en la historia, con su Palabra y su obra.
La Iglesia se hace portadora de este anuncio que contiene la regla de la Fe, a la que debemos mantenernos fieles. En el Credo está lo esencial de esa Fe, no sólo desde un punto de vista intelectual, sino, sobre todo, vivencial, pues sobre esa base debemos fundar nuestra conducta, la vida moral, ya que la Fe exige nuestra conversión, por encima de todo relativismo y subjetivismo.”


En su catequesis en italiano y tras recordar que el Año de la Fe celebra el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, el Papa dijo que: "con la Fe cambia realmente todo en nosotros y para nosotros, y se revela claramente nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida, la alegría de ser peregrinos hacia la Patria celestial. Hoy en día, es necesario reiterarlo con claridad. Al tiempo que las transformaciones culturales que se están realizando, muestran a menudo tantas formas de barbarie, que pasan bajo el signo de ‘conquistas de la civilización’: la Fe afirma que existe verdadera humanidad sólo en los lugares, en los gestos, en los tiempos y en las formas en que el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se expresa como don y se manifiesta en relaciones llenas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado a los demás.
La maravilla de la Fe: Dios, en su amor, crea en nosotros –a través de la obra del Espíritu Santo– las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de ponerse en contacto con nosotros, de hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharlo y de acogerlo. La Iglesia se ha convertido en la portadora de una nueva y sólida esperanza: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, salvador del mundo, que está sentado a la diestra del Padre, y es el juez de los vivos y de los muertos. Éste es el kerigma, el anuncio central e impetuoso de la Fe".
Sobre la importancia del Credo o Símbolo de la Fe, el Papa dijo que: “es necesario actualmente que se conozca, se comprenda y se rece mejor. Sobre todo, es importante que el Credo sea, por decirlo así ‘reconocido’. En efecto, conocer podría ser una acción sólo intelectual, mientras que ‘reconocer’ quiere decir la necesidad de descubrir la profunda conexión que hay entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra vida cotidiana, para que estas verdades sean real y efectivamente –como siempre fueron– luz para los pasos de nuestra vida, agua que riega nuestro camino árido y sediento, vida que vence algunos desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación".
Luego de resaltar que "no fue una casualidad que el Beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia Católica, norma segura para la enseñanza de la Fe y fuente certera para una catequesis renovada, se fundara en el Credo", el Papa se refirió a una serie de desafíos urgentes de la sociedad actual.


"Hoy en día vivimos en una sociedad profundamente cambiada, incluso en comparación con el pasado reciente y en constante movimiento. Los procesos de secularización y de una mentalidad nihilista en la que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad común. De este modo, la vida es vivida con frecuencia a la ligera, sin ideales claros y esperanzas sólidas, en el marco de lazos sociales y familiares ‘líquidos’ y provisionales.
En particular, no se educa a las generaciones más jóvenes a la búsqueda de la verdad y el sentido profundo de la existencia, que supera lo contingente, a la estabilidad de los afectos, a la confianza. Por el contrario, el relativismo lleva a no tener puntos fijos, la sospecha y lo voluble causan rupturas en las relaciones humanas, al tiempo que la vida se vive en experimentos que duran poco, sin asumirse responsabilidad alguna".
El Papa alertó que todo esto afecta a los creyentes y ocasiona que "a menudo, el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central de su Fe católica, del Credo, y de este modo deja espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades en las cuales creer y sobre la singularidad salvífica del cristianismo". No está tan lejos hoy el riesgo de construirse, por así decirlo, una religión ‘hecha por sí mismos’. En cambio, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo, debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar con mayor profundidad en nuestras conciencias y nuestra vida de cada día."
El Papa destacó además que "conocer a Dios, encontrarlo, profundizar los rasgos de su rostro pone en juego nuestra vida, porque Él entra en los dinamismos profundos del ser humano".
"Que el camino que cumpliremos este año –concluyó– pueda hacernos crecer a todos en la Fe y en el amor de Cristo, para que podamos aprender a vivir –en las opciones y acciones diarias– la vida buena y bella del Evangelio".

Vaticano, 17 Oct. 2012
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

sábado, 13 de octubre de 2012

San Vicente de Paul : La pobreza de Jesús.




San Vicente exalta la pobreza de Jesús y de todos aquellos que quieren seguirle:

“...Bienaventurados los pobres de corazón y de afecto, porque su herencia es el reino de los cielos. Esa es la primera razón que el Salvador del mundo alega para llevar a los hombres al amor de la pobreza: los pobres son bienaventurados. ¡Qué gran razón para amar la pobreza, pues es ella la que nos da la felicidad! Pero ¿en qué consiste esa bienaventuranza? Hela aquí, como una segunda razón para confirmar la primera: porque de ellos es el reino de los cielos. Y después de estas razones, nos enseña lo que es la pobreza. Cuando aquel joven fue a buscar a nuestro Señor para que le dijera lo que tenía que hacer para asegurar su salvación, Jesús le dijo: véndelo todo, no te reserves nada. Así dice y explica perfectamente en qué consiste la pobreza: en una perfecta renuncia a todas las cosas de la tierra; una renuncia completa... Indica también los medios para conseguirlo, cuando les dice un poco más tarde a los discípulos: es más difícil..., perdón, es más fácil que pase un camello por el agujero de una aguja que hacer entrar a un rico en el cielo; la puerta es muy estrecha, y esas gentes inflamadas y cargadas de bienes no podrán pasar. ¡Poderoso medio, poderoso medio, que arrastra detrás de sí a los espíritus! Él fuerza, arrastra la necesidad de la salvación; no hay medio, si se tiene el corazón apegado a las riquezas. ¡Qué medio tan poderoso para hacer que se abrace la pobreza! (XI,171)

Fuente: Lectio Divina Vicenciana 

Jesús y el joven rico.




17  Jesús estaba a punto de partir cuando uno corrió a su
      encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: “Maestro
      bueno, ¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?”
18  Jesús le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Uno solo es
      bueno, y ése es Dios.
19  Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
      adulterio, no robes, ni digas cosas falsas de tu hermano, no
      seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.
20  El otro contestó: “Maestro, todos esto lo he practicado desde
      muy joven.”
21  Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo: “Sólo te falta una
      cosa: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y así
      tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.
22  Cuando el otro oyó estas palabras, se sintió golpeado, porque
      tenía muchos bienes, y se fue muy triste.
23  Entonces Jesús, mirando alrededor de él, dijo a sus
      discípulos: “¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios
      los que tienen riqueza!
24  Los discípulos se sorprendieron cuando oyeron estas
      palabras. Pero Jesús insistió: “Hijos míos, ¡qué difícil es
      entrar en el Reino de Dios!
25  Es más fácil para un camello pasar por el Ojo de la Aguja,
      que para un rico entrar en el Reino de Dios.
26  Ellos se asombraron más todavía y comentaban: “Entonces,
      ¿quién puede salvarse?”
27  Jesús los miró fijamente y les dijo: “Para los hombres es
      imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es
      posible.
28  Entonces, Pedro le dijo: “Nosotros lo hemos dejado todo para
      seguirte.”
29  Y Jesús le aseguró: “Ninguno que haya dejado su casa,
      hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por amor
      a mí y a la Buena Nueva quedará sin recompensa.
30  Pues recibirá cien veces más en la presente vida en casas,
      hermanos, hermanas, hijos y campos; esto no obstante las
      persecuciones. Y en el mundo venidero: la vida eterna.
             
Evangelio: (Marcos 10, vs 17-30)

Oración:

Solo tú, Señor de la verdad,
conoces el fondo de nuestro corazón…
Tú das valor a nuestras acciones
y sólo tú puedes convertirlas
en sabias y acertadas.
Renuévanos en Cristo tu Hijo,
sabiduría eterna y verdadera,
para que elijamos la mejor parte,
para que te busquemos siempre a Ti
y a nuestros hermanos,
en todo aquello que decidamos y hagamos
ilumínanos con tu Palabra
y no dejes que nuestro corazón
se entristezca equivocado
al escuchar tu llamada al seguimiento
y al encuentro de tu rostro
en la causa de los más pobres y pequeños.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana