martes, 20 de marzo de 2012

5° Domingo de Cuaresma.



"Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto"

20 Había allí, en medio de la gente, varios griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios en esta fiesta.

21 Se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, en Galilea, para pedirle un favor: “Señor, queremos ver a Jesús.”

22 Felipe habló con Andrés, y los dos fueron donde Jesús para decírselo.

23 Por toda respuesta Jesús declaró: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a entrar en su Gloria.

24 En verdad les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

25 El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna.

26 El que quiere servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará el que me sirve. Si alguien me sirve, mi Padre le dará honor.

27 Me siento turbado ahora. ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? Pero no. Pues precisamente llegué a esta hora para encontrar esto que me angustia. Padre, ¡da gloria a tu nombre!

28 Entonces se oyó una voz que venía del cielo: “Yo lo he glorificado y lo volveré a glorificar.

29 Algunos de los que estaban allí y que escucharon la voz, decían: “Fue un trueno”; otros decían: “Le ha hablado un ángel.”

30 Entonces Jesús hizo esta declaración: “Esa voz no fue por mí, sino por ustedes.

31 Ahora es el juicio del mundo; ahora el amo de este mundo va a ser expulsado.

32 Y cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.”

33 Jesús daba a entender así de qué modo iba a morir.

Evangelio: (Juan 12,vs 20-33)

Domingo, 25/Marzo/2012


Oración

Señor, tu Palabra, que todo lo sostiene y crea,

y es siempre nueva cada día,

es la que cura las heridas y males del alma.

Acércate a nosotros y extiende tu mano fuerte,

para que podamos dejarnos levantar,

podamos resucitar y

comenzar a ser tus discípulos, tus siervos.

Llévanos contigo, en el silencio,

en el desierto florido de tu compañía

y allí enséñanos a rezar, con tu voz,

con tu palabra para que también nosotros

lleguemos a ser anunciadores del Reino.

Manda ahora sobre nosotros tu Espíritu

con abundancia para que te escuchemos

con todo el corazón y con toda el alma.

Amén.


Fuente: Lectio Divina


María nos enseña a rezar.



El Papa Benedicto XVI explicó, en español en la audiencia general de este Miércoles con la que inició un ciclo de catequesis sobre la oración en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas de San Pablo, que: “la Virgen María enseña a los miembros de la Iglesia Católica la necesidad de la oración y de una relación cercana con Él para anunciar a todos que Cristo es el salvador del mundo. Toda la existencia de la Virgen María está caracterizada por la oración y el recogimiento meditando cada acontecimiento en el silencio de su corazón".

"La presencia de María con los apóstoles, en la espera de Pentecostés, adquiere un gran significado, ya que comparte con ellos lo más precioso: la memoria viva de Jesús en la oración. Venerar a la Madre de Jesús en la Iglesia significa aprender de ella a ser comunidad que reza. Ella nos enseña la necesidad de la oración y de que mantengamos con su Hijo una relación constante, íntima y llena de amor, para poder anunciar con valentía a todos los hombres que él es el salvador del mundo".

“María inicia la vida terrena de Jesús, y con ella comienzan también los primeros pasos de la Iglesia. (…) Ella siguió con discreción todo el camino de su Hijo durante la vida pública hasta los pies de la cruz, y ahora acompaña, con una oración silenciosa, el camino de la Iglesia".

Las etapas del itinerario de María desde la casa de Nazareth hasta el cenáculo de Jerusalén "están marcadas por la capacidad de mantener un perseverante clima de recogimiento para meditar todos los acontecimientos en el silencio de su corazón, ante Dios. La presencia de la Madre de Dios con los once, después de la Ascensión, (…) asume un valioso significado, porque con ellos la Virgen comparte lo más precioso: la memoria viva de Jesús en la oración".

“Después de la Ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles se reúnen con María para esperar junto a ella el don del Espíritu Santo, sin el cual no se puede testimoniar a Cristo. Ella, que ya lo ha recibido para generar al Verbo encarnado, comparte con toda la Iglesia la espera del mismo don. (…) Si no hay Iglesia sin Pentecostés, tampoco hay Pentecostés sin la Madre de Jesús, porque ella ha vivido de modo único lo que la Iglesia experimenta cada día bajo la acción del Espíritu Santo. El Concilio Vaticano II ha subrayado esta relación especial entre la Virgen y la Iglesia en la Constitución dogmática "Lumen gentium": "Vemos los apóstoles antes del día de Pentecostés perseverantes con un solo corazón en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús".

El Santo Padre recalcó que: "el lugar privilegiado de María es la Iglesia, en la que es reconocida como (…) figura y excelentísimo modelo de fe y caridad. Ante la necesidad de la oración muchas veces en las personas está dictada por situaciones de dificultad, por problemas personales que llevan a dirigirse al Señor en busca de luz, confortación y ayuda. María invita a abrir las dimensiones de la oración, a dirigirse a Dios no solamente en momentos de necesidad y no sólo pidiendo por uno mismo, sino de modo unánime, asiduo, fiel, "con un corazón solo y una sola alma".

"La Madre de Jesús ha sido colocada por el Señor en los momentos decisivos de la historia de la salvación, y ha sabido responder siempre con plena disponibilidad, fruto de una relación profunda con Dios madurada en la oración asidua e intensa. Entre la Ascensión y Pentecostés, ella se encuentra 'con' y 'en' la Iglesia, en oración. Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce su maternidad hasta el final de la historia".

En su saludo en español, el Santo Padre alentó a que: "siguiendo el ejemplo de María, sepamos dedicar más tiempo a la oración personal y comunitaria, especialmente en este tiempo de Cuaresma, en el que a través de la penitencia y la limosna nos disponemos a acompañar a Jesús más de cerca. Muchas gracias".

Vaticano, 14 Mar. 2012

Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias.-

lunes, 19 de marzo de 2012

Carta Apostólica PORTA FIDEI. (2)



Del Sumo Pontífice
BENEDICTO XVI

Con la que se convoca el Año de la Fe.

3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna” (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?” (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: “La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la Fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la Fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de Octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la Fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la Fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la Fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese “una auténtica y sincera profesión de la misma Fe”; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera “individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una “exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.

Nota: Publicación original y completa de escritos 3 y 4 de un total de 15. Posteriormente se publicaran los escritos 5 y 6.

Fuente: www.vatican.va

San José.



19 de Marzo, Patrocinio Universal de San José.

(Proclamación por Pío IX, el 8.21.1870)

Lo que los Evangelios nos dicen de San José:

Nos dicen que era carpintero, un trabajador:"¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13,55), se preguntaban los escépticos nazarenos. Nos dicen que era pobre puesto que cuando llevó a Jesús al templo para ser circuncidado y a María para ser purificada ofreció el sacrificio de dos tórtolas o un par de palomas, permitido sólo a aquellos que no podían pagar un carnero (Lc 2,22-24). Nos dicen que era descendiente del Rey David (Mt 1,1-16 y Lc 3,23-28). "Hijo de David", le llama el ángel que le anuncia el milagro de la Encarnación.

Nos dicen que fue un hombre justo (santo) (Mt 1,18), de profundo silencio y de visión sobrenatural para percibir la acción de Dios. En efecto, cuando María queda encinta, decide abandonarla para no quebrantar la ley y para no interferir en la obra del Señor. (Mt 1,19-25). Y que fue un hombre de fe, obediente a cuanto Dios le pida sin importarle las consecuencias. Tomó a María por esposa cuando el Ángel le dijo en sueños la verdad sobre su preñez; y huyó a Egipto, un país extraño, con su joven esposa y el niño, cuando el Ángel le avisó del peligro que estos corría. Y no regresó a Israel hasta que el Ángel del Señor le indicó que ya podía hacerlo (Mt 2,13-23).

Nos dicen también que era respetuoso de la Ley de Dios. La cumplió, aunque no les obligaba, cuando resolvió el problema surgido a raíz de la situación gestante de María y cuando llevó a Jesús a Jerusalén para ser circuncidado y a María para ser purificada después del nacimiento del Señor. Sabemos también que llevaba a María y el Niño a Jerusalén todos los años para celebrar allí la Pascua, algo que no debió ser fácil para un simple trabajador como José.

Nos dicen que José amó mucho a Jesús y que lo trató como si fuera su propio hijo: "¿No es éste el hijo de José?" (Lc 4,22). (Padre por adopción, decimos nosotros). Lucas 2,48 nos dice también que cuando Jesús se perdió en el Templo, José junto con María le buscaron con gran ansiedad durante tres días.

San José, es Patrono y Patrimonio Universal

José significa en hebreo “Yavé quiera darte otro hijo”. Y ciertamente que se lo dio, pues además de Jesús, tiene en adopción a millones de millones de hijos. Por adopción y por patronazgo, pues José ha sido declarado y reconocido Patrono Celestial de más de 96 grandes Instituciones y de ocho países, entre ellos el Perú. (Por el Congreso Constituyente de 1828, confirmado por el Papa Pío XII en 1957 a petición de la Asamblea Episcopal de ese año).

Se explica por sí solo que sea San José el Patrono de los Padres de Familia, las Mujeres en Estado, los Niños por Nacer, las Familias, los Trabajadores, los Viajeros, los Emigrantes, la Iglesia (Pío IX, el 8.12.1870,), la Justicia Social, los Seminarios y seminaristas, el Concilio Ecuménico Vaticano II (por Juan XXIII el 19.III.1961), la Buena Muerte y los moribundos. La fantasía y el corazón no pararían de hablar bien de S. José. ¿Lo imitamos e invocamos?

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM


domingo, 18 de marzo de 2012

Mirar al crucificado.



El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús “de noche. Intuye que Jesús es “un hombre venido de Dios, pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.

Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero “la Luz ya ha venido al mundo. ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero “el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras”. Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, “el que realiza la verdad, se acerca a la luz. No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

Fuente: Jose Antonio Pagola


4° Domingo de Cuaresma.



14 Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto,

15 para que todo aquel que crea en él tenga la Vida Eterna.

16 Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga Vida Eterna.

17 Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.

18 El que cree en él no se pierde; pero el que no cree ya se ha condenado, por no creerle al Hijo Único de Dios.

19 La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

20 ahí está la condenación. El que obra mal, odia la luz y no viene a la luz, no sea que su maldad sea descubierta y condenada.

21 Pero el que camina en la verdad busca la luz para que se vea claramente que sus obras son hechas según Dios.”

Evangelio: (Juan 3, 14-21)

Oración

Señor Jesús

seguimos preparándonos

para recordar y celebrar

tu hecho redentor y salvador,

tu pasión, muerte y resurrección.

Señor, te pedimos que sigas iluminándonos,

que sigas mostrándonos cómo estamos,

que nos ayudes a conocernos interiormente,

que iluminados por tu palabra,

nos dejemos cuestionar por ella,

para ver nuestras faltas, nuestros pecados,

nuestras carencias, nuestras limitaciones,

y así ser transformados y renovados

por la acción de tu Espíritu Santo.

Señor danos la gracia de vivir

tu voluntad y tu proyecto.

Haz Señor que seamos renovados interiormente

viviendo cada vez más unidos a ti.

Que así sea.

Amén.


Fuente: Lectio Divina


Fidelidad al Evangelio se mide en la Caridad.



El Papa Benedicto XVI recibió en audiencia a los representantes del Círculo San Pedro de Roma, a los que agradeció su labor y recordó que: la fidelidad al Evangelio se mide también en la Caridad y solicitud concretas hacia el prójimo, especialmente los más débiles y marginados.

El Papa recordó que: "acaba de comenzar el camino cuaresmal. Este tiempo litúrgico nos invita a reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la Caridad. (…) El testimonio que se da mediante la Caridad toca de manera especial el corazón de los hombres; la nueva evangelización (…) requiere gran apertura de espíritu y sapiente disponibilidad hacia todos".

"La autenticidad de nuestra fidelidad al Evangelio se mide también según la atención y la solicitud concretas que manifestamos al prójimo, especialmente a los más débiles y marginados. La atención al otro implica desear su bien bajo todos los aspectos: físico, moral y espiritual. A pesar de que la cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, es preciso reafirmar con fuerza que el bien existe y vence".

"La responsabilidad hacia el prójimo significa entonces querer y hacer el bien del otro, deseando que se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades, superando la dureza de corazón que nos hace ciegos a los sufrimientos ajenos".

"Así, el servicio caritativo se convierte en una forma privilegiada de evangelización, a la luz de las enseñanzas de Jesús, que considerará lo que hagamos a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños y olvidados, como si se lo hubiéramos hecho a Él".

El Papa agregó: "es preciso armonizar nuestro corazón con el corazón de Cristo, para que la ayuda amorosa ofrecida a los demás se traduzca en compartir conscientemente sus sufrimientos y esperanzas, haciendo visible así tanto la misericordia infinita de Dios hacia cada hombre (…) como nuestra fe en Él. El encuentro con los demás y el abrir el corazón a sus necesidades son ocasiones de salvación y beatitud".

Durante el encuentro, los miembros del Círculo entregaron el óbolo para la caridad del Papa, recogido en las parroquias de Roma y que representan una ayuda ofrecida al Santo Padre para que pueda responder a las numerosas peticiones que llegan especialmente de los países más pobres.

El Círculo San Pedro fue fundado en Roma en 1869 por un grupo de jóvenes guiados por el Cardenal Iacobini. El Pontífice les encargó ejercer la caridad en favor de los pobres; tuvieron inicio así múltiples actividades caritativas y asistenciales en la diócesis de Roma.

Vaticano, 25 Feb. 2012

Fuente: ACI/EWTN Noticias

jueves, 15 de marzo de 2012

Santa Luisa de Marillac.


Su última voluntad:

Las Hermanas esperan escuchar la “última conferencia de la Señorita”. Los rostros bañados en lágrimas son el verdadero testimonio de su amor hacia ella; los sollozos, sofocantes. Mirándolas a todas les ha dicho:

Mis queridas Hermanas, nunca ceso de implorar sobre vosotras la bendición de Dios, ni de rogarle que os dé la gracia de perseverar en la vocación para que le sirváis en cualquier forma que El desee. Esforzaos mucho por servir a los pobres y, especialmente, vivid en grande y cordial unión de unas con otras, amándoos mutuamente e imitando la unión y vida de Nuestro Señor. Y rogad a la bienaventurada Virgen con fervor, que sea ella vuestra única Madre”.

Es esta su despedida oficial. De todas formas, nada nuevo ha añadido Luisa a lo que ya había repetido en miles de ocasiones. Cuando se ha dado todo, nada queda por entregar.(1)

Falleció el 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad de religiosas vicentinas o Hijas de la Caridad. El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Marillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.(2)

Fuente 1: Extractado desde Libro Sirvienta de los Pobres, cuyo autor es Martiniano León Renedo, CM

Fuente 2: Aciprensa


martes, 13 de marzo de 2012

Carta Apostólica PORTA FIDEI.


del Sumo Pontífice
BENEDICTO XVI

Con la que se convoca el Año de la Fe.

  1. La puerta de la fe” (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
  2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: “La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
Nota: Publicación original y completa de escritos 1 y 2 de un total de 15. Posteriormente, se publicarán los escritos 3 y 4.

sábado, 10 de marzo de 2012

Urge silencio para oír a Dios en la oración.



En la catequesis de la audiencia general de hoy, dedicada al tema del silencio de Jesús, el Papa Benedicto XVI señaló:

“El silencio interior y exterior es imprescindible para abrir la profundidad del ser de cada uno a Dios, que siempre acompaña especialmente en la oscuridad del dolor. Este tema de hoy es la dinámica de la palabra y el silencio, que marca toda la oración de Jesús, y concierne también a nuestra vida de plegaria en dos direcciones".

"La primera es la disposición para acoger la Palabra de Dios. Es necesario favorecer el silencio interior y exterior para que dicha Palabra pueda ser escuchada. Con frecuencia, los Evangelios nos presentan al Señor que se retira solo a un lugar apartado para orar". El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón, y aliente toda la existencia".

“En segundo lugar, en nuestra oración nos encontramos ante el silencio de Dios, en el que puede advertirse un sentido de abandono o la sensación de que Él no nos escucha, ni responde. Pero este silencio, como le sucede a Jesús, no es señal de ausencia".

"El cristiano sabe que el Señor está presente y escucha, aun en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad". Describió la experiencia en la cruz, en la que el Hijo de Dios es obediente también en el silencio. "La cruz de Cristo no sólo muestra el silencio de Jesús como su última palabra al Padre, sino que también revela que Dios habla a través del silencio (…) Continuando en la obediencia hasta el último aliento de vida, en la oscuridad de la muerte, Jesús ha invocado al Padre. A Él se ha confiado en el momento del pasaje, a través de la muerte, a la vida eterna. La experiencia de Jesús en la cruz es profundamente reveladora de la situación del hombre que reza y de la culminación de la oración: después de haber escuchado y reconocido la Palabra de Dios, debemos mesurarnos con el silencio de Dios, expresión importante de la misma Palabra divina".

Al referirse a la necesidad del silencio, el Papa reconoce que esto es complicado en nuestro tiempo. "De hecho, la nuestra es una época que no favorece el recogimiento; es más a veces se tiene la impresión de que haya miedo a salirse, aunque sea por un instante, del río de palabras e imágenes que marcan y llenan los días. Este principio de que sin el silencio no se oye, no se escucha, no se recibe una palabra, este principio vale para la oración personal, especialmente, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, éstas deben también estar llenas de momentos de silencio y de acogida no verbal".

Al referirse al silencio de Dios en la oración, señaló: “a menudo probamos casi una sensación de abandono, nos parece que Dios no escucha y no responde. Pero este silencio de Dios, como pasó con Jesús, no marca su ausencia. Un corazón atento, silencioso, abierto, es más importante que muchas palabras. Jesús nos asegura que Dios conoce nuestras necesidades; nos conoce en lo más íntimo y nos ama: saber esto debería ser suficiente".

Benedicto XVI recordó luego la historia de Job, que lo perdió todo y sin embargo nunca desconfió de la providencia divina.

"Esta extrema confianza que se abre al encuentro profundo con Dios ha madurado en el silencio. San Francisco Javier rezaba diciendo al Señor: yo te amo, no porque puedes darme el cielo o condenarme al infierno, sino porque eres mi Dios. Te amo porque Tú eres Tú".

“Es el mismo Señor quien nos enseña a orar, como amigo, interlocutor y maestro. "En Jesús se revela la novedad de nuestro diálogo con Dios: la oración filial, que el Padre espera de sus hijos. Y de Jesús aprendemos cómo la oración constante nos ayuda a interpretar nuestra vida, a cumplir nuestras opciones, a reconocer y a aceptar nuestra vocación, a descubrir los talentos que Dios nos ha dado, a cumplir cotidianamente su voluntad, único camino para realizar nuestra existencia".

El Papa indicó luego: "a nosotros, a menudo preocupados por la eficacia operativa y por los resultados concretos que podemos lograr, la oración de Jesús nos indica que tenemos necesidad de detenernos, de vivir momentos de intimidad con Dios, ‘desconectándonos’ del ruido de cada día, para escuchar, para llegar a la ‘raíz’ que sostiene y alimenta la vida". Recordó "las palabras de San Pablo sobre la vida cristiana en general (que) valen también para nuestra oración: ‘porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor’".

En español y para concluir, el Papa alentó a "todos a aprender de Cristo el modo que tiene de dirigirse a Dios, para comprender mejor su voluntad y así llevarla a la práctica. Muchas gracias".

Vaticano, 07/Marzo/2012

Fuente: ACI/EWTN Noticias

La indignación de Jesús.



Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.

Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: “Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios”.

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la “casa del Padre”. Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.


Fuente: José Antonio Pagola

3° Domingo de Cuaresma.



13

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

14

Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos.

15

Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas;

16

y dijo a los que vendían palomas: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado”.

17

Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.

18

Los judíos entonces le replicaron diciéndole: “¿Qué señal nos muestras para obrar así?”

19

Jesús les respondió: “Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.

20

Los judíos le contestaron: “Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”

21

Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo.

22

Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.

23

Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que realizaba.

24

Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos

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y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre.

Evangelio: (Juan 2, vs 13 – 25)

Oración

En tu Palabra de vida, oh Padre,

Nos has mostrado el camino hacia ti…

En tus preceptos encontramos el camino luminoso

hacia tu casa.

Ahora te pedimos:

refuerza nuestra fidelidad a tus preceptos,

transforma nuestro pensamiento y acciones

según tu ley de santidad,

acrecienta nuestra sinceridad ante tu palabra…

De manera que tu paso por nuestra vida

encuentre un corazón dispuesto,

un lugar para la morada de tu gloria,

un templo digno de tu presencia,

hombres nuevos y mujeres nuevas

dispuestos a cumplir el resumen de toda ley:

el mandamiento del amor-caridad.

Amén.


Fuente: Lectio Divina