Queridos amigos:
El
relato de Juan sobre la tercera aparición de Jesús Resucitado a los apóstoles
(Jn 21, 1-19) es sencillamente encantador. Por lo que dice y por cómo lo dice.
Todo ello en un clima cordial de paz y de serena armonía, no obstante que se
relatan situaciones difíciles y embarazosas. El amor, el deseo de agradar y la
buena voluntad, son la varita mágica que convierte en oro cuanto pasa en ese
día. Con el evangelio, comencemos por el grupo humano compuesto por siete de
los 11 apóstoles de Jesús, todos ellos pescadores, que están a la espera de sus
órdenes. El ambiente es distendido y hay entre ellos un trato amigable y
colaborador. ¡Voy a pescar!, les dice Simón Pedro. ¡Te acompañamos!, le
contestan los demás. Pedro no grita ni impone y los otros se ofrecen gustosos…
¿No es maravilloso y envidiable? ¡Qué bueno si nuestras familias y comunidades
y la misma Iglesia fuéramos así!
El
milagro del cambio de mentalidad y de trato de los Apóstoles lo hizo Jesús
Resucitado, su encuentro con Él, que los impresionó hondamente haciendo que se
sintieran felices y mejores. ¿No han tenido ustedes alguna vez una experiencia
parecida, que por unos días los ha llenado de paz y de felicidad? La
experiencia de los Apóstoles fue incomparablemente superior, sobre todo por el
contacto subsiguiente y beneficioso que tuvieron con Jesús. Volviendo al
relato, está la escena de la pesca milagrosa, que puso remedió al fracaso de
una noche de pesca sin lograr nada: echen la red a
la derecha de la barca…, les dijo. Está también el delicado detalle del
fuego con un pescado encima, que Jesús preparó en la orilla, para que
calentaran sus cuerpos entumecidos por el frío de la noche y llenasen sus
estómagos vacíos. Simplemente conmovedor.
El
clímax conmovedor y humano, se produjo cuando Jesús llamó a Simón Pedro, para
hablar con Él. ¡Ahora viene aquello!, se habrá dicho recordando cuando por tres
veces lo negó. Pero Jesús ni se lo menciona. Sino que con todo el cariño del
mundo le pregunta si lo ama, es decir, si está dispuesto a darlo todo por Él. Y
se lo pregunta por tres veces, que Pedro toma como alusión velada a las tres
veces que Le negó. Tiempo atrás, estando en Cesarea de Filipo, Jesús había
confiado a Pedro el primado de su Iglesia (Mt 16, 18-19), ahora, en vez de
retirarle la confianza y el cargo, se los renueva y lo pone como Pastor de esa
Iglesia, de las ovejas (los fieles) y los corderos (los obispos), según los
escrituristas (Jn. 19, 15-17).
El
diálogo de Jesús con Pedro, además de la delicadeza exquisita del trato, llama
la atención por la inusual condición que le pone para hacerlo Pastor de su
Iglesia: si le ama... Cualquier otro habría pedido los requisitos habituales de
buena salud, capacitación, experiencia, rendimiento… Jesús pide ante todo amor,
la opción y decisión de quererlo a Él por sobre todas las cosas, incluso su
propia vida (como lo hizo, Jn 21, 19), y de seguirle de corazón y dispuesto a
todo. Pero también la convicción de que lo más importante en su vida y pastoreo
de la grey (la iglesia) tendrá que ser el amor: el amor que se hace
misericordia. Será bueno recordarlo a la hora en que Jesús quiera confiarnos
algo: el sacerdocio, el matrimonio, un hijo, un puesto de trabajo, etc.
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