sábado, 20 de abril de 2013

4° Domingo de Pascua.




Queridos  amigos:

Hay dos parábolas que retratan a Jesús de cuerpo entero: la del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) y la del Buen Pastor (Jn 10, 1-30). La del Buen Pastor, la Iglesia la propone siempre en el 4º Domingo de Pascua, celebrando en él la Jornada Mundial de Oración por la Vocaciones. Para que el Señor suscite en su Iglesia suficientes y santos sacerdotes, que, como Jesús, sean para su pueblo Buenos Pastores. Obviamente, pedimos también para que siga suscitando religiosos y religiosas, laicos y laicas comprometidos, papás y mamás, que, desde su estado y situación, sepan ser buenos pastores. Pero hoy oramos especialmente por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y por la fidelidad y la santidad del medio millón de sacerdotes que ya lo son, algunos de los cuales ustedes conocen.

¿Qué hacer para ser Buenos Pastores? La respuesta nos la da el evangelio de hoy (Jn 10, 27-30), pese a ser sólo cuatro versículos del rico capítulo 10 que Juan dedica a Jesús como Buen Pastor. “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”, dice Jesús (Jn 10, 27). Cercanía, familiaridad, amor, comunicación, son la condición elemental de la relación pastor oveja (sacerdote-fiel, padre-hijo): El pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, es decir, las conoce para saber cómo tratarlas en un trato personalizado, y las llama para darles seguridad, inspirarles confianza y hacer que le sigan a gusto. Fuera de la familia y los amigos, ¿cuántos pobres conocemos nosotros por su nombre y los llamamos para saber de su situación?

Ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn 10, 28). Siguen a Jesús porque emana de Él una fuerza que las atrae (Jn 12,32) y porque las lleva a prados abundantes y tranquilos, regresándolas, después, sanas y salvas a su redil. Buen pastor no es sólo el que tiene buen corazón y buen trato sino el que conoce bien su oficio. El que sabe mantener unidas y seguras las ovejas, formar grupos con ellas y hacerlas crecer como grupo y en número y calidad. Es el caso de Jesús y de los buenos pastores (pastoralistas), que no evangelizan por evangelizar sino para formar grupos (crear comunidades). Sólo así se crea la Iglesia que es red de comunidades.

Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano, que es la mano del Padre, porque el Padre Dios y yo somos una sola cosa (Jn 10, 30). Tremendas afirmaciones las que hace Jesús, Buen Pastor. Esta última -Dios y yo somos una misma cosa-, le costaría la vida, porque siendo hombre se hacía pasar por Dios. Tal fue la acusación que le hicieron (Jn 10, 33) y por la que en definitiva lo condenaron (Mc 14,62). Les invito a memorizar el texto de Juan 10,30 y a leer el comentario hecho por Jesús mismo (Jn 7, 47-58).

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Mis ovejas conocen mi voz.




27  Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco a ellas. Ellas me
      siguen
28  ‘y yo les doy vida eterna: nunca morirán. Nadie me las puede
      quitar,’
29  porque mi Padre que me las ha dado es mayor que todos, y
      nadie se las puede quitar a él.
30  Yo y mi Padre somos una misma cosa.

Evangelio: (Juan 10, vs 27-30)

Oración:

Jesús, Buen Pastor,
queremos seguir tus pasos.
Danos tu Espíritu,
para aprender a vivir en la misericordia.
Ayúdanos a descubrir la gratuidad de tu amor,
entrega generosa, don de vida que se regala.
Danos tu Espíritu, Jesús, Buen Pastor,
para perseverar en nuestra búsqueda,
para seguir en camino,
para animarnos a la esperanza activa
de hacer un Reino de paz
y de bondad para todos.
Danos tu espíritu, Jesús,
para seguirte, para imitar tu entrega,            
para hacer el bien en nuestros días,
en el camino de cada uno,
para vivir en la bondad,
caminando hacia el Reino.
Amen.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

Jesús subió a los cielos.




En la Audiencia General de hoy el Papa Francisco ha proseguido con las Catequesis dedicadas al Credo, en el Año de la Fe. En la plaza de San Pedro, con la participación de miles de fieles de tantas partes del mundo, tras saludar y bendecir a los asistentes, comentó la verdad de Fe de que Cristo “subió a los cielos”:

“En el Credo, encontramos la afirmación de que Jesús "subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre". La vida terrenal de Jesús culmina con el evento de la Ascensión, que es cuando Él pasa de este mundo al Padre, y es alzado a su derecha. ¿Cuál es el significado de este evento? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida? Dejémonos guiar por el evangelista Lucas.

Partimos del momento en que Jesús decide emprender su última peregrinación a Jerusalén. San Lucas anota: "Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc. 9,51). Mientras "asciende" a la Ciudad santa, donde se llevará a cabo su "éxodo" de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe bien que el camino que lo lleva de nuevo a la gloria del Padre pasa a través de la Cruz, a través de la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que "la elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación de la ascensión al cielo" (n. 661). También nosotros debemos tener claro, en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, incluso cuando esto requiere sacrificio, requiere a veces cambiar nuestros planes.

Al final de su evangelio, San Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión de una manera muy sintética. Jesús llevó a los discípulos "cerca a Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios" (24,50-53); esto lo dice San Lucas. Quisiera destacar dos elementos de la narración. En primer lugar, durante la Ascensión Jesús cumple el gesto sacerdotal de la bendición y los discípulos seguramente expresan su Fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer elemento importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su pasión traspasó la muerte y el sepulcro, resucitó y ascendió a los cielos; está ante Dios Padre, donde intercede por siempre a favor nuestro (Cf. Hb. 9,24). Como afirma San Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado. ¡Qué bello es escuchar esto! Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados.

¡No tengamos miedo de acudir a él a pedir perdón, a pedir la bendición, a pedir misericordia! Él nos perdona siempre, es nuestro abogado: nos defiende siempre ¡No olviden esto! La Ascensión de Jesús al Cielo nos permite conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada ante Dios; Él nos ha abierto el camino; Él es como un guía cuando se sube a una montaña, que llegado a la cima, nos tira hacia él llevándonos a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador, de nuestro abogado.

Un segundo elemento: San Lucas menciona que los Apóstoles, después de ver a Jesús ascender al cielo, regresaron a Jerusalén "con gran alegría”. Esto parece un poco extraño. Normalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, de una manera definitiva, y sobre todo debido a la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no vamos a ver nunca más su rostro, no vamos a escuchar su voz, no podremos disfrutar más de su afecto, de su presencia. En cambio, el evangelista destaca la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Por qué? Porque, con la mirada de la Fe, entienden que, aunque no está ante sus ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y, en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos.

San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar que este evento es como el anillo que engancha y conecta la vida terrenal de Jesús con la de la Iglesia. Aquí San Lucas también menciona la nube que oculta a Jesús de la vista de los discípulos, los cuales permanecieron contemplando el Cristo que subía hacia Dios (cf. Hch. 1,9-10). Entonces aparecieron dos hombres vestidos de blanco, instándoles a no quedarse inmóviles. “Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo han visto marchar” (Cf. Hechos 1,10-11). Es precisamente una invitación a la contemplación del Señorío de Jesús, para tener de Él la fuerza para llevar y dar testimonio del Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar, ora et labora, nos enseña San Benito, ambas son necesarias en nuestra vida de cristianos.

Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no significa la ausencia de Jesús, ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. No estamos nunca más solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que en el silencio y la oscuridad, en la vida familiar y laboral, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la Fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, subido al Cielo, nuestro abogado. Gracias.”
(Traducido por José Antonio Varela V.)

Vaticano, 17  Abril 2013
Fuente: Extractado zenit.org

San Vicente de Paul: Si nos humillamos.




Escuchemos la recomendación de San Vicente de Paul a un misionero:

“Le pido a Nuestro Señor que podamos morir a nosotros mismos para resucitar con él, que sea él la alegría de nuestros corazones, el objeto y el alma de sus acciones y su gloria en el cielo.
Así será si nos humillamos ahora como él se humilló, si renunciamos a nuestras propias satisfacciones para seguirle, llevando nuestras pequeñas cruces, y si entregamos voluntariamente nuestras vidas, como dio él la suya, por nuestro prójimo, a quien él ama tanto y quiere que nosotros amemos como a nosotros mismos.” (III,584)

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

sábado, 13 de abril de 2013

Tercer Domingo de Pascua.




Queridos amigos:
El relato de Juan sobre la tercera aparición de Jesús Resucitado a los apóstoles (Jn 21, 1-19) es sencillamente encantador. Por lo que dice y por cómo lo dice. Todo ello en un clima cordial de paz y de serena armonía, no obstante que se relatan situaciones difíciles y embarazosas. El amor, el deseo de agradar y la buena voluntad, son la varita mágica que convierte en oro cuanto pasa en ese día. Con el evangelio, comencemos por el grupo humano compuesto por siete de los 11 apóstoles de Jesús, todos ellos pescadores, que están a la espera de sus órdenes. El ambiente es distendido y hay entre ellos un trato amigable y colaborador. ¡Voy a pescar!, les dice Simón Pedro. ¡Te acompañamos!, le contestan los demás. Pedro no grita ni impone y los otros se ofrecen gustosos… ¿No es maravilloso y envidiable? ¡Qué bueno si nuestras familias y comunidades y la misma Iglesia fuéramos así!

El milagro del cambio de mentalidad y de trato de los Apóstoles lo hizo Jesús Resucitado, su encuentro con Él, que los impresionó hondamente haciendo que se sintieran felices y mejores. ¿No han tenido ustedes alguna vez una experiencia parecida, que por unos días los ha llenado de paz y de felicidad? La experiencia de los Apóstoles fue incomparablemente superior, sobre todo por el contacto subsiguiente y beneficioso que tuvieron con Jesús. Volviendo al relato, está la escena de la pesca milagrosa, que puso remedió al fracaso de una noche de pesca sin lograr nada: echen la red a la derecha de la barca…, les dijo. Está también el delicado detalle del fuego con un pescado encima, que Jesús preparó en la orilla, para que calentaran sus cuerpos entumecidos por el frío de la noche y llenasen sus estómagos vacíos. Simplemente conmovedor.

El clímax conmovedor y humano, se produjo cuando Jesús llamó a Simón Pedro, para hablar con Él. ¡Ahora viene aquello!, se habrá dicho recordando cuando por tres veces lo negó. Pero Jesús ni se lo menciona. Sino que con todo el cariño del mundo le pregunta si lo ama, es decir, si está dispuesto a darlo todo por Él. Y se lo pregunta por tres veces, que Pedro toma como alusión velada a las tres veces que Le negó. Tiempo atrás, estando en Cesarea de Filipo, Jesús había confiado a Pedro el primado de su Iglesia (Mt 16, 18-19), ahora, en vez de retirarle la confianza y el cargo, se los renueva y lo pone como Pastor de esa Iglesia, de las ovejas (los fieles) y los corderos (los obispos), según los escrituristas (Jn. 19, 15-17).

El diálogo de Jesús con Pedro, además de la delicadeza exquisita del trato, llama la atención por la inusual condición que le pone para hacerlo Pastor de su Iglesia: si le ama... Cualquier otro habría pedido los requisitos habituales de buena salud, capacitación, experiencia, rendimiento… Jesús pide ante todo amor, la opción y decisión de quererlo a Él por sobre todas las cosas, incluso su propia vida (como lo hizo, Jn 21, 19), y de seguirle de corazón y dispuesto a todo. Pero también la convicción de que lo más importante en su vida y pastoreo de la grey (la iglesia) tendrá que ser el amor: el amor que se hace misericordia. Será bueno recordarlo a la hora en que Jesús quiera confiarnos algo: el sacerdocio, el matrimonio, un hijo, un puesto de trabajo, etc.

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Jesús a orillas del lago.




1   Después de esto, Jesús se hizo presente a sus discípulos en
     la orilla del lago Tiberíades. Sucedió así:
2   Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Gemelo, Natanael
     de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos
     discípulos.
3   Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Le contestaron:
     “Nosotros vamos también contigo.”
     Partieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron
     nada.
4   Al amanecer, Jesús se presentó en la orilla. Pero los
     discípulos no podían saber que era él.
5   Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo de comer?
6   Le contestaron: “Nada.” Entonces Jesús les dijo: “Echen la
     red a la derecha y encontrarán pesca.
     Echaron la red y se les hicieron pocas las fuerzas para
     recoger la red, tan grande era la cantidad de peces.
7   El discípulo amigo de Jesús dijo a Simón Pedro: “Es el Señor.”
8   Cuando Pedro oyó esto de “Es el Señor”, se puso la ropa (se
     la había sacado para pescar) y se echó al agua. Los otros
     discípulos llegaron a la barca, arrastrando la red llena de
     peces; estaban como a cien metros de la orilla.
9   Cuando bajaron a tierra, encontraron un fuego prendido y
     sobre las brasas pescado y pan.
10 Jesús les dijo: “Traigan de los pescados que acaban de
     sacar.
11 Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena con cincuenta
     y tres pescados grandes. Con todo, no se rompió la red.
12 Jesús les dijo: “Vengan a desayunar”, y ninguno de los
     discípulos se atrevió a hacerle la pregunta: “¿Quién eres tú?”,
     porque comprendían que era el Señor.
13 Jesús se acercó a ellos, tomó el pan y se lo repartió. Lo
     mismo hizo con los pescados.
14 Esta fue la tercera vez que se mostró a sus discípulos
     después de haber resucitado de entre los muertos. 
15 Después que comieron, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón,
     hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Este contestó:
     “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús dijo: “Apacienta
     mis corderos. 
16 Y le preguntó por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me
     amas?” Pedro volvió a contestar: “Sí, Señor, tú sabes que te
     quiero.” Jesús le dijo: “Cuida mis ovejas.
17 Insistió Jesús por tercera vez: “Simón Pedro, hijo de Juan,
    ¿me quieres?” Pedro se puso triste al ver que Jesús le
     preguntaba por tercera vez si lo quería. Le contestó: “Señor,
     tú sabes todo, tú sabes que te quiero.” Entonces Jesús le
     dijo: “Apacienta mis ovejas.
18 En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón
     e ibas donde querías. Pero, cuando llegues a viejo, abrirás l
     los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará donde no
     quieras.
19  Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba
     a morir y dar gloria a Dios.

Evangelio: (Juan 21, vs 1-19)


Oración:
Señor Jesús, te encuentras con Pedro,
con aquel que le habías confiado tu Iglesia,
pero que te negó y dejó de seguirte;
en tu encuentro con él,
le preguntas sobre sus sentimientos hacia ti,
si te Amaba…,
le preguntaste tres veces,
y tres veces te dijo: …te quiero…
Señor, ayúdanos a que viendo
lo que le pediste a tu Apóstol,
veamos nosotros nuestra actitud ante ti,
para ver como estamos viviendo nuestra Fe
y nuestro seguimiento a ti.
Ayúdanos a sincerarnos
y ver si te amamos, te queremos o te ignoramos.
Ven Señor en nuestra ayuda con tu gracia
y confírmanos nuevamente en tu seguimiento
invitándonos a amarte siempre más.
Que así sea. 

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

Oración para cada día del Año de la Fe.




El Papa Benedicto XVI espera que el Año de la Fe pueda llevar a todos los creyentes a aprender de memoria el Credo y nos invita a recitarlo todos los días como oración.

Credo de Nicea-Constantinopla

Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día, según las Escrituras,

y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;

y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.

Fuente: 1.-Aciprensa
              2.-Catecismo de la Iglesia Católica

Dios es nuestra fuerza.




Prosiguiendo sus Catequesis sobre el Credo, en el Año de la Fe, el Papa Francisco en su Audiencia General de esta mañana centró sus palabras en el tema : "El tercer día resucitó: sentido y alcance salvífico de la Resurrección".

“¿Qué significa la Resurrección para nuestra vida? ¿Y por qué sin ella es vana nuestra Fe? Nuestra Fe se basa en la muerte y resurrección de Cristo, así como una casa construida sobre los cimientos: si estos ceden, se derrumba toda la casa.
En la cruz, Jesús se ofreció a sí mismo tomando sobre sí nuestros pecados y, descendiendo al abismo de la muerte, es con la Resurrección que la vence, la pone a un lado y nos abre el camino para renacer a una nueva vida. San Pedro lo expresa al comienzo de su Primera carta: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible" (1, 3-4).
El Apóstol nos dice que con la resurrección de Jesús llega algo nuevo: somos liberados de la esclavitud del pecado y nos volvemos hijos de Dios, somos engendrados por lo tanto a una vida nueva. ¿Cuando se realiza esto para nosotros? En el Sacramento del Bautismo. En la antigüedad, este se recibía normalmente por inmersión. El que sería bautizado, bajaba a una bañera grande del Baptisterio, dejando sus ropas, y el obispo o el presbítero le vertía por tres veces el agua sobre la cabeza, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A continuación, el bautizado salía de la bañera y se ponía un vestido nuevo, que era blanco: había nacido así a una vida nueva, sumergiéndose en la muerte y resurrección de Cristo. Se había convertido en hijo de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos dice: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:" ¡Abbá, Padre!" (Rm. 8,15).
Así es nuestro Dios, es un padre para nosotros. El Espíritu Santo suscita en nosotros esta nueva condición de hijos de Dios. Y esto es el mejor regalo que recibimos del Misterio Pascual de Jesús. Es Dios que nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando cometemos errores.
Sin embargo, esta relación filial con Dios debe crecer, debe ser alimentada cada día por la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la participación en los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la caridad. ¡Podemos vivir como hijos!
¡Comportémonos como verdaderos hijos! Esto significa que cada día debemos dejar que Cristo nos transforme y nos haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo, a pesar de nuestras limitaciones y debilidades. La tentación de dejar a Dios a un lado para ponernos al centro nosotros, siempre está a la puerta y la experiencia del pecado daña nuestra vida cristiana, nuestra condición de hijos de Dios.
Solo comportándonos como hijos de Dios, sin desanimarnos por nuestras caídas, por nuestros pecados, sintiéndonos amados por Él, nuestra vida será nueva, inspirados en la serenidad y en la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!
Queridos hermanos y hermanas, antes que nada debemos tener bien firme esta esperanza, y debemos ser un signo visible, claro y brillante para todos. El Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda (cf. Rm. 5,5).¡Cuántas veces en nuestra vida las esperanzas se desvanecen, cuántas veces las expectativas que llevamos en nuestro corazón no se realizan! La esperanza de nosotros los cristianos es fuerte, segura y sólida en esta tierra, donde Dios nos ha llamado a caminar, y está abierta a la eternidad, porque está fundada en Dios, que es siempre fiel.
Estar resucitados con Cristo por el bautismo, con el don de la Fe, para una herencia que no se corrompe, nos lleva a buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más en Él, a rezarle más. Ser cristiano no se reduce a seguir órdenes, sino que significa estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él; es dejar que él tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado.
Queridos hermanos y hermanas, a los que nos piden razones de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P. 3,15), señalemos al Cristo Resucitado. Señalémoslo con la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados. ¡Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nos da al vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la que nos salva de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte!
Miremos a la Patria celeste, tendremos una nueva luz y fuerza aún en nuestras obligaciones y en el esfuerzo cotidiano. Es un valioso servicio que le debemos dar a nuestro mundo, que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz de elevar la mirada hacia Dios.”

Vaticano, 10 Abril 2013
Fuente: Extractado catholic.net

sábado, 6 de abril de 2013

De la duda a la Fe.




El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la Fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su Fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la Fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la Fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.

No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una Fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra Fe.

Fuente: José Antonio Pagola

El señor ha resucitado.




19  La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los
      discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos.
      Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.
20  Les dijo: “La paz sea con ustedes.” Después de saludarlos
      así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
      llenaron de gozo al ver al Señor.
21  El les volvió a decir: “La paz esté con ustedes. Así como el
      Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.”
23  Dicho esto, sopló sobre ellos:
22  “Reciban el Espíritu Santo, ‘a quienes ustedes perdonen,
      queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados,
      queden atados.”
24  Uno de los Doce no estaba cuando vino Jesús. Era Tomás,
      llamado el Gemelo.
25  Los otros discípulos le dijeron después: “Vimos al Señor.”
      Contestó: “No creeré sino cuando vea la marca de los clavos
      en sus manos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y
      palpe la herida del costado.”
26  Ocho días después, los discípulos estaban de nuevo reunidos
      dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús a pesar de
      estar las puertas cerradas, y se puso de pie en medio de
      ellos.
      Les dijo: “La paz sea con ustedes.”
27  Después dijo a Tomás: “Ven acá, mira mis manos; extiende
      tu mano y palpa mi costado. En adelante no seas incrédulo,
      sino hombre de fe.”
28  Tomás exclamó: “Tú eres mi Señor y mi Dios.” Jesús le dijo:
29  Jesús le dijo: “Tú crees porque has visto. Felices los que     
      creen sin haber visto.”
30  Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia
      de sus discípulos que no están escritas en este libro.
31  Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el
      Cristo, el Hijo de Dios, y que por esta fe tengan la vida que
      Él solo puede comunicar.

Evangelio: (Juan 20, vs 19-31)

Oración:

Dios Espíritu Santo
Tú, el don del Resucitado,
la fuerza que dinamiza y vitaliza la Iglesia,
Tú que vienes en nuestra ayuda
a fortalecernos y a impulsarnos
a vivir lo que el Señor nos ha propuesto
así como transformaste la vida de los Apóstoles
de la misma manera ven en nuestra ayuda,
y llénanos de ti,
para vivir lo que creemos
y transmitir aquello que da sentido a nuestra vida,
ven Tú en nuestra ayuda
y haznos experimentar el gozo y el regocijo
que viene del hecho de tenerte a ti
en nuestro corazón
y de vivir y anunciar el Evangelio.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana