jueves, 28 de febrero de 2013

Ultimas palabras del Papa Benedicto XVI.




Gracias queridos amigos.
Estoy feliz de estar con vosotros, rodeado por la belleza del Creador y de vuestra simpatía que me hace mucho bien. ¡Gracias por vuestra amistad, vuestro afecto!
Saben que este día es distinto a los anteriores: seré Sumo Pontífice de la Iglesia Católica hasta las ocho de la noche y no más.
Seré simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinaje en esta tierra. Pero quisiera aún, con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, trabajar por el bien común de la Iglesia y de la humanidad.
Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Sigamos adelante con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias.
Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Gracias. Buenas noches.
CASTEL GANDOLFO, 28 Feb. 2013 / 12:09 pm
Fuente: Aciprensa 

Mensaje de agradecimiento al Santo Padre Benedicto XVI




Santo Padre, te decimos de corazón: ¡Muchas Gracias!

¡Gracias Santo Padre, por lo que significas para todos!

¡Gracias, por el inmenso amor con que has llevado la barca de Pedro!

Muchas gracias por la vivencia de tus virtudes, que nos has mostrado con tu vida y ejemplo, cumpliendo con la voluntad del Padre.

Gracias por convocarnos este Año de la Fe, como broche de oro, para despertar nuestra Fe un tanto aletargada y dormida, queremos decirte que estamos trabajando en ello y haciendo camino hacia la Pascua, para que resucite con Cristo.

Santo Padre, siempre lo recordaremos en todos sus escritos y documentos que nos deja, y estaremos rezando por Usted y por todas sus intenciones.

Sor Francisca Martínez G.
Hija de la Caridad

Animadores de Salud Chile

Última Audiencia General del Papa Benedicto XVI.




¡Venerados hermanos en el Episcopado!
¡Distinguidas autoridades!
¡Queridos hermanos y hermanas!
Os agradezco por haber venido tan numerosos a esta última Audiencia General de mi pontificado.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón el deber sobre todo de agradecer a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y así alimenta la Fe en su Pueblo.
En este momento mi ánimo se extiende para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años del ministerio petrino he podido recibir acerca de la Fe en el Señor Jesucristo y de la caridad que está en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor y de la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria del Cielo.
Siento que he de llevar a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo todo encuentro, todo viaje, toda visita pastoral. Todo y a todos los recojo en la oración para confiarlos al Señor porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y porque podemos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, dando fruto en toda obra buena (cfr Col 1,9-10).
En este momento, hay en mí una gran confianza, porque sé, sabemos todos nosotros, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, donde esté la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tuve firme esta certeza que siempre me ha acompañado. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: "¿Señor, qué cosa me pides?" Es un peso grande el que me pones sobre la espalda, pero si Tú me lo pides, en tu palabra lanzaré las redes, seguro que Tú me guiarás.
Y el Señor verdaderamente me ha guiado, ha estado cercano a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trato de camino de la Iglesia que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; y ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
Pero siempre he sabido que en aquella barca está el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse; es Él quien la conduce ciertamente también a través de hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no ha dejado nunca que le falte a la Iglesia y también a mí su consuelo, su luz y su amor.
Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar nuestra Fe en Dios en un contexto que parece ponerlo siempre más en segundo plano. Quisiera invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, certeros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que permite caminar cada día también en la fatiga. Quisiera que cada uno se sintiese amado por aquel Dios que nos ha dado a su Hijo a nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites.
Quisiera que cada uno sintiese la alegría de ser cristiano. En una bella oración que se recita cotidianamente en la mañana se dice: "Te adoro Dios mío y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano…" Sí, estamos contentos por el don de la Fe, ¡es el bien más precioso, que nadie nos puede quitar! Agradecemos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también que nosotros lo amemos!
Pero no es solamente Dios a quien quiero agradecer en este momento. Un Papa no está solo en la guía de la Barca de Pedro, si bien es su primera responsabilidad, y yo no me he sentido solo nunca en llegar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha dado tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cercanas a mí.
Primero que nada a vosotros, queridos hermanos Cardenales: vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad han sido para mí preciosos; mis colaboradores; comenzando por mi Secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, como también todos aquellos que, en diversos sectores, prestan su servicio a la Santa Sede: son muchos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de Fe y humildad han sido para mí un sostén seguro y confiable. ¡Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, mi diócesis!
No puedo olvidar a los hermanos en el Episcopado y en el presbiterado, las personas consagradas y todo el Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he percibido una gran atención y un profundo afecto; pero también he querido a todos y a cada uno, sin distinción, con aquella caridad pastoral que da el corazón de Pastor, sobre todo de Obispo de Roma, de Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he tenido a cada uno de vosotros en mi oración, con corazón de padre.
Quisiera que mi saludo y mi agradecimiento alcanzase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y quisiera expresar mi gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran familia de las naciones. Aquí también pienso en todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y que agradezco por su importante servicio.
En este punto quisiera agradecer de corazón también a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad en la oración. Sí, el Papa nunca está solo, y ahora lo experimento nuevamente de un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y a tantísimas personas que se sienten cercanos a él.
Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo: de los Jefes de Estado, de los jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas sencillas que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir su afecto, que nace del estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa.
Aquí se puede tocar con la mano qué cosa es la Iglesia: no es una organización ni una asociación de fines religiosos o humanitarios; sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es motivo de alegría, en un tiempo en el que tantos hablan de su declive.
En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad e incluso de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes, teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.
Aquí permítanme volver una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión estuvo en el hecho que desde aquel momento estaba siempre y para siempre ocupado en el Señor. Siempre quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia.
A su vida se le retira, por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona. Ya he dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de San Pedro y le tienen afecto; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos pertenecen a él.
El "siempre" es también un "para siempre": no se puede volver más a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado.
Ya no llevo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que en el servicio de la oración quedo, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, será un gran ejemplo de esto. Él ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Agradezco a todos y a cada uno también por el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con aquella dedicación al Señor y a su Esposa que he buscado vivir hasta ahora cada día y que quiero vivir siempre.
Les pido recordarme ante Dios, y sobre todo rezar por los Cardenales llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a ella nos acogemos con profunda confianza.
¡Queridos amigos! Dios guía a su Iglesia, la levanta siempre también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de Fe, que es la única y verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, es cercano y nos rodea con su amor. ¡Gracias!

Vaticano, 27 Feb. 2013
Fuente: Aciprensa (Texto completo)

martes, 26 de febrero de 2013

Ultimo Angelus del Papa Benedicto XVI.




Queridos hermanos y hermanas:
En el segundo Domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28).
El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el Bautismo, resuena la voz del Padre celestial: "Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo" (9, 35).
Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley  y los Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un nuevo "éxodo" (9, 31), no hacia la tierra prometida como en tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo.
La intervención de Pedro: "¡Maestro, qué bello es estar aquí!" (9, 33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística. Comenta San Agustín: "[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?" (Discurso 78, 3).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual.
Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. "La existencia cristiana –he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma– consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios " (n. 3).
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a dedicarme aún más a la oración y a la meditación.
Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

Vaticano, 25 Feb. 2013
Fuente: Aciprensa (Texto completo)

sábado, 23 de febrero de 2013

Domingo 2° de Cuaresma.



Queridos amigos:
La Transfiguración del Señor, que hoy celebramos (Lc 9, 28-36), es una fiesta de luz y gloria, que nos afecta positivamente a todos. Para Jesús es su epifanía o manifestación más contundente de quién es Él, pues se unen para decirlo, Dios, la historia y la naturaleza. Dios, que lo proclama su Hijo amado y que nos manda escucharlo (=seguirle); la historia de Israel, representada por sus dos más preclaros exponentes Moisés y Elías, que se honran conversando con Él; y la naturaleza, que suspende sus leyes, para hacer que su rostro y vestidos brillen como el Sol. Su Transfiguración es además un anticipo de su resurrección. Jesús acepta la muerte y morirá, pero al tercer día su cuerpo resucitará glorioso, lleno de luz, como se le ve ahora.
En relación con los apóstoles, la Transfiguración del Señor fue la motivación más fuerte que les dio para permanecer junto a Él, venga lo que venga después. Vinieron su pasión y muerte, y pareció que todo había terminado, pero no, la experiencia vivida en el Tabor, los reanimó y llenó de esperanza. Ellos saben muy bien quién de verdad es Jesús. Como repetirá Sn. Pablo en los momentos difíciles, ¡yo sé en quién he puesto la confianza…! (2 Tim 1,12). Esto vale también para nosotros: debe consolarnos saber que al otro lado del túnel hay luz y esperanza. La luz del triunfo de Cristo. Crean en mí, nos dice (Jn 14,1). Yo he vencido al mundo (Jn 16,33)
Como he dicho, la Transfiguración del Señor nos da motivos para creer y esperar. Para iluminar y dar sentido a nuestras vidas, que es lo que hoy más necesitamos. Pero sobre todo nos lleva a encontrarnos con nuestro bautismo, que es en cada cristiano como su transfiguración personal. La transfiguración del cristiano -la tuya y la mía- que encierra todos los elementos de la Transfiguración del Señor y que debe ser para los demás gozo y esperanza, como la de Jesús. En el bautismo, el ser humano no sólo se trasfigura (tornándose luz y gracia en su interior), sino, lo que es mucho más, cambia de condición, pasando de ser criatura a ser hijo de Dios.
Mira cómo en tu bautismo, no sólo Moisés y Elías, sino María y todos los santos, te acompañaron, pues los invocamos para que te ayuden a crecer como cristiano. Mira cómo, luego, a la hora del bautismo, el Padre Dios te hizo su hijo y te mostró como tal, Jesucristo te hizo su hermano menor, y el Espíritu Santo como su templo vivo desde donde actuar. Y mira cómo, por la acción del agua y del Espíritu Santo, pasaste de la mancha y oscuridad del pecado original a la luz de la gracia de Dios. Y te dijeron: has sido revestido de Cristo… Y también: has sido iluminado por Cristo, camina siempre como hijo de la luz. Si observas bien, verás que son las mismas cosas, y aún más, que sucedieron en la Transfiguración del Señor. ¡Reconoce cristiano tu dignidad! ¡Vive, goza e irradia tu propia Transfiguración, desde la Fe en Cristo y el amor del Espíritu!
Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

La transfiguración de Jesús.




28 En aquel tiempo, Jesús llevó consigo a Pedro, a Santiago y a
     Juan, y subió a un cerro a orar.
29 Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y sus
     ropas se pusieron blancas y brillantes.
30 Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él.
31 Se veían resplandecientes y le hablaban de su partida, que
     debía cumplirse en Jerusalén.
32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño. Pero se
     despertaron de repente y vieron la gloria de Jesús y a los dos
     hombres que estaban con él.
33 Cuando éstos se alejaron, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué
     bueno que estemos aquí!; levantemos tres chozas: una para
     ti, otra para Moisés y otra para Elías.” No sabía lo que decía.
34 Estaba todavía hablando cuando se formó una nube que los
     cubrió con su sombra. Al quedar envueltos en la nube se
     atemorizaron,
35 ‘pero de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo,
     mi Elegido; escúchenlo.
36 Después que se escucharon estas palabras, Jesús volvió a
     estar solo.
     Los discípulos guardaron silencio por esos días, y no
     contaron nada a nadie de lo que habían visto.

Evangelio: (Lucas 9, vs 28-36)


Oración:

Padre Bueno,
danos tu Espíritu Santo
para escuchar a tu Hijo…
para conocerte siempre más…
para aprender de tu Hijo
a amar sin condiciones…
para realizar tu proyecto de amor…
para manifestar el amor que nos tienes…
para darte a conocer con nuestra vida…
para dar testimonio de ti…
para anunciar tu Buena Nueva…
para encontrar en ti la vida…
para ser instrumentos de tu amor…
para vivir de acuerdo a tu voluntad…
para hacer vida las Escrituras…
para proclamar que solo Tú eres Dios…
para que en ti encontremos vida y salvación…
para imitar a tu Hijo…
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

Oración para cada día del Año de la Fe.




El Papa Benedicto XVI espera que el Año de la Fe pueda llevar a todos los creyentes a aprender de memoria el Credo y nos invita a recitarlo todos los días como oración.

Credo de Nicea-Constantinopla

Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día, según las Escrituras,

y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;

y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.

Fuente: 1.-Aciprensa
             2.-Catecismo de la Iglesia Católica

No tengamos miedo de combatir el mal.




En sus palabras previas al rezo del Ángelus, en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI exhortó a los fieles presentes:
“No tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor.
El pasado Miércoles con el tradicional Rito de las Cenizas, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios, renegando del orgullo y  del egoísmo para vivir en el amor.
En este Año de la Fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la Fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación, y trata de hacernos desviar del camino de Dios.
Esa es la razón por la que en el primer Domingo de Cuaresma se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, después de haber recibido ‘investidura’ como Mesías – ‘Ungido’ de Espíritu Santo – en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.
En el momento en que inicia su ministerio público, Jesús debió desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones también son falsas imágenes de hombre, que en todo tiempo insidian la conciencia, disfrazándose como propuestas convincentes y eficaces, e incluso buenas.
Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, que se diversifican parcialmente sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales.
El tentador es astuto: no induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las realidades verdaderas son el poder y lo que satisface las necesidades primarias. De  este modo, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, en definitiva se hace irreal, no cuenta más, se desvanece.
En las tentaciones está en juego la Fe, porque Dios está en juego. En los momentos decisivos de la vida, pero si vemos bien, en todo momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿Queremos seguir al yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, lo que realmente es bien?.
Tal como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del ‘descenso’ de Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus consecuencias. Un ‘descenso’ que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y hasta el infierno de la extrema lejanía de Dios.
Por ello, Jesús es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla. Como enseña San Agustín, Jesús ha tomado de nosotros las tentaciones, para darnos su victoria.”
Al concluir, el Santo Padre pidió que para estar junto a Jesús “dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y de este modo volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida”.


Vaticano, 17 de Feb. 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

martes, 19 de febrero de 2013

Jesús nos enseña a orar.




7  Al orar no multipliquen las palabras, como hacen los paganos
    que piensan que por mucho hablar serán atendidos.
8  Ustedes no recen de ese modo, porque antes que pidan, el
    Padre sabe lo que necesitan.
9  Ustedes, pues, oren de esta forma:
    Padre nuestro que estás en los cielos,
    ¡Santificado sea tu Nombre!
10 Venga tu reino.
     Que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
11 Danos hoy el pan que debemos esperar.
12 Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos
     a nuestros deudores.
13 y no nos pongas a prueba, sino que líbranos del Malo.
14 Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los
     hombres, también el Padre celestial los perdonará.
15 En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres,
     tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Evangelio: (Mateo 6, vs 7-15)

Meditación:

"Nuestra oración es muy a menudo, una petición de ayuda en momentos de necesidad. Y esto es normal para el hombre porque necesitamos ayuda, necesitamos de los demás, necesitamos de Dios. Así es que para nosotros es normal pedirle algo a Dios, buscar su ayuda; y debemos tener en cuenta que la oración que el Señor nos enseñó: el "Padre nuestro" es una oración de petición, y con esta oración el Señor nos enseña la importancia de nuestra oración, limpia y purifica nuestros deseos, y de este modo limpia y purifica nuestro corazón. Así es que, si de por sí es algo normal que en la oración pidamos alguna cosa, no debería ser siempre así.
Hay también ocasión para dar gracias, y si estamos atentos, veremos que recibimos de Dios tantas cosas buenas: es tan bueno con nosotros que conviene, es necesario darle gracias. Y esta debe ser también una oración de alabanza: si nuestro corazón está abierto, a pesar de todos los problemas, apreciamos también la belleza de su creación, la bondad que nos muestra en su creación."

Papa Benedicto XVI, 20 de Junio de 2012.

sábado, 16 de febrero de 2013

No desviarnos de Jesús.




Las primeras generaciones cristianas se interesaron mucho por las pruebas y tensiones que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y vivir siempre colaborando en su proyecto de una vida más humana y digna para todos.
El relato de las tentaciones de Jesús no es un episodio cerrado, que acontece en un momento y en un lugar determinado. Lucas nos advierte que, al terminar estas tentaciones, "el demonio se marchó hasta otra ocasión". Las tentaciones volverán en la vida de Jesús y en la de sus seguidores.
Por eso, los evangelistas colocan el relato antes de narrar la actividad profética de Jesús. Sus seguidores han de conocer bien estas tentaciones desde el comienzo, pues son las mismas que ellos tendrán que superar a lo largo de los siglos, si no quieren desviarse de él.
En la primera tentación se habla de pan. Jesús se resiste a utilizar a Dios para saciar su propia hambre: "no solo de pan vive el hombre". Lo primero para Jesús es buscar el reino de Dios y su justicia: que haya pan para todos. Por eso acudirá un día a Dios, pero será para alimentar a una muchedumbre hambrienta.
También hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo, y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo.
En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo: "Al Señor, tu Dios, adorarás". Jesús no buscará nunca ser servido sino servir.
También hoy se despierta en algunos cristianos la tentación de mantener, como sea, el poder que ha tenido la Iglesia en tiempos pasados. Nos desviamos de Jesús cuando presionamos las conciencias tratando de imponer a la fuerza nuestras creencias. Al reino de Dios le abrimos caminos cuando trabajamos por un mundo más compasivo y solidario.
En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar: "No tentarás al Señor, tu Dios". Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Solo hará signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente.
Nos desviamos de Jesús cuando confundimos nuestra propia ostentación con la gloria de Dios. Nuestra exhibición no revela la grandeza de Dios. Solo una vida de servicio humilde a los necesitados manifiesta su Amor a todos sus hijos.
Fuente: José Antonio Pagola

Domingo 1° de Cuaresma




1    Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió de las orillas del Jordán
      y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto,
2    ‘donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. En
      todos esos días no comió nada, y al fin tuvo hambre.
3    El diablo le dijo entonces: “Si eres Hijo de Dios, manda a esta
      piedra que se convierta en pan.”
4    Pero Jesús le contestó: “Dice la Escritura: El hombre no vive
      solamente de pan.”   
5    Después, el diablo lo llevó a un lugar más alto; en un instante
      le mostró todos los reinos del mundo,
6    ‘y le dijo: “Te daré poder sobre estos países y te entregaré
      sus riquezas, porque me han sido entregadas y las doy a
      quien quiero.
7    Todo será tuyo si te arrodillas delante de mí.
8    Pero Jesús le replicó: “La Escritura dice: Adorarás al Señor, 
      tu Dios, y a Él solo servirás.
9    Entonces, lo llevó el diablo a Jerusalén, lo puso sobre la parte
      más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate
      de aquí para abajo;
10  ‘porque dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que 
      te protejan.
11  Ellos te llevarán en sus manos para que no tropiecen tus 
      pies en alguna piedra.
12  Pero Jesús le replicó: “Dice la Escritura: No tentarás al Señor
      tu Dios.
13  Habiendo agotado todas las formas de tentación, el diablo se
      alejó de él, para volver en el momento oportuno.

Evangelio: (Lucas 4, vs 1-13)

Oración:

Señor Jesús,
Tú que lleno del Espíritu Santo
fuiste llevado al desierto,
y allí el diablo buscó seducirte, tentándote,
buscando desviarte de tu misión,
te pedimos que en estos días de cuaresma
nos ayudes a mirar nuestra vida,
y así ser conscientes de las tentaciones
que cada uno de nosotros tenemos,
y que iluminados por tu Espíritu Santo
tengamos su ayuda para que como Tú
podamos vencer todo aquello
que nos aleja y separa de ti.
Ayúdanos Señor,
y danos tu gracia para ser fuertes
en los momentos y circunstancias de tentación,
ayúdanos a ser fieles como lo fuiste Tú.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana