Un
escriba se acerca a Jesús. No viene a tenderle una trampa. Tampoco a discutir
con él. Su vida está fundamentada en leyes y normas que le indican cómo
comportarse en cada momento. Sin embargo, en su corazón se ha despertado una
pregunta: "¿Qué
mandamiento es el primero de todos?" ¿Qué es lo más
importante para acertar en la vida?
Jesús
entiende muy bien lo que siente aquel hombre. Cuando en la religión se van
acumulando normas y preceptos, costumbres y ritos, es fácil vivir dispersos, sin
saber exactamente qué es lo fundamental para orientar la vida de manera sana.
Algo de esto ocurría en ciertos sectores del judaísmo.
Jesús
no le cita los mandamientos de Moisés. Sencillamente, le recuerda la oración
que esa misma mañana han pronunciado los dos al salir el sol, siguiendo la
costumbre judía: "Escucha,
Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón".
El
escriba está pensando en un Dios que tiene poder de mandar. Jesús le coloca
ante un Dios cuya voz hemos de escuchar. Lo importante no es conocer preceptos
y cumplirlos. Lo decisivo es detenernos a escuchar a ese Dios que nos habla sin
pronunciar palabras humanas.
Cuando
escuchamos al verdadero Dios, se despierta en nosotros una atracción hacia el
amor. No es propiamente una orden. Es lo que brota en nosotros al abrirnos al
Misterio último de la vida: "Amarás". En esta
experiencia, no hay intermediarios religiosos, no hay teólogos ni moralistas.
No necesitamos que nadie nos lo diga desde fuera. Sabemos que lo importante es
amar.
Jesús
añade, todavía, algo que el escriba no ha preguntado. Este amor a Dios es
inseparable del amor al prójimo. Sólo se puede amar a Dios amando al
hermano. De lo contrario, el amor a Dios es mentira. ¿Cómo vamos a amar al
Padre sin amar a sus hijos e hijas?
No
siempre cuidamos los cristianos esta síntesis de Jesús. Con frecuencia,
tendemos a confundir el amor a Dios con las prácticas religiosas y el fervor,
ignorando el amor práctico y solidario a quienes viven excluidos por la
sociedad y olvidados por la religión. Pero, ¿qué hay de verdad en nuestro amor
a Dios si vivimos de espaldas a los que sufren?
Fuente: José Antonio Pagola
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