sábado, 11 de junio de 2011

Pentecostés





2:1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
2:2 Y de pronto vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento que soplaba, que llenó toda la casa donde estaban;
2:3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, las que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos.
2:4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar idiomas distintos, en los cuales el Espíritu les concedía expresarse.

2:5 Había entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos de todas las naciones de la tierra.
2:6 Al producirse aquel ruido, la gente se juntó; y quedó desconcertada al oír a los Apóstoles hablar cada uno en su propia lengua.
2:7 Asombrados y admirados, decían: “¿No son galileos todos éstos que están hablando?
2:8 Entonces, ¿cómo cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestro propio idioma?
2:9 Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, y del Ponto;
2:10 Hay hombres provenientes de Asia, Frigia, Panfilia, y Egipto; y de la parte de Libia que limita con Cirene, hay forasteros romanos, judíos y hombres no judíos que aceptaron sus creencias;
2:11 cretenses y árabes, y sin embargo, todos les oímos hablar en nuestras idiomas las maravillas de Dios.”


(Hechos 2, 1-11)

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