sábado, 30 de agosto de 2014

La Iglesia es una y santa.



En su Catequesis de hoy, el Papa Francisco dijo que:

“Al hacer nuestra profesión de fe recitando el ‘Credo’, afirmamos que la Iglesia es ‘una’ y ‘santa’. Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación.

Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias. Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar.

El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus discípulos. En la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: ‘Padre que sean uno’. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros. La Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús.

La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados ‘parroquiales’, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías.

Esto es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une. En vista de todo esto, tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios.

Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia.

Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: ‘Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’. Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: ‘Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos’. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?

Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre. Gracias”, concluyó.

Vaticano, 27 Ago. 2014
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

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