sábado, 30 de agosto de 2014

Domingo 22° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos y amigas:
El Evangelio de hoy (Mt 16,21-27) es continuación del Evangelio del Domingo pasado y forman un todo, cuya bisagra es el llamado “secreto mesiánico”, cuando Jesús ordenó a Simón Pedro y los apóstoles: no comenten con nadie que yo soy el Mesías. Fue a partir de este momento que empezó a hablarles abiertamente de lo que le esperaba en Jerusalén: Su pasión, muerte y resurrección. Un Mesías humillado, ultrajado, condenado a muerte y crucificado, era inconcebible para los judíos -y era lo último que el Diablo estaba dispuesto a esperar del Mesías. Por ello Jesús nunca se llamó Mesías así mismo y siempre mandó guardar silencio a quienes favoreció con algún milagro (Lc 4,41; 5,14; Mt 17,9). ¿Por qué Jesús se animó y decidió a hablar en este momento de lo que le iba a pasar y de cómo iba a morir?

Jesús se decidió a hablar de su pasión y muerte, porque una vez fundada Su Iglesia (Mt 16, 18) sintió más seguro el futuro de su Misión. Cuando Él partiera, su Misión la continuarían los apóstoles constituidos en Iglesia. Su elección, de entre los muchos discípulos y seguidores, y su ulterior preparación, le habían costado muchas noches de oración y muchos días de discernimiento y trabajo (Mc 3, 13-15). Pero ahí estaban ellos y las respuestas y señales que habían dado mostraban que, pese a todo, eran los indicados. Hasta el Padre Dios le había dado su ayudita mostrándole quién le gustaría que fuese el Jefe de esa iglesia: Simón que se llamaría Pedro (=piedra, roca). Los doce eran ya su Iglesia o comunidad organizada, con Pedro a la cabeza. Jesús podía partir ya en paz, pues, como se dijo arriba, el futuro de su Misión estaba asegurado, sobre todo con la asistencia del Espíritu Santo, que habría de enviarles.

Así las cosas, Jesús les anunció lo de ir a Jerusalén donde le esperaba la muerte. Para los apóstoles, que estaban felices por haber sido constituidos en la Iglesia del Señor, el anuncio les cayó peor que un jarro de agua fría. El primero en reaccionar fue Pedro: ¡no lo permita Dios!, le dijo, pensando en las conveniencias humanas más que en las divinas. Se lo dijo Pedro, pero se lo decimos también y a cada rato nosotros. ¡Paradójica la condición humana! En cuestión de minutos somos capaces de pasar de ser oráculo de Dios a oráculo del Diablo. Pero el anuncio de Jesús sobre su pasión y muerte no había terminado. Le faltaba decir que otro tanto le esperaba a la Iglesia recién fundada y a cada uno de sus seguidores. Es quizás el pronunciamiento más patético de Jesús, cuyos puntos principales son:

1. Quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga.
2. Quien egoístamente se interese sólo por su vida, va a perderla; pero quien con generosidad se olvide de sí mismo por los demás, va a salvarla.
3. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si al final pierde su vida?

4. Jesús, el Señor, volverá y pagará a cada uno según su comportamiento.

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo.



En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte."
Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."
Entonces dijo a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta."
Evangelio: (Mateo 16, vs 21-27)

Oración:
Señor Jesús,
Tú que nos invitas a tomar nuestra cruz y seguirte,
Tú que nos quieres en tus sendas
viviendo tu estilo de vida,
asumiendo tu manera de ser,
teniendo tus mismos sentimientos,
danos la gracia de aprender de ti
lo que es vivir el estilo de Dios;
ayúdanos a que como Tú podamos
perder la vida ganándola en ti,
para tener la vida plena y verdadera
que solo la encontramos en ti.
Danos la gracia de entender tu lógica
y saber que solo en ti encontramos
la vida plena, la eterna,
llevando nuestra cruz detrás de ti.
Danos Señor la gracia de seguirte día a día,
sin desfallecer, con la alegría de saber
que el seguirte es encontrar la vida verdadera,
que solamente Tú nos das.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

La Iglesia es una y santa.



En su Catequesis de hoy, el Papa Francisco dijo que:

“Al hacer nuestra profesión de fe recitando el ‘Credo’, afirmamos que la Iglesia es ‘una’ y ‘santa’. Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación.

Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias. Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar.

El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus discípulos. En la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: ‘Padre que sean uno’. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros. La Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús.

La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados ‘parroquiales’, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías.

Esto es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une. En vista de todo esto, tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios.

Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia.

Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: ‘Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’. Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: ‘Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos’. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?

Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre. Gracias”, concluyó.

Vaticano, 27 Ago. 2014
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias

domingo, 24 de agosto de 2014

Alégrense en el Señor.



Alégrense en el Señor en todo tiempo. Les repito: alégrense. Que todos puedan notar su bondad. El Señor está cerca: no se inquieten por nada. En cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica, junto a la acción de gracias para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que es mucho mayor de lo que se puede imaginar, les guardará su corazón y sus pensamientos en Cristo Jesús.
(Filipenses 4, 4-7)

San Pablo

sábado, 16 de agosto de 2014

Domingo 20° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos y amigas:
El diálogo de Jesús con la cananea (Mt 15, 21-28) es tan interesante que nos lleva a perder de vista el conjunto. En especial, su viaje al extranjero, al distrito de Tiro y Sidón, ciudades puertos del Mediterráneo y centros comerciales cosmopolitas, cuya cultura y religión eran totalmente paganas (lo opuesto al judaísmo). Los evangelios no nos dicen por qué Jesús fue allí ni cuánto tiempo estuvo. Pero podemos tener la plena seguridad de que no fue como turista ni a hacer negocios. El motivo debió estar más bien en sintonía con lo que, antes de subir al cielo, dijo a sus apóstoles: vayan por todo el mundo… (Mt 28, 19).

La fe de la cananea sorprendió gratamente a Jesús, tanto que sanó a su hija. Sin duda le sorprendió también su amor de madre, que no cejó hasta lograr su propósito, y le habrá sorprendido su agilidad mental, respondiendo con tanta habilidad como humildad. Hay algo más interesante en el encuentro de la cananea con Jesús. Y es su cambio al contacto con Él. Para ella, Jesús a quien llama “el hijo de David”, era como un mago o taumaturgo con poderes de sanación. Sólo después de hablar con Jesús empieza a verlo con otros ojos (le da la razón) y a esperar por otros motivos (es el Señor, su amo). Cuantos queramos interiorizar y obtener las bendiciones del Señor tendremos que dejar de verlo con los ojos de la carne para verlo con los ojos de la fe.

Comparemos con las nuestras, algunas de las cualidades de la súplica-oración de la cananea: 1. Nace de una necesidad sentida, que urge solucionar (la enfermedad de su hija); 2. Es humilde, siempre en súplica al Señor, aunque aparentemente no le haga caso; humilde, pero con dignidad; 3. Es perseverante, pues pide una y otra vez, sin cansarse y con insistencia; 4. Es valiente, sin respetos humanos ni temor al qué dirán, pues le sigue a Jesús clamando; finalmente, 5. Está hecha con fe y confianza en Jesús, que le otorga lo que desea. ¿Es así como oramos nosotros? Cuánto mejor nos iría…

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Mujer, qué grande es tu fe.



En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: "Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo."
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: "Atiéndela, que viene detrás gritando."
Él les contestó: "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel."
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: "Señor, socórreme." Él le contestó: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos." Pero ella repuso: "Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos."
Jesús le respondió: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas." En aquel momento quedó curada su hija.
Evangelio: (Mateo 15, vs 21-28)

Oración:
Señor Jesús
danos una fe tan grande y firme
como la de la mujer cananea,
que sepamos confiar y esperar en ti,
creer y perseverar invocándote,
que sepamos insistir sin desanimarnos
con una confianza plena y total en ti,
sabiendo que Tú siempre nos oyes
y que siempre estás a nuestro lado,
que estás dispuesto a ayudarnos siempre.
Ayúdanos Señor, a esperar en ti contra toda esperanza,
a no desfallecer sino a tener nuestra seguridad en ti.
Danos Señor la gracia de tener  
la convicción y la certeza de que Tú nos ayudas
y nos das todo lo que necesitamos,
porque Tú siempre dispones todo para nuestro bien
y buscas siempre darnos todo lo que necesitamos.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

jueves, 14 de agosto de 2014

Asunción de la Santísima Virgen María.



La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el día 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.

“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”.
Homilía de Papa Benedicto XVI (2010)
Fuente: Aciprensa

Oración:

Virgen Madre de mi Dios,
haz que sea todo tuyo,
tuyo en la vida,
tuyo en la muerte,
tuyo en el sufrimiento,
tuyo en el miedo
y en la miseria,
tuyo en la cruz
y en el doloroso desaliento.
Tuyo en el tiempo
y en la eternidad.
Virgen, Madre de mi Dios,
¡Haz que sea todo tuyo!

San Juan Pablo II

sábado, 9 de agosto de 2014

Domingo 19º Tiempo Ordinario.



Queridos amigos y amigas:
El evangelio de la travesía del mar de Galilea (Mt 14, 22-33) por los Apóstoles, tan llena de peripecias, es como una parábola en acción sobre la Iglesia. Leyendo entre líneas, el relato tiene que ver con las dificultades serias que estaba experimentando la primigenia Iglesia cuando Mateo escribe su evangelio. O con las que viene experimentado a lo largo de su historia, especialmente en nuestros días. La barca en la que van los Apóstoles es la Iglesia. La travesía del mar es el viaje a buen puerto (el cielo). Las olas encrespadas y los vientos huracanados, son las persecuciones y herejías. Jesús caminando sobre las aguas, es su presencia activa con nosotros hasta el fin de la historia (Mt 28, 20). Los Apóstoles, con una fe entre sí y no, es el Pueblo de Dios en marcha, entre vacilaciones, que terminan en adoración del Señor.
Digamos algo de cada una de las dos últimas comparaciones, que son como los dos ejes de la Iglesia: la presencia activa de Jesús (a través de su Espíritu) y el sentido agónico (en su significado de lucha) de la fe. Ante todo, la presencia activa de Jesús. Manda a los Apóstoles embarcarse y cruzar solos el mar, y Él se queda orando en el monte. Uno diría que los abandona a su suerte y que así se sintieron ellos, pero no es así. Aunque está en oración personal con su Padre, Jesús tiene su pensamiento y su corazón en los discípulos y en los apuros que están teniendo. (Preguntémonos de pasada si nuestra oración es tan “encarnada” o realista como la de Jesús, que ora a su Padre, pero a partir de situaciones concretas como eran los apuros de los Apóstoles). No sólo piensa en ellos, sino que toma la resolución de ir a su encuentro y echarles una mano. (Nuestras oraciones ¿terminan en resoluciones prácticas?)
Digamos algo sobre el sentido agónico (de lucha) de nuestra fe. Después de la multiplicación de los panes y cuando parecía que sus esperanzas se iban a cumplir, los Apóstoles reciben la orden de embarcarse y partir, lo que hacen muy contrariados. Luego sobreviene la tempestad con el mar tan agitado, que amenaza con engullirlos con barca y todo. Y de repente, el fantasma, alguien como un fantasma caminando hacia ellos sobre el mar. Ni se calmaron cuando Jesús les dijo: “no tengan miedo, soy Yo”. Suele pasarnos también a nosotros cuando las cosas se nos complican y se ponen de color hormiga, y, a media fe, sentimos que nos hundimos. Como Pedro, cuando el miedo por el peligro se hace mayor que nuestra confianza en Jesús. Entonces, sólo el grito de “¡Señor, sálvame!”, podrá salvarnos.
Es fácil creer en Jesús cuando las cosas marchan bien y nos sentimos a gusto. Lo difícil es creer cuando las cosas se nos complican y nos sentimos perdidos. Cuando sobreviene la noche oscura del alma. Entonces sólo el grito de Pedro podrá salvarnos: un grito-oración como el de Pedro o el grito-oración de la Iglesia, que Pedro representa. Será bueno recordar que después de la tormenta viene la calma. Y que después de la duda sincera viene la adoración: “en verdad, Jesús, eres Hijo de Dios”

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.



Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua."
Él le dijo: "Ven." Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame." En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios."
Evangelio: Mateo 14,22-33

Oración:
Señor Jesús,
Tú  que hiciste caminar a Pedro sobre las aguas
y que le invitaste a confiar 
y esperar plenamente en ti;
ayúdanos para que conociendo lo que Tú
esperas de cada uno de nosotros
podamos como Pedro caminar sobre las aguas,
sin dudar, creyendo y confiando plenamente en ti,
a pesar de las adversidades,
de los temporales de la vida,
y aún de nuestra propia debilidad.
Danos Señor, la gracia de comprender la dimensión
de lo que implica creer y confiar en ti;
ayúdanos a creer y confiar en ti,
esperando solo en ti,
siendo Tú todo para nosotros
así como Tú lo esperas y quieres.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

La Iglesia como nuevo pueblo de Dios.



Queridos hermanos:
En la Catequesis de hoy contemplamos a la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios, que se funda sobre la nueva Alianza sellada con la sangre de Jesús. La figura de Juan el Bautista es muy significativa puesto que prepara al pueblo para recibir al Señor. De esta manera, hace de puente entre la promesa del Antiguo Testamento y la plenitud de su cumplimiento en el Nuevo. En la montaña del Sinaí, Dios había establecido una alianza con Moisés entregándole los Diez Mandamientos.

También Jesús, sobre una pequeña colina, entrega a sus discípulos una enseñanza nueva, que comienza con las Bienaventuranzas. Ellas son como el retrato de Jesús, su forma de vida y el camino de la felicidad que anhela el corazón humano. Además de la nueva ley, el Señor nos invita a reconocerlo en los pobres, en los que sufren, en los que pasan necesidad. De esto se nos juzgará al final de nuestra vida. La nueva alianza consiste precisamente en reconocer que gracias a Cristo la misericordia y la compasión de Dios nos rodea.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. Pidamos a Jesús que su gracia nos transforme a imagen suya, para que viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas seamos luz y consuelo para nuestros hermanos. Muchas gracias y que Dios los bendiga.

Papa Francisco
Audiencia General, Sala Paulo VI
Miércoles 06 Agosto 2013
Fuente: vatican.va

domingo, 3 de agosto de 2014

Con los brazos abiertos.



Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo:

Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores.”

¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar “setenta veces siete” (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. 
Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida  que nos lanza hacia adelante!

Fuente: Fragmento Evangelii Gaudium
Exhortación apostólica Papa Francisco
Cap. 1, 3