“El
Hijo de Dios, al no poder tener sentimientos de compasión en el estado glorioso
que posee desde toda la eternidad en el cielo, quiso hacerse hombre y pontífice
nuestro, para compadecer nuestras miserias. Para reinar con él en el cielo,
hemos de compadecer, como él, a sus miembros que están en la tierra.
Los misioneros, más que los demás sacerdotes,
deben estar llenos de este espíritu de compasión, ya que están obligados, por
su estado y su vocación, a servir a los más miserables, a los más abandonados y
a los más hundidos en miserias corporales y espirituales. Y en primer lugar,
han de verse tocados en lo más vivo y afligidos en sus corazones por las
miserias del prójimo.
Segundo, es menester que esta compasión y
misericordia aparezca en su exterior y en su rostro, a ejemplo de nuestro
Señor, que lloró sobre la ciudad de Jerusalén, por las calamidades que la
amenazaban.
Fuente: Lectio Divina Vicenciana
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