En
aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus
discípulos y mucho gentío.
Cuando
estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo
único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la
acompañaba.
Al
verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
- No
llores.
Se
acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
-
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El
muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos,
sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
- Un
gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La
noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Evangelio:
(Lc. 7, vs 11-17)
Oración:
¿Cómo no agradecerte tu paso por el
mundo,
Oh Cristo, vida y resurrección nuestra?
has escuchado nuestros lamentos,
has visto nuestra aflicción,
has obrado en nosotros nuevamente
el milagro de renacer y del gozo.
Continúa visitando nuestra tierra,
cambia en alegría nuestras penas:
las penas de nuestros hermanos
que como Tú, Señor misericordioso
queremos hacer nuestras,
en cercanía, compasión y esperanza.
¡Oh Cristo, a cuya voz volvemos a
vivir!
restaura toda humanidad doliente,
y envíanos al mundo
para testimoniar a los hombres
el evangelio que nos da la dicha.
Tú que vives y reinas por los siglos
eternos
Amén.Fuente: Lectio Divina Vicenciana
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