sábado, 29 de abril de 2017

Los discípulos de Emaús.


El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Jesús les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste.
   Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron”.
   Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, como les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”.
   Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos.
   Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego 
lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y 
lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista. Y se 
decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba 
en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo 
momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí 
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con 
ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se 
apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había 
pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Evangelio: (Lc 24, vs 13-35)

Oración:
Tomad, Señor y recibid, toda mi libertad;
mi memoria, mi entendimiento, mi voluntad:
todo lo que tengo y lo que soy.
Tú me lo diste, a ti todo lo devuelvo.
Todo es tuyo.
Disponed de mí, según tu voluntad.
Dame tu Amor y Gracia:
que esto me basta.
Amén.

San Ignacio de Loyola

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