sábado, 13 de febrero de 2016

I Domingo de Cuaresma.


Queridos amigos:
   
   Las tentaciones de Jesús en el desierto (Lc 4, 1-13) merecen toda nuestra atención, pero la merece mucho más la decisión que tomó de iniciar su ministerio de Mesías. Ciertamente los sinópticos, sobre todo Mateo (4, 1-11) y Lucas, nos hablan largo y tendido de cómo el diablo tentó a Jesús en el desierto durante cuarenta días, de cuáles fueron las tentaciones y de cómo, acudiendo a la Palabra de Dios, salió airoso y triunfador. El relato, tan interesante, no puede impedirnos leer entre líneas y ver la astucia y la osadía del Tentador, cuya intención última no es vernos caídos en un pecado u otro sino apartarnos de Dios. El asunto no es tanto caer en las tentaciones del placer, el poder y la fama, que son las tres tentaciones, con las que el diablo tentó a Jesús, sino de esclavizarnos al pecado y terminar alejándonos de Dios..
   En el caso de Jesús lo que el tentador buscó fue desviarlo de su misión, desanimarlo y hacerle dejar o desnaturalizar su Plan de Mesías. Jesús había venido al desierto a orar, reflexionar y decidir con su Padre Dios lo que habría de hacer de Mesías y cómo habría de hacerlo. Ahora el Tentador buscaba conseguir de Jesús lo que ya había logrado de sus y nuestros buenos padres Adán y Eva, cuando la serpiente les hizo comer del fruto prohibido. Afortunadamente el nuevo Adán no se dejó seducir. Supo muy pronto que lo que el Maligno pretendía era suplantar a Dios, que se le adore a él como Dios. Lamentablemente es lo que en cada pecado grave logra de nosotros. Para el espíritu del mal lo que cuenta no es tanto el que caigamos en un pecado u otro, sino el que en cada caída vamos dando un paso hacia fuera en el camino de Dios.
   “No nos dejes caer en la tentación…”, nos enseñó a rezar Jesús en el padrenuestro. En nuestra carrera hacia Dios en el camino de la perfección, tenemos que mirar siempre las tentaciones como un reto a vencer, como un posible triunfo trofeo para Dios y para nosotros mismos. A veces nos preguntamos ¿por qué cuando me propongo ser mejor, arrecian las tentaciones y se me complican las cosas? Simplemente, porque el diablo se alarma cada vez que alguien se propone ser bueno de verdad.

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM
             Extractado

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