Queridos amigos y amigas:
La corrección fraterna, el perdón y la oración en
común, son tres elementos que el Evangelio de hoy (Mt 18, 15-20) presenta como
fundamentales para vivir en la Iglesia-comunidad cristiana (y en familia). Es
parte de la enseñanza de Mateo, cuyo Evangelio viene a ser una catequesis para
quienes, ya convertidos, entran a formar parte de la Iglesia de Jesús. Y era
sin duda la praxis de la primera Iglesia, inspirada en la caridad y la unidad,
que el Señor tanto les había recomendado y hasta mandado (Jn 13,34; 17,21). Era
por la caridad que los cristianos se distinguían de los demás y era por la
caridad que hacían abundantes conversiones (He 2, 47).
La multitud de los fieles tenía un solo corazón y
una sola alma (He 4,32), pero, dada la condición humana, había que estar
siempre alerta y orar mucho a Dios, para vivir como hermanos. Veamos algo de lo
que era (y debiera ser hoy) la praxis de la Iglesia (y de la familia, las
comunidades y los grupos humanos). Ante todo, la corrección fraterna, que ante
la necesidad de llamar la atención lo hacía cordialmente, mezclando firmeza
(porque había que corregir) con bondad (porque se trataba de un hermano). Todo
esto suponía: 1. que se estaba seguro de la falta; 2. que antes de corregir se
había orado a Dios; 3. que se había buscado el lugar, el momento y las palabras
oportunas; 4. que se corregía en privado… Les invito a releer y poner en
práctica lo que sobre el particular continúa diciendo Mateo (18, 15-17)
El perdón sincero, cuando había propósito de
enmienda, era otra de las prácticas de aquellas fervorosas comunidades
cristianas. Por acción u omisión, alguien podía haber delinquido y hasta haber
sido expulsado de la comunidad al ser declarado “pagano”, pero el perdón con el
abrazo le estaba esperando si como el Hijo Pródigo se arrepentía. Pablo había
escrito a las iglesias: “sean buenos y comprensivos, perdonándose unos a otros
como Dios les perdonó en Cristo” (Ef 4,32). Sin duda esta praxis del perdón fue
lo que más caló y mejor diferenció a los cristianos de los paganos. Ciertamente
estaban la enseñanza y el ejemplo de Jesús, pero también el sentido liberador y
reconciliador del perdón en quien perdona y en quien es perdonado. ¡Va en esto
nuestra felicidad!
El medio de los medios para conservar la unidad en
la caridad era la oración en común: cuando dos o más se juntan para orar yo
estoy en medio de ellos, y lo que pidan mi Padre se lo concederá, dice Jesús
(Mt 18, 19-20). Si esto no sucede es simplemente porque no oramos juntos. En
casa, cada uno reza por su parte; el papá, la mamá, cada hijo…, todos rezan por
su cuenta, cuando la garantía de la presencia del Señor entre nosotros y de la
eficacia de nuestras oraciones está en que nos juntemos para orar. Recordemos el
viejo y sabio dicho: ¡Familia que reza unida, permanece unida y bendecida!
Fuente: P. Antonio Elduayen, CM
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