San Diego de
Alcalá,
heraldo
fervoroso de los evangelios,
tú que
defendiste a los débiles de los poderosos,
alimentaste a
los hambrientos,
sanaste a los
enfermos,
y en tu lecho
de muerte con sincera y pura devoción
al presionar un
crucifijo sobre tu corazón exclamaste:
“dulce leño,
dulce fierro,
dulce el fruto
que nos dio”,
por tu poderosa
intercesión,
obtén para
nosotros, humilde fraile,
la fortaleza
para proteger a los oprimidos
el amor a los
pobres,
la compasión
por los afligidos
y al final de
la vida, una buena muerte.
Amén.
Fuente: Aciprensa
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