Señor Jesús,
manso y humilde.
Desde el polvo me sube y me domina esta sed
de que todos me estimen, de que todos me quieran.
Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la
humildad, mi Señor manso y humilde de corazón.
No puedo perdonar, el rencor me quema, las
críticas me lastiman, los fracasos me hunden, las rivalidades me asustan.
No sé de dónde me vienen estos locos deseos
de imponer mi voluntad, no ceder, sentirme más que otros… Hago lo que no
quiero. Ten piedad, Señor, y dame la gracia de la humildad.
Dame la gracia de perdonar de corazón, la
gracia de aceptar la crítica y aceptar cuando me corrijan. Dame la gracia,
poder, con tranquilidad, criticarme a mi mismo.
La gracia de mantenerme sereno en los desprecios,
olvidos e indiferencias de otros. Dame la gracia de sentirme verdaderamente
feliz, cuando no figuro, no resalto ante los demás, con lo que digo, con lo que
hago.
Ayúdame, Señor, a pensar menos en mi y abrir
espacios en mi corazón para que los puedas ocupar Tú y mis hermanos.
En fin, mi Señor Jesucristo, dame la gracia
de ir adquiriendo, poco a poco un corazón manso, humilde, paciente y bueno.
Cristo Jesús, manso y humilde de corazón,
haz mi corazón semejante al tuyo.
Amén.
Padre Ignacio Larrañaga
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