sábado, 14 de junio de 2014

Confiar en Dios.



El esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.
El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.
Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.
También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.
Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.
Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

Fuente: José Antonio Pagola

Dios mandó a su Hijo.



Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Evangelio: (Juan 3, vs 16-18)

Oración:
Dios eterno y todopoderoso,
Dios de amor y de misericordia,
Tú Santísima Trinidad,
un solo Dios y un solo Señor,
bendito y alabado seas, hoy y siempre,
porque siendo Uno, eres Padre amoroso;
siendo iguales en gloria y dignidad
eres Hijo unigénito
y siendo Espíritu eres el santificador
y eres dador de vida y santidad.
Todo honor y toda gloria,
a ti que dándote a conocer
nos enriqueces y nos glorificas con tu vida.
Al proclamarte como nuestro Dios y Señor,
te pedimos que sigas derramando tu amor en nosotros,
para que sigamos conociéndote siempre más,
y así seguirte, viviendo de acuerdo a tu voluntad,
manifestando con nuestra vida,
tu proyecto de amor.
Que así sea.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

El don del Temor de Dios.



En la Catequesis de hoy, el Santo Padre ha terminado con la serie sobre los dones del Espíritu Santo. Esta mañana ha reflexionado sobre el temor de Dios. Publicamos a continuación sus palabras en el resumen que hace en español:

"El temor de Dios, don del Espíritu Santo no quiere decir tener miedo a Dios, pues sabemos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y quiere nuestra salvación. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, aquella actitud de quien deposita toda su confianza en Dios y se siente protegido, como un niño con su papá.
Este don del Espíritu Santo nos permite imitar al Señor en humildad y obediencia, no con una actitud resignada y pasiva, sino con valentía y gozo. Nos hace cristianos convencidos de que no estamos sometidos al Señor por miedo, sino conquistados por el amor del Padre.
Finalmente, el temor de Dios es una “alarma”. Cuando una persona se instala en el mal, cuando se aparta de Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando vive apegado al dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, entonces el santo temor de Dios llama la atención: Así no serás feliz, así terminarás mal... Que el temor de Dios nos permita comprender que un día todo terminará y que debemos dar cuentas a Dios.

A continuación el Papa Francisco ha saludado con afecto "a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, Nicaragua, El Salvador, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Pidamos al Señor que el don del temor de Dios nos haga sentir su amor y su misericordia en nuestras vidas. Muchas gracias".

Vaticano, 11 Junio 2014
Fuente: Extractado Zenit.org

sábado, 7 de junio de 2014

Solemnidad de Pentecostés.



Queridos amigos y amigas:

¿Alguna vez oyeron hablar de la “Era del Espíritu Santo”? Empezó el año 38 D.C, cuando al término de los cincuenta días de Pascua (Pentecostés), el Espíritu Santo irrumpió en la historia, cambiándolo todo. Vino de parte de Jesús, enviado por el Padre Dios. Y vino como lo que es: una Persona Divina, invisible por ser espíritu, pero visible por sus impresionantes obras. De hecho, se presentó como el protagonista de todo. Protagonista de la creación, obra principal del Padre Dios. Cuando Éste la hubo terminado al séptimo día, descansó, es decir, confió al Espíritu Santo el perfeccionamiento de su creación. Y protagonista de la Redención, que llevó a cabo Jesucristo. Cuando Éste la hubo consumado, resucitó, subió al cielo y envió desde el Padre al Espíritu Santo, a quien confió su Misión Redentora y Salvadora.

Desde Pentecostés y por voluntad del Padre y del Hijo, cuanto se hace depende del Espíritu Santo. Es bueno tenerlo en cuenta para secundar sus inspiraciones y dejarse llenar y llevar por Él, como lo hizo Jesús (Mc 1, 10-12). Y como lo hicieron los apóstoles. Y como lo han hecho todos los santos hasta nuestros días, demostrando que el Espíritu Santo actuó siempre y sigue actuando hoy. De un modo discreto, aunque muy efectivo, como en el Pentecostés de los Apóstoles (Jn 20,19-23). O de un modo bullicioso, con truenos, vientos y lenguas de fuego -y también muy efectivo- como el Pentecostés que hoy celebramos (Hech 2, 1-11).

Sin duda, nadie va a decirle al Espíritu Santo en qué forma va a actuar en el mundo y en la historia, pero muchos quisiéramos -y le pedimos- , que actúe más visible y llamativamente. Con más fuerza y empuje. Como lo hizo en la primitiva iglesia, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es como la historia del Espíritu Santo. Entonces Él se hacía manifiesto a cada rato, sobre todo cuando alguien era bautizado. Descendía con fuerza sobre el bautizado, lo llenaba de sus gracias y dones y lo movía a actuar (1 Cor 12, 7-11). Su presencia vivificante y renovadora estaba por todas partes. De repente unos 3,000 acogían la palabra de Pedro y se bautizan, iniciando la primera comunidad cristiana ¡y qué comunidad! (Hech 2, 41-47).

Podríamos seguir contando las maravillas que el Espíritu obraba por todas partes y en todos. Digamos que es ese fuego del Espíritu el que necesitamos hoy, para acabar con la falta de fervor en los fieles y en los ministros, que se manifiesta en la fatiga y en la desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo, en la falta de alegría y de esperanza (cfr. RM, 36). ¿Qué nos está pasando con el bautismo? El Espíritu Santo sigue estando con nosotros desde entonces, pero no se nota que llene y transforme nuestras personas haciéndonos “otros Cristos”. ¡Ven Espíritu Santo, llena nuestros corazones y enciéndelos con el fuego de tu amor!

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Recibid el Espíritu Santo.



Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
Evangelio: (Juan 20, vs 19-23)

Oración:
Ven Espíritu Santo,
envía tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén

Fuente: Aciprensa

La Piedad.



En la Catequesis de esta mañana, el Papa ha continuado con la serie sobre los dones del Espíritu Santo. Hoy se ha centrado en la piedad. En el resumen de la Catequesis hecho por el Papa Francisco en español, ha dicho:

"Queridos hermanos y hermanas:
En la Catequesis de hoy mencioné el don de la piedad. Esta palabra, piedad, no tiene aquí el sentido superficial con que a veces la utilizamos: tener lástima de alguien. No, no tiene ese sentido.  La piedad, como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre.
Es sinónimo de amistad con Dios, esa amistad en la que nos introdujo Jesús, y que cambia nuestra vida y nos llena el alma de alegría y de paz. Este es el don del Espíritu Santo, que nos lleva a vivir como verdaderos hijos de Dios, nos lleva también a amar al prójimo y a reconocer en él a un hermano.
En este sentido, la piedad incluye la capacidad de alegrarnos con los que están alegres y de llorar con quien llora, de acercarnos a quien se encuentra solo o angustiado, de corregir al que yerra, de consolar al afligido, de atender y socorrer a quien pasa necesidad. Pidamos al Señor que este don de su Espíritu venza nuestros miedos y nuestras dudas, y nos convierta en testigos valerosos del Evangelio".

Vaticano, 04 Junio 2014
Fuente: extractado Zenit.org