domingo, 15 de diciembre de 2013

Domingo 3° Adviento.


Queridos  amigos y amigas:

El Evangelio de hoy nos habla de Juan, como Precursor, y de Jesús, como Mesías (Mt 11, 2-11). Lo que, en el contexto del Adviento, equivale a preguntarnos: qué hemos de hacer para ser precursores como Juan, y otros-Cristo o Mesías como Jesús. En cuanto precursores, nuestro menester es convertirnos e invitar a la conversión, preparar la venida del Señor y hacer discípulos misioneros, seducidos por Él y anunciándolo y llevándolo a los demás. En cuanto cristianos (otros-Cristo), nuestro menester es sentirnos orgullosos de Jesús (y no defraudados), y hacer ver con los hechos que Él es el Mesías, y que donde Él está todo cambia para bien (los ciegos ven, etc.). El Evangelio, pues, de este 3º Domingo de Adviento es un llamado a la acción y a la esperanza activa y fecunda, en favor de cuanto encierra y significa la Navidad: acoger toda vida naciente y realizar el Plan de Dios para el mundo.

Lamentablemente el Adviento que nosotros vivimos no nos hace ser muy precursores del Señor para el mundo, ni siquiera para los vecinos y sólo un poco entre nuestros familiares y amigos. Cuando más, adornamos la casa con motivos navideños y guirnaldas de luces, ponemos el pino navideño, armamos el Belén y colocamos la Corona de Adviento. A veces, hasta oramos y tocamos y cantamos villancicos entorno al Belén y la corona de Adviento, cuyas velas encendemos… Todo esto está muy bien, pero es insuficiente. Sobre todo cuando la propaganda comercial y el consumismo nos hacen perder el sentido religioso y cristiano de la Navidad y reducen cuanto hacemos a casi sólo un maquillaje.

Dentro de una sana alegría urge volver a la sencillez y profundidad de la Navidad. Y a un Adviento que no se limite a dar un superficial barniz navideño o a acentuar la expectativa por la fiesta de la Navidad (más que por Jesús que llega). Como dije arriba, el ser precursores, debe llevarnos a la conversión, al testimonio personal y familiar, a ser misioneros anunciando, preparando y anticipando la Navidad entre la gente y los nuestros. Que podamos tener y propiciar un encuentro personal, estrecho y vivo, con Jesús. Que amemos y acojamos la vida (en cualquier mamá en gestación), que crezca nuestro sentido y ejemplo de pertenencia y participación en la comunidad cristiana a través de la parroquia. Que hagamos y animemos a hacer pública nuestra Fe participando en la Misa dominical y en otras celebraciones. Que alejemos de nosotros toda violencia, mentira y corrupción. Que amemos y sirvamos a los pobres…

A todo eso y mucho más, le llamamos esperanza activa y fecunda, que es el alma del Adviento. Activa, porque quien así espera no se limita a sentarse y a aguardar pasivamente a que la cosa venga sino que la apura y jala. Y fecunda, porque produce buenos y abundantes frutos (Gal 5, 22). No se limita a soñar con el que viene y lo que trae, sino que lo anticipa, empezando a vivir, aquí y ahora, la paz, el amor, la gracia, la benignidad, la salvación… del Divino Niño. Al respecto y recordando que somos administradores del Adviento, es bueno recordar la parábola del buen administrador y portarnos como él: para que, cuando el Señor venga, nos encuentre cumpliendo nuestro deber (en activa espera). Entonces el Señor nos felicitará y nos premiará encomendándonos el cuidado de todo lo que tiene (Lc 12, 43-44).

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

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