En su habitual Catequesis de la Audiencia General de
hoy, el Papa Francisco explicó que el Espíritu Santo es el agua viva que sacia
la sed del hombre.
“Queridos hermanos y hermanas:
El tiempo pascual que estamos viviendo con gozo,
guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu
Santo donado «sin medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús crucificado y resucitado.
Este tiempo de gracia concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia
revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración
en el Cenáculo.
Pero ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo
profesamos con Fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida». La
primera verdad a la que adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es
Kýrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente Dios como lo son el
Padre y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de adoración y de
glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo.
De hecho, el Espíritu Santo es la tercera Persona de
la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra
mente y nuestro corazón a la Fe en Jesús como el Hijo enviado por el Padre y
que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.
Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que el
Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El
hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y
bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que
pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que,
atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y
fresca, capaz de refrescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de
belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva:
ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros
corazones. «yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos
dice Jesús (Jn 10,10).
Cuando decimos que el cristiano es un hombre
espiritual nos referimos justamente a esto: el cristiano es una persona que
piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos según
Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no
son Dios?
A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua
puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida;
sin agua se muere; ella refresca, lava, hace fecunda la tierra.
El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado
que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos
transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por
esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el
Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El
Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como “hijos en el Hijo
Unigénito”.
En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos
recordado varias veces, San Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los
que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han
recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo
espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de
Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos
de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17).
Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a
nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos, una
relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la
misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los
demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a
los cuales hay que respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con
los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la
vida como la ha comprendido Cristo.
He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo
sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que
podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos
de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice:
Dios te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como
Jesús? Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu
Santo? Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos
verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús?
Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el Espíritu
Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios es amor,
que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá;
nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón.
Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por
este camino del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!”Vaticano, 08 Mayo 2013
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias
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