sábado, 10 de septiembre de 2016

San Ignacio de Loyola.


«A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a Él,
de verdad, cada vez más; quiero y escojo la pobreza con 
Cristo, pobre más que la riqueza; las humillaciones con 
Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser tenido
por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, 
antes que como sabio y prudente en este mundo.»

San Ignacio de Loyola

Parábolas de misericordia.


Todos publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos, pues, con los maestros de la Ley murmuraban y criticaban:
«Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.»
   Entonces Jesús les dijo esta parábola:
   «Si uno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el campo para ir en busca de la que se perdió, hasta encontrarla?  Y cuando la encuentra, muy feliz, la pone sobre los hombros y, al llegar a su casa, reúne amigos y vecinos y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido. Yo les declaro que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
   Cuando una mujer pierde una moneda de las diez que tiene, ¿no enciende una luz, barre la casa y la busca cuidadosamente, hasta hallarla? Y apenas la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque hallé la moneda que se me había perdido. Les declaro que de la misma manera, hay gozo entre los ángeles de Dios por un solo pecador que cambie su corazón y su vida.»
   Jesús puso otro ejemplo:
   «Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: Padre, dame la parte de la propiedad que me corresponde. Y el padre la repartió entre ellos.
   Pocos días después, el hijo menor reunió todo lo que tenía, partió a un lugar lejano y allí malgastó su dinero en una vida desordenada. Cuando lo gastó  todo, sobrevino en esa región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue a buscar trabajo y se puso al servicio de un habitante de ese lugar que lo envió a sus campos a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba nada.
   Fue entonces cuando entró en sí: "¿Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre? ¿Por qué no me levanto? Volveré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus siervos. Partió, pues, de vuelta donde su padre.
   Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión, corrió a echarse a su cuello y lo abrazó. Entonces el hijo le habló: Padre, pequé contra Dios y ante ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus servidores: Rápido, tráiganle la mejor ropa y póngansela, colóquenle un anillo en el dedo y zapatos en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo, comamos y alegrémonos, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo he encontrado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.
   El hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver, llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba todo eso. Este le dijo: Tu hermano está de vuelta y tu padre ha mandó matar el ternero gordo, por haberlo recobrado con buena salud. El hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Entonces el padre salió a rogarle. Pero él le contestó: Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos; pero llega ese hijo tuyo, después de gastar tu dinero con prostitutas, y para él haces matar el ternero cebado.
   El padre le respondió: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado.»
Evangelio: (Lc. 15, vs 1-32)

Oración:
Vuélvete hacia nosotros, Señor,
y fíjate ahora y siempre
en que somos débiles
y en que estamos hechos de barro…
Ven aprisa y socorre nuestra pequeñez:
la pequeñez de quienes no saben elegir,
de quienes pueden equivocarse
y perderlo todo, al perderte a Ti.
Concédenos levantar todos los días
nuestros ojos hacia lo alto y verdadero
y seguir dejando por tu reino
todas las cosas que nos engañan.
Te lo pedimos por Aquél que hoy
en el camino hacia la entrega total
renuncia a todo por tu amor y nuestro amor:
Jesús, quien nos invita a buscarte
y a pedirte hoy la sabiduría
que viene de lo alto.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana