sábado, 22 de febrero de 2014

Domingo 7° Tiempo Ordinario.



Queridos amigos y amigas:

Hay en los evangelios páginas, como la de hoy (Mt 5,38-48), que algunos llaman páginas incómodas, porque su contenido nos choca y fastidia (incomoda). Yo las llamo páginas divinas, porque si bien todas las páginas del evangelio son divinas, por cuanto son inspiradas por Dios, hay algunas, como la de hoy, que por su excelencia y exigencia de perfección, nos piden ser perfectos como Dios es perfecto (Mt 5, 48). Enumero aquí las tres excelencias -para otros, los tres imposibles-, que nos plantea el evangelio de hoy. 1. “No hagan frente a quien les agravia…”; 2. “Amen a sus enemigos…”; 3. “Sean perfectos como su Padre Dios…”

¿¡Podrá el hombre en su evolución llegar alguna vez a estas alturas espirituales!? Jesús, María y muchos santos y hombres de buena voluntad, llegaron. Digamos entonces que no es imposible. No es imposible -y menos con la gracia de Dios-, practicar la no violencia activa, perdonar al prójimo de corazón y vivir con distinción (estilo), que vienen a ser los otros nombres, hoy, de lo que Jesús nos pide. Veamos algún detalle de cada una de estas tres máximas.

1. No hacer frente a quien nos agravia es una invitación a practicar y vivir la no violencia activa. No se trata de dejar que te pisen sino de resistir, de ser firme y exigente en tus convicciones, pero sin violencia. Como lo hizo Gandhi que logró la independencia de la India con la no-violencia, sin disparar un tiro.

2. El perdonar al prójimo de corazón, incluido el enemigo, es difícil, pero no imposible. Jesús y muchos otros lo han hecho y lo siguen haciendo. Cuando decimos que perdonar es divino, estamos diciendo ante todo que es potestad de Dios, pero también que eleva a quien perdona a las cumbres donde Dios habita. Perdonar denota grandeza de alma y libertad de espíritu. Es ponerse más allá y más arriba de las mezquindades y torpezas de quien te ofendió. Es, como dice San Pablo, acumular carbones encendidos sobre la cabeza de tu enemigo, es decir, no dejarse vencer por el mal, sino derrotar al mal con el bien (Rom 12, 20-21). Perdonar es liberarte y no permitir que quien te dañó continúe haciéndolo, al llenarte de rencores y rabias, que te paralizan y enferman.

3. La tercera gran máxima del evangelio de hoy es la invitación a ser alguien distinto en la vida. El cristiano no es masa ni del montón, sino siempre persona. Actuando y respondiendo a las circunstancias según su conciencia y su leal entender. Nunca por slogans o consignas o modas. Ni por conveniencias o intereses, sino por principios y metas altas. Si tú saludas sólo a quien te saluda, ¿qué merito tienes? Esto lo hacen también los mundanos. O si invitas sólo a quien te invita… El cristiano tiene que ser y portarse en todo como alguien distinto, con distinción. Lo que obliga a desmarcarse y hacerse notar… Y a convertirse, sin quererlo, en tropiezo y provocación para cuantos piensan y actúan según las concupiscencias del mundo.

Fuente: P. Antonio Elduayen, CM

Amad a vuestros enemigos.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, presentale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompañale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto."
Evangelio: (Mateo 5, vs 38-48)

Oración:
Oh, Dios, Creador del universo, 
que extiendes tu preocupación paternal sobre cada criatura 
y que guías los eventos de la historia a la meta de la salvación;
reconocemos tu amor paternal
que a pesar de la resistencia de la humanidad
y, en un mundo dividido por la disputa y la discordia, 
Tú nos haces preparar para la reconciliación. 
Renueva en nosotros las maravillas de tu misericordia;
envía tu Espíritu sobre nosotros,
para que él pueda obrar
en la intimidad de nuestros corazones;
para que los enemigos puedan empezar a dialogar; 
para que los adversarios puedan estrecharse las manos;
y para que las personas puedan encontrar entre sí la armonía. 
Para que todos puedan comprometerse
en la búsqueda sincera por la verdadera paz;
para que se eliminen todas las disputas,
para que la caridad supere el odio,
para que el perdón venza el deseo de venganza. 
Amén.

(Beato Juan Pablo II)
Fuente: Lectio Divina Vicenciana

La necesidad de la Confesión.



En su Catequesis de esta mañana en la Plaza de San Pedro y ante miles de fieles presentes, el Papa Francisco explicó la importancia y la necesidad de confesarse; y respondió a los que creen erradamente que basta confesarse “solamente con Dios” sin acudir a un sacerdote.
“Alguno puede decir: ‘Yo me confieso solamente con Dios’. Sí, tú puedes decir a Dios: ‘Perdóname’, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote.
‘Pero, padre, ¡me da vergüenza!’. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un ‘senza vergogna’ un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona.
Desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas –también la vergüenza– pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.
Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos.”
El Papa explicó luego que: “el sacramento de la Confesión, Reconciliación o Penitencia tiene su origen en la  Pascua del Señor cuando Jesús sopla sobre los discípulos y dice “los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”. Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: ‘Yo me perdono los pecados’; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús.
El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado.
En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana”.
El Santo Padre hizo luego una pregunta para ser respondida en el corazón: “¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.
Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella bella, bella Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo”.
El Papa Francisco dijo finalmente que el hijo efectivamente sentía culpa y vergüenza, “y la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino. Que el Señor los bendiga”.

Vaticano, 19 Feb. 2014
Fuente: Extractado ACI/EWTN Noticias.

Comienza haciendo.



“Comienza haciendo lo que es necesario,
después lo que es posible
y de repente estarás haciendo lo imposible”

San Francisco de Asís.

martes, 11 de febrero de 2014

Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes.



Hoy toda la Iglesia celebra a la Virgen de Lourdes, que el 11 de Febrero de 1858 -en la villa francesa de Lourdes (Francia)- la Virgen María se manifestó de manera directa y cercana apareciéndose a una niña de 14 años, Santa Bernadette (Bernardita) Soubirous.
Asimismo en este día la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo. En su mensaje para esta ocasión titulado “Fe y caridad: También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 3,16)”, el Papa Francisco pide: “la intercesión de María, para que ayude a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan”.
Fuente: Extractado Aciprensa.
OraciónVirgen, salud de los enfermos

Casta flor, peregrina en la fe;
mujer creyente, orante,
oyente, oferente,
fiel discípula, llena de gracia.

Madre, mártir junto a la Cruz,
fuente clara de misericordia,
fortalece nuestra fe, esperanza y amor.

Hermana nuestra, Virgen María,
camina siempre con nosotros,
en nuestras dudas y dificultades.

Tú, maternal y solícita presencia,
salud de los enfermos,
ruega al Señor por nosotros.
Amén.

Fuente: Mateo Bautista

sábado, 1 de febrero de 2014

Fiesta de la Presentación del Señor.



Queridos amigos y amigas:

Desde el Concilio Vaticano II, la liturgia ve en el evangelio de hoy (Lc 2, 22-40), la Presentación de Jesús en el templo. Sin duda, porque es el acontecimiento más importante, entre los varios que en él se mencionan. En efecto, es el Señor en persona quien entra en el templo y toma posesión del mismo, cambiándolo todo y trayendo un nuevo culto a Dios. Según la Torah (Ex 13, 2; Num 18,15), “todo varón primogénito será consagrado al Señor”, sólo que, en este caso, ¡Jesús es el Señor…! Por vez primera en la historia del templo y de la religión judía, lo más importante ya no es el santuario con el santa santorum sino el Señor en persona, quien toma posesión del templo y busca adoradores en espíritu y en verdad... (Jn 4, 23). Su presencia llena el templo de resplandor nuevo.

Imitando a María que presentó a Jesús en el templo, hoy muchas mamás van a las iglesias llevando en sus brazos a sus bebés para presentarlos al Señor. El sacerdote bendice a las mamás y a los niños, mientras estos son elevados y presentados a Dios en ofrenda. ¡Qué hermosas ofrendas! ¡Y qué profundos y bellos sentimientos, los de las mamás: de gratitud, de petición de ayuda, de alegría..., de ofrecimiento a Dios para que lo haga su sacerdote! Ciertamente, esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, es una buena ocasión para que las mamás presenten al Señor a sus niños. Pero sin olvidar que la presentación real y más hermosa es cuando los papás llevan a sus niños al bautismo, que debiera ser lo antes posible. En el bautismo, los niños no sólo son presentados a Dios, sino que se hacen realmente hijos de Dios Padre, hermanos de Jesucristo y Testigos vivos del Espíritu Santo.

En el evangelio se habla también de la purificación de María y del rescate del niño Jesús, ambos exigidos por el Levítico (12, 4 y 12, 8), pero para nosotros hoy eso sólo tiene un valor de testimonio y de referencia. El testimonio de que José y María fueron fieles cumplidores de la ley, aún en cosas que no les incumbían, y de que se consideraron pobres, pues sólo pudieron ofrecer de rescate por el niño un par de tórtolas. La referencia es a dos ancianos personajes, Simeón y Ana la profetisa, que, de algún modo, representan lo mejor de la expectación mesiánica al nacer Jesús. Ambos estaban en el templo cuando los padres de Jesús llegaron con el niño. Ana no se cansó de hablar de él a la gente. Simeón, por su parte, alabó a Dios con un hermoso himno conocido como el Nunc dimittis y dio a María y Jesús una bendición profética (Lc 2, 28-35), que les atravesó el alma como una espada.

Fuente: Extractado P. Antonio Elduayen, CM

Mis ojos han visto a tu Salvador.



Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Evangelio: (Lucas 2. Vs 22-40)

Oración:
De una Virgen hermosa celos tiene el sol,
porque vio en sus brazos otro Sol
mayor.
Cuando del oriente salió el sol dorado,
y otro Sol helado miró tan ardiente,
quitó de la frente la corona bella,
y a los pies de la Estrella su lumbre adoró,
porque vio en sus brazos otro Sol
mayor.
«Hermosa María –dice el sol, vencido-,
de vos ha nacido el Sol que podía
dar al mundo el día que ha deseado.»
Esto dijo, humillado, a María el sol,
porque vio en sus brazos otro Sol
mayor.
Al Padre y al Hijo gloria y bendición,
y al Espíritu Santo por los siglos honor.
Amén.

Fuente: Lectio Divina Vicenciana

El comienzo.



“El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz.”

San Agustín de Hipona.