domingo, 29 de noviembre de 2009

Reflexiones: San Vicente de Paul


“Heraldo de la ternura y de la misericordia de Dios”, fueron las palabras que Juan Pablo II dedicó a San Vicente de Paul, quien fue declarado Patrón Universal de la Obras Caritativas.
San Vicente es una imagen viva de la bondad de Dios. La misericordia nació
con él. Hizo su alma compasiva y atenta a todas las necesidades de sus hermanos. Él las encerró todas en el seno de su caridad inmensa sin detenerse sólo en la compasión.
La caridad de San Vicente fue prodigiosa por su extensión; ningún tipo de miseria escapó a sus cuidados: pobres oprimidos por el peso de sus enfermedades y de sus años que arrastran en las calles una vejez incómoda; presidiarios frecuentemente más infelices por sus pecados que por la pesadez de sus cadenas; pobres enfermos faltos de recursos, los niños expósitos, los mendigos, los pecadores y los enfermos espirituales.
Las almas de los pobres fueron preciosas a los ojos de San Vicente. Su interés se cifró en instruirlas, catequizarlas, oír sus confesiones y ponerlas en el camino de la salvación. Les habla del Reino de Dios, los consuela, les enseña a merecer una gloria eterna.

¿Qué dice San Vicente a los cristianos de hoy?..¿Qué me dice a mí?

“Ahí tienes a los pobres. No cierres tus entrañas ante ellos. Un día serán tus jueces en la hora final ante Aquel que quiso ser pobre, y que en aquel momento te preguntará: ¿Qué has hecho de mi hermano?. Tu causa no puede ser otra sino la de ellos si eres verdadero seguidor de Jesucristo. No atiendas al pobre a distancia, acércate, y mírale a los ojos como hermano, con bondad y compasión. Esto es arriesgado y comprometido, pero es la única manera de devolverles, sin herirles, la dignidad de seres humanos e hijos de Dios a los que el despojo, la explotación, el dolor, la ignorancia, la desnutrición y la muerte les coloca constantemente en esa inacabada agonía”
Ten presente en cada momento de tu vida la palabra de Jesús:

“Cuantas veces hicisteis un servicio a uno de estos pequeñuelos, a mí me lo hicisteis” (Mt. 25,40)